Ayer me besó la luna…
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Por Silvia C. Valdés
Ayer me besó la luna
y su beso me inspiraba.
Sentí que me trastornaba
el estremecer de una
demencia. Y en la fortuna,
fibrosis de la pasión,
cuando tembló la razón
bajo la piel que adivino
en aquel fuego divino
se detuvo el corazón.
Se detuvo el corazón
al éxtasis de su abrazo.
Me acurruco en su regazo
a saborear la ocasión.
Y a disfrutar la versión
del deseo que dilata
en el clímax que arrebata
por la lujuria y el vino,
abre fuego al desatino
y en su locura me mata.
Rorschach bajo terapia electroconvulsiva
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Por Armando A. Cazares
Amor cuerdo, no es amor…
José Martí
—¡Descríbame! —Una mancha…
Sus labios embarrados con la tinta
de aquel dibujo erótico. La quinta
mordida de una idílica revancha
(ELECTROSHOCK). Denoto una avalancha
de besos y ternura que sofoca.
Los gritos inefables de una loca
que aplacan mis suspiros. La sonrisa
fugaz que en mis desvelos aterriza.
—¿Qué es lo que ve? —Siluetas de su boca.
Mi amigo Pepe, el poeta Sánchez*
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A Pepe lo considero un amigo, un amigo más sabio que yo, de quien aprendí algo que me ha sido muy útil en la vida: el arte de la efusividad. Como mexicano introvertido, a veces confundo la discreción con la sequedad. Pepe, de una región donde saben bailar mucho más y mejor que nosotros, me enseñó, sin decírmelo y sin saber que me lo enseñaba, que la efusividad no es el exceso apasionado de las promesas incumplidas sino el gesto de la atención consciente y empática a la otredad, premisa fundamental del quehacer artístico y sobre todo humano.
Pero no voy a hablar aquí de la personalidad de mi amigo Pepe, sino del escritor Sánchez, a quien llamaré de esta forma, por su apellido, aunque sean el mismo, y de sus versos, que juzgaré como si no conociera al autor, para no comprometer mi neutralidad.
Diré que sus versos, en efecto, mantienen esa pasión, ese arrojo, pero mezclado siempre con un aura de misterio, casi de la autocontención que es natural de quien va al límite de una sensibilidad maravillosa y se encuentra abismos emocionales, mitologías ancestrales y reflexiones que superan los límites de una realidad social menos poética, el desarrollo de una mentalidad que no es eurocéntrica pero tampoco desprecia los orígenes griegos de la literatura, que sí es latinoamericana en su esencia pero tampoco lo vuelve una bandera política ni se esconde detrás de una causa momentánea.
Ayer me besó la luna…
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Por Silvia C. Valdés
Ayer me besó la luna
y su beso me inspiraba.
Sentí que me trastornaba
el estremecer de una
demencia. Y en la fortuna,
fibrosis de la pasión,
cuando tembló la razón
bajo la piel que adivino
en aquel fuego divino
se detuvo el corazón.
Se detuvo el corazón
al éxtasis de su abrazo.
Me acurruco en su regazo
a saborear la ocasión.
Y a disfrutar la versión
del deseo que dilata
en el clímax que arrebata
por la lujuria y el vino,
abre fuego al desatino
y en su locura me mata.
Capítulo en blanco
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Por Analía Romero
Somos tú y yo...
pero nunca seremos nosotros dos.
Somos lo que pudo ser y lo que no fue.
Somos nosotros dos,
pero no nuestro momento.
Nuestra historia no tiene
ni principio, ni fin.
Somos nosotros dos,
pero en un capítulo
que no se ha escrito
y quizás nunca se escriba...
Somos dos niños,
no sabemos qué es querer...
No sabemos qué es amar...
No sabemos qué somos nosotros dos...
Solo seremos un capítulo en blanco
escrito con lágrimas,
un texto que el tiempo
retorcerá...
Tolondrones
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Por Teófilo Guerrero
Estaba subiendo por la rampa cuando sintió que ya no podía con el peso, y tuvo que parar un segundo para tomar aire y seguir, empujando con las ganas antes que con los músculos, ya tiesos y adoloridos. Y llegó. Puso las cuatro cajas sobre la plataforma del torton y se sintió liberado.
El mercado sudaba bullicio, palabrotas, palabritas, palabrería y palabras que se intercambiaban como pesos y centavos. Escuchó su nombre cuando el olor a tacos y a jugo de naranja le avisó que no había desayunado, y ya eran las 11:30.
—Mingo.
Volteó a ver al patrón, traía una libreta vieja, y se le hizo agua la boca cuando pensó en el dinero.
—¿Te avientas veinte costales de papa?
La cara de Mingo cambió, tenía hambre, y veinte costales de papa, desde la bodega, lo alejaban de un desayuno más o menos decente y a un horario todavía más decente.
