Por Andrea Jerez

 

Sería fácil tener fe,
caminaría por estas calles
sintiéndome protegida
como una paloma que se esconde
entre el pelo hipster de Dios.
No correría por las noches
de camino a casa, al contrario,
entraría a esa disco under
donde se emborrachan los Ángeles
de camisas de flores y lentes oscuros.
Si creyera en ellos, dejaría que uno
se acercara y me agarrara
las caderas con respeto
para dejarme llevar.
Bailaría con la confianza
de que mi vida pende
de su música divina
cuyo final está escrito
y no hay nada
que pueda ofrecer
para cambiarlo.

 


No me molestan los gusanos del baño…


No me molestan los gusanos del baño
que salen de la tubería y se pasean
por el orillo de la cerámica.
Mientras me duchaba vi a dos
acurrucados en la esquina,
uno más grande que el otro,
parecían madre e hijo.
Tuve cuidado con el agua que caía
para que no los alcanzara
pero en un momento de descuido
mientras me afeitaba las rodillas
vi al pequeño deslizarse por el desagüe.
Pobre mamá, quedó solo.
Se escondió detrás del champú.
Quise salir de la ducha para dejarla tranquila,
pero recordé a mi prima Tamara
que hace poco perdió a su hijo
y dice que la vida ahora es un infierno,
recordé a mamá que sigue hablando de mi hermana
como si estuviera entre nosotros.
Estiré mi mano encima de ella
y dejé que el agua se resbalara por mi brazo.
Cada gota la alejaba del dolor,
la llevaba hacia su hijo ahogado
en el final de la cañería.

El primer licor que bebí fue Mistela…


El primer licor que bebí fue Mistela,
la regalaban las familias andinas
en los nacimientos de sus bebés.
Mis padres no supieron
qué hacer con todas esas botellas
después del entierro,
las conservaron por años
con la esperanza de celebrar
la corta vida de mi hermana.
La tomaba a escondidas
esperando nacer en un rincón
de mí misma, ese espacio inhabitado
en donde pudiese conocer a Alexandra.
No sucedió, pero entendí
que la vida y la muerte
son como los dos lados de una arepa:
uno más tostado que el otro,
imposibles de ver al mismo tiempo.
Cuando vuelva a nacer
les regalaré frascos de Mistela
a mis parteras y allegados,
abriré una arepa por la mitad,
eructaré en la cara a las señoras
que den golpes en mi espalda
y fingiré que lloro
para que me arrullen
hasta que pueda
descansar en paz.