Por Alexis Díaz Pimienta


Alexa sale a la calle
y saluda a todo el mundo.
Al primero y al segundo
y al tercero. Qué detalle.
No hace falta ni que ensaye.
Alexa es buena persona.
No pregunta. No razona.
Va por la vida veloz
diciendo hola o adiós.
Alexa la saludona.

Mueve la mano y saluda.
Sonríe y mueve la mano.
Un guiño para fulano.
Una risa tartamuda.
Alexa la confianzuda.
Alexa la saludona.
Una pequeña persona
altamente popular.
Tan fresca. Tan familiar.
No hay nadie igual en la zona.


Aunque tomamos medidas
para Alexa —así ha crecido—
no hay nadie desconocido,
no existen desconocidas.
A veces lo hace a escondidas.
“Hola, tú”. “Buenas”. “Qué tal”.
Cada gesto suena igual
que un saludo entre mayores.
En blanco y negro. En colores.
A mi Alexa le da igual.

Niños. Niñas. Viejas. Viejos.
Jóvenes. Adolescentes.
Alexa y su don de gentes.
Sin vergüenza. Sin complejos.
“Hola” de cerca y de lejos.
“Buenas” aunque a penas hable.
Tan graciosa. Tan sociable.
Ahí va, persona a persona,
Alexa la saludona.
Qué niña tan “saludable”.

Nadie sabe a quién salió
Ni por qué Alexa es así.
El padre dice: “No a mí”.
La madre dice: “a mí no”.
Yo digo: tampoco yo.
Y Alexa ríe, burlona.
“Hola, sol”. “Hola, casona”.
“Hola, globos”. “Hola, helado”.
Abran paso que ha llegado
Alexa la saludona.