Por Olga L. Martínez

Octubre cae en mí como una sombra,
que acecha cada paso de la infancia;
octubre trae en brazos la distancia,
del triste amanecer cuando te nombra.

¡Tanta soledad! Padre, me asombra,
cómo sigo tus huellas por la estancia;
hoy la paz que sembraste y la constancia,
se tienden ante mí como una alfombra.

Forastera del tiempo y tu consejo;
Capitán de mi barco, ¿a dónde has ido?
¡Busco en vano tu voz! ¡Mi amante viejo!

De tus ojos, mis ojos se han vestido,
y miran a través del mismo espejo.
¡Cómo duele este octubre sin tu nido!