Por Nicolás Águila Prieto

 

El trigémino es el nervio que recoge y trasmite la sensibilidad de varias partes de la cara, incluyendo la boca y los senos paranasales. Un ejemplo claro sería la sinusalgia que sentimos al tomar una bebida helada, o sea, eso que conocemos popularmente como “la punzada del guajiro”. ¿Quién no la ha sentido alguna vez al tomarse un refresco frío o un jugo a punto de congelación? No resulta nada agradable. La pejiguera del trigémino se puso de moda en Cuba a fines de la década de 1920), dejando su impronta incluso en letras de la música popular. Al punto de que muchos años después, en la Isla de mi niñez, se seguía oyendo el viejo dicho: “Tócate el trigémino. Y si no te hace efecto... ponte un moto de guayacol”.
     Ahora, revisando el estado del arte, me entero de que también en Argentina hubo lo suyo: un tango titulado “Opérate el trigémino”, de Enrique Minotto, y un espectáculo en son de farsa, 'Tócame el trigémino, nena'. ¿A qué se debía pues tanta mofa y befa con el trigémino, que ni con el tan ridiculizado vaso de agua de Clavelito?
     Pues resulta que en San Sebastián, País Vasco, había un médico que supuestamente realizaba curas milagrosas pinchando el trigémino con agujas o estiletes muy finos. El famoso otorrino se llamaba Fernando Asuero y llegó a contar con una nutrida clientela que acudía a su consulta desde todas partes.

Con su novedosa terapia —aseguraban los incautos— el Dr. Asuero era capaz de curar a paralíticos, epilépticos, asmáticos, entre otros enfermos incurables para el nivel de desarrollo de la época. Mas todo resultó un bluf. Un fraude sin paliativos. Una trola insostenible.
     Ya nadie se acuerda del Dr. Asuero ni de sus tratamientos milagrosos, a pesar de que nos dejó un palabro para la jerga médica: la “asueroterapia”. Dentro del imaginario cubano, sin embargo, el trío Matamoros inmortalizó al célebre charlatán, si bien en tono de choteo, con su conocido son “El paralítico”:


“Dice un doctor farolero
mucho más bueno que el pan:
Anda, ve a San Sebastián,
negra, para que te opere Asuero.
Pero bota la muleta y el bastón
y podrás bailar el son”.

Miguel Matamoros sabía bien que la mejor terapia eran lo sones que componía, que tocaba y cantaba como voz y guitarra prima junto con Siro Rodríguez (voz segunda, maracas) y Rafael Cueto (guitarra acompañante). Qué trío tan inigualable. ¿De dónde serán, ay mamá?