Por Nicolás Águila

Cada solución genera un nuevo problema, que a su vez requerirá una nueva solución, la cual planteará otro problema que necesitará otra solución, y así ad infinitum. A eso unos le llaman progreso y otros la Ley de Murphy. Mi abuela le llamaba “el remandingo de la vida”. Y creo que estaba en lo cierto. No había rabo de nube que prosperara en el pueblo de Cumanayagua porque ella sacaba la tijera y lo cortaba en el acto al conjuro de su oración infalible: “Con dos te miro, con tres te espanto, con la gracia de Dios y el Espíritu Santo”. Y adiós tornado.