Por Susana Esther Soba

 

La noche asume un cuerpo,
un desafío, una fascinación empecinada.
Por eso es que a la noche, como a un juego,
se la pierde total. O se la gana.


Allí nos encontramos los que somos
los antiguos amantes de la sombra.
No hay mujer que la iguale en el misterio.
Ni nadie es tan intensa y tan hermosa.


Afuera están las calles de mi pueblo
y a lo lejos el campo adormecido.
Pero yo estoy aquí, alucinado,
alegre, taciturno, desmedido.


Porque la noche desbarata siempre
los mecanismos de relojería.
Se burla de los códigos formales.
Nos lanza al gran tuteo con la vida.


Con la profunda, verdadera vida
que lleva cada hombre a su costado.
Esa, que se nos pierde a cada instante
sin saber cómo, ni por qué, ni cuándo.


En ella caben todos los secretos.
La quejumbrosa voz de la nostalgia.
Los nombres que se amaron y perdieron
sin que supiera uno por qué causa.


La soledad de pronto es un vacío
que entre humo y ginebra se desgarra.
Pero nadie está solo con su pena
si Carlitos Gardel es el que canta.

A veces naufragamos en el vino
y retornamos lúdicos, violentos,
con rubíes calientes por la sangre
que son como rubíes verdaderos.


Y empieza uno a imaginar caminos
en un anhelo de aventurería.
Soltar el paso, improvisar adioses,
buscar otra ciudad, otras esquinas.


O se mira hacia adentro en un despliegue
de ternuras sin fin, inacabables,
donde asoman retratos de la infancia
y una bondad dorada como panes.


La poesía la señala y unge
como a su criatura predilecta.
Por eso le florecen esos dioses,
terribles, inocentes, los poetas.


Porque el verso levanta su estatura
como un paisaje azul, como una ola
que arrasa lo trivial y cotidiano,
y vuelve puro y bueno lo que toca.


De tanto andar la noche y su espesura
somos como una copa de fragancia
donde crece el alcohol y su capricho,
una furia de lunas y muchachas.


De tanto andar la noche y su espesura,
una estrella de luz nos cruza el alma.

 

Tomado de: Molinos de viento Nº 49 (Boletín de Artes y Letras. Argentina-Enero 2023). (N. del E.).