Por Anisley Fernández 


No hay reloj.
Hablan del aceite en la otra vuelta
pero yo no estoy aquí.
La última vez me vieron tirando mis cabellos,
partiendo bastones.
Me vieron, con el taladro,
agasajar a los últimos traidores,
traficantes,
enfermos mentales.
Y desaparecieron todos.
Soy un montón de sesos chillando.
Soy tu cabeza en la pared
mordiéndose...
¡AHGGG!
¿Para qué me venden?
Para que aúlle así, para que aúlle.
Porque les suda la vida ante el aullido

y verla les consuela,
la gota de argán
cómo pulsa,
por dónde abre la muerte su jovialidad.
Quieren la misma fe del hueso y del músculo.
Son lobos y perros.
Quieren matar.
Están matando.
Pero nosotros ya no volvemos.
Nosotros caímos en el campo de batalla,
ya dormimos, ya salvados.
Mamá nos borda la luna al revés.
El ermitaño y el emperador nos protegen.
Cavaré un hoyo decrépito al borde del poema,
por si acaso...