Creo en la grata mansedumbre de una manzana.
 Y si de creer se trata, yo creo
 en el día de Dios repartido en el cosmos
 como un abanico que se abre
 y cuyos rayos son caminos, tumultuosos caminos
 por los cuales se despeña el hombre.
 Creo en la santísima voluntad de estar
 vivo donde estoy, bajo el fatalismo
 de haber nacido una vez y dirigirme
 hacia la muerte, sitio irreal, inconcebible,
 donde es imposible permanecer.
 Creo en la soledad del dulce sueño erótico
 en la casa rodeada por el sueño y la soledad
 en cuyo interior converso con el aire.
 Creo en la virgen del retrato, en la madona
 rodeada por la fuente, en la estatua
 que eres tú, cuerpo del día, en el que creo
 con todas las fuerzas de mi vida.
 Soledad
 
 
Te vas quedando solo.
 Apoyaste todo tu amor en los ancianos
 que te sonríen y luego se marchan.
 Escribiste páginas borrables
 y poemas de corta duración, como tu vida.
 Ni los libros leídos ni los más amados
 estarán contigo allá, que es dónde.
 Abiertamente solo, vas pensando, en la noche,
 cómo engañar a la soledad
 con un monólogo,
 con un aplauso.
 Ojitos de miope
 
 
Con esos mismos ojos miras al través
 de la ventana, y ves el movimiento
 efímero y eterno.
 Con esos mismos ojos desnudaste
 el cuerpo y sus prodigios,
 el paisaje estelar.
 Te sirvieron como peces,
 te abrieron los caminos.
 Mira como miran las distancias,
 cómo observan el amor.
 Despertaron tu sed,
 demudaron tu silencio.
 Son expresivos como cuencas de estrellas
 y aunque los encierres con cristales
 mirarán, mirarán,
 mirarán
 toda la vida.
 Espacio
 
 
Escucha: qué silencio, qué silencio.
 Me abraza el silencio como un padre
 y como un padre de muerte me circunda.
 Ni siquiera el sonido de las aguas.
 Si cantara tres veces algún gallo.
 Qué silencio, Dios mío, cuánta espuma
 de tiempo se agolpa en la tristeza.
 Ni siquiera el rumor de los espejos.
 Un silencio absoluto de campana
 sin vibración primera, sin el viento
 que conversa entre hombres y árboles.
 Qué soledad se junta en el silencio.
 Escucha: qué silencio, qué silencio...
 Breve tratado sobre el sueño
 
 
yo no digo que
 la vida es un sueño
 sino que sueño la vida
 y vivo el sueño
 tan intensamente
 tan intensamente
 que confundo la realidad.
 El ciervo
 
 
Hundirme en tu belleza
 tan hondo, tan en ti
 que yo perezca en tu caricia,
 que ni el agua de mis ojos
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 o el silencio mismo
 sean más que tu piel.
 Soledad, milagro de tu frente,
 en ti se advierte el ciervo
 que dormita en el claro del bosque
 y de pronto se pierde entre la yerba.
 Qué más quisiera yo: ser ese ciervo,
 entrar en tu piel como en un bosque
 y escuchar el silencio del amor.
 Viñeta
 
 
Cuando volví el rostro hacia Sodoma
 tuve tiempo de ver al Ángel del Castigo
 dudando ante la belleza de los adolescentes.
 El lince
 
 
Para que el lince salte
 a la neurótica cola del lobo
 solo falta que el lince no tema.
 El temor encrespa incluso la hirsuta
 piel manchada, piel de lana fina
 sobre la que duerme
 sobre la maleza.
 Para que el lince salte
 es preciso quemar la noche,
 tapar la dentellada lobuna,
 ser conejo o perdiz.
 Licantropía
 
 
Me comiera todas las ovejas
 y al pastor también
 me lo comiera.
 Lo comería entre la yerba
 revolcándole, mis fauces apretadas
 sobre el cuello inmortal.
 Hueso a hueso quebrado,
 lana y sangre y cieno e infinito
 tragaría con fuerza.
 Todo el dolor del mundo
 sería esa cena: crepúsculos,
 bocados del olvido.
 Me comería al silencio y a las horas
 y al pastor y a las ovejas,
 si pudiera.
 El poeta
 
 
Yo soy el jorobado,
 me retuerzo en la sábana nocturna
 soñándome atleta.
 Y soy el paralítico
 en una silla dura y giradora,
 la muchacha fea, el pederasta
 cuando escupe la sal,
 el corredor caído que gime
 y se levanta y, sobre todo
 se siente triunfador del mundo.
 Soy la asesinada de aquel día
 en el primer dolor de la cuchilla,
 y el sacerdote muerto.