—¿Nomás veinte, patrón?
—Simón, y te doy otros cincuenta varos.
Calculó el tiempo y el hambre, y no le salían las cuentas. Volteó a ver a su patrón para negarse amablemente cuando alcanzó a ver a su hijo viendo fijamente el puesto de tacos. Regresó la mirada y asintió con la cabeza aceptando la misión.
En el fuego sagaz de la palabra
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Por Osvaldo Ramírez
En el fuego sagaz de la palabra,
en la rima preñada de elocuencia,
en las aves que anidan en El Abra
has quedado, “Pichón”, y en mi conciencia.
Pocos saben la alquimia de tu encanto
(horas miles de estudio y romería),
rasgueando en el embrujo de tu canto
una herencia preñada de alegría.
Si en una fiesta plena de tonadas
se riman versos pícaros, sagaces,
y los poetas cruzan las espadas
ya te imagino entrando en la porfía:
“Vengan a mí, valientes kamikazes:
yo soy el gallo, sin mí no hay canturía”.
Ojos de perro azul
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Entonces me miró. Yo creía que me miraba por primera vez. Pero luego, cuando dio la vuelta por detrás del velador y yo seguía sintiendo sobre el hombro, a mis espaldas, su resbaladiza y oleosa mirada, comprendí que era yo quien la miraba por primera vez. Encendí un cigarrillo. Tragué el humo áspero y fuerte, antes de hacer girar el asiento, equilibrándolo sobre una de las patas posteriores. Después de eso la vi ahí, como había estado todas las noches, parada junto al velador, mirándome. Durante breves minutos estuvimos haciendo nada más que eso: mirándonos. Yo mirándola desde el asiento, haciendo equilibrio en una de sus patas posteriores. Ella de pie, con una mano larga y quieta sobre el velador, mirándome. Le veía los párpados iluminados como todas las noches. Fue entonces cuando recordé lo de siempre, cuando le dije: «Ojos de perro azul». Ella me dijo, sin retirar la mano del velador: «Eso. Ya no lo olvidaremos nunca». Salió de la órbita, suspirando: «Ojos de perro azul. He escrito eso por todas partes». La vi caminar hacia el tocador. La vi aparecer en la luna circular del espejo mirándome ahora al final de una ida y vuelta de luz matemática. La vi seguir mirándome con sus grandes ojos de ceniza encendida: mirándome mientras abría la cajita enchapada de nácar rosado. La vi empolvarse la nariz. Cuando acabó de hacerlo, cerró la cajita y volvió a ponerse en pie y caminó de nuevo hacia el velador, diciendo: «Temo que alguien sueñe con esta habitación y me revuelva mis cosas»; y tendió sobre la llama la misma mano larga y trémula que había estado calentando antes de sentarse al espejo.
A Elena
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Por Edgar Allan Poe
Te vi a punto.
Era una noche de julio,
noche tibia y perfumada,
noche diáfana…
De la luna plena límpida,
límpida como tu alma,
descendían
sobre el parque adormecido
gráciles velos de plata.
Ni una ráfaga
el infinito silencio
y la quietud perturbaban
en el parque…
Como si se hubiera detenido el tiempo
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Por Lucina Bravo
La silla está en el mismo lugar al pie de la ventana. Aún la aguja, con la misma hebra de hilo color azul. El delantal, colgado en un clavo de la pared. Todavía se siente el pedalear de la máquina, y el olor del café inunda los rincones.
La planta prendida ha comenzado a marchitarse. En una esquina de la mesa el radio andaba esperando que alguien le sintonizara alguna música del recuerdo.
Un centro de mesa se ve con una fina nube de polvo, ausente como el tiempo mismo. Una suave brisa que penetra por el comedor, trae olores conocidos de una sazón inconfundible.
Al reloj le cuesta andar. De pronto, dos lágrimas brotan en silencio y una melodía se escucha a lo lejos, trayendo tristes imágenes de una canción inconclusa.
Miré al cielo y dos nubes comenzaron a derramar algunas lágrimas que mojaron el clavel que se estaba marchitando.
La máquina de coser comenzó su faena y continuó su ritmo como si nada hubiese pasado. Ella estaba ahí junto al aroma del café en aquella melodía salida del viejo radio sobre la mesa. El delantal se movió suavemente con la brisa que entraba por la ventana, y unas sandalias iban marcando el tiempo de su ausencia...
El viento
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¡Si se pinta el mar violento
con las alas encrespadas
y unas ramas arrancadas!
¿Qué estamos pintando?
¡El viento!
¿De qué color es el viento?
¿Tiene el viento puerta franca
para pasar?
¿Es sujeto por alguien?
¿Muestra esplendor?
¡El viento tiene el color
de lo que mueve y arranca!