Plegaria
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Escálame montaña,
sumérgete en mi eco,
explora mis laderas,
reposa con mis ríos.
Viento,
golpearme los labios,
escúrreme el pecho,
sacude mis estancias en la cima.
Emerge de la noche, muerte,
y sálvame la vida.
Madrigal para un ángel
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Por Hansrruel Aldana (El Poeta de Junio)
Qué manera de romperme
por la luz, por la mitad,
por la huella, por la edad,
por la suerte de moverme.
Yo tengo un ángel que duerme,
sin forma, sin primavera.
Tengo un ángel, aunque muera,
ya me está sanando adentro.
Si se va, ¿dónde lo encuentro?
¿En qué luz? ¿De qué manera?
Tengo un ángel por hacer,
que antes de ser, ya se va.
¡Deténganlo! ¿Quién podrá
enseñarme a amanecer
si en sus alas el poder
de no estar muerto, es un frío
que se quiebra como el río,
que se esconde, que se marcha?
¿Quién podrá romper la escarcha
de ausencia, que en el vacío
Tres vueltecitas del dedo índice
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Por José M. Pérez
A mi abuelo Miguel, el padre de mamá, le gustan los juguetes. A mi primo Juanmi le quitó los camioncitos. Juanmi formó tremenda pataleta y cuando vio que no se los devolvía le dio por la frente con la pistola de agua y le hizo tremendo chichón. A mí me sorprendió, llegó por atrás y me arrebató a Zoila, la muñeca que más quiero. Intenté quitársela, hasta lo pellizqué, pero solo conseguí quedarme con un zapatico en la mano y recibir un sombrerazo. Comencé a llorar… En ese mismo instante entró mamá a la sala y me hizo algunas señas:
—No llores, María Carla, él después te las devuelve —y giró tres veces el dedo índice alrededor de su oreja.
Entre mi primo y yo le hemos dado como cuarenta y cinco pellizcos. Una tarde Juanmi lo mordió. Lo castigaron. Estuvo arrodillado en el rincón del cuarto y no pudo salir por la noche. Pero mi abuelo Miguel no hace caso. Cuando menos se espera se aparece y nos rompe el juego. Mi amiga Laura Elena no quiere venir más a casa. El día que estábamos jugando parchís, abuelo nos regó las fichas y le haló la motoneta tan duro como lo hacen los muchachos malcriados en la escuela. Dice Laurita que cuando le dio las quejas a sus papás, ambos a la vez, llevaron los índices a las orejas,
Un sueño gris y remoto
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Por Orlando V. Pérez
En la inmensidad serena
Luis Gómez
Silencio desde la almena
marca el pulso del reloj,
como un cuadro de Van Gogh
en la inmensidad serena
donde un girasol se estrena.
Silencio en la serranía
que absorbe la lejanía.
El ruido de la ciudad
enturbia la claridad
gota a gota, día a día.
El rostro que me negaron los espejos
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¿Quién entona sobre mi paz?
Poseo innúmeros rostros: acertijos grabados
en la arena, y palabras; ingenuas palabras,
más otro rostro que me negaron los espejos.
Algo de mí ha muerto en los naufragios.
Dormir quiero como esas bestias en remotas
playas, y ganar a las gaviotas los insectos.
¿Quién entona por fin?
Toda mi paz, ha muerto en los naufragios.
La carne invariable
Acordonarse los zapatos a la fuerza.
Encontrar cada mañana al sádico.
Defecar por otros órganos.
Vivir las edades biológicas de nieve.
Desmoronarse en otro cuerpo.
Creerse precariamente Dios
y ser la invariable carne de los siglos.
No poseer más oros que la muerte
y espantarnos como animales,
de nuestra propia sombra.
El renacuajo y la niña
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Por Mariam Aguilar
Había una vez una niña que pasaba por la orilla de una laguna y vio cómo una culebra se quería tragar a un renacuajo que estaba entretenido nadando en la orilla. La niña cogió un palo y con mucho trabajo ahuyentó a la culebra. Desde ese día ella pasaba todas las mañanas por la orilla de la laguna camino hacia la escuela, y conversaba un rato con el renacuajo, y así se hicieron buenos amigos. Pero sucedió que un día, el renacuajo sacó su cabecita y le dijo: “A partir de este momento no me volverás a ver”. “¿Por qué?”, le preguntó la niña. “Porque me estoy volviendo rana”. Después de decirle esto, el renacuajo-rana dio un salto por encima del agua, y la niña pudo ver cómo la cola de su amigo había desaparecido y en vez de aletas tenía patas. Entonces pensó que a partir de ese momento perdía un amigo, pero de seguro iba a ganar otro.
Seriosha
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Por Gustavo Adolfo Cardoso Rodríguez
Dust in the wind
Kansas
Domingo 17 (Son ideas, Osvaldo Rodríguez y los 5U4)
Con el espíritu fortalecido después de una ida y vuelta más al lugar de mi acostumbrada peregrinación, llegué a ”mi rinconcito” de Úrsula y Vía Blanca, en el populoso barrio del Cerro, Cerca de la famosa heladería – frutería Fruti-Cuba de la zona. En casa la misma rutina de siempre, “La vida sigue igual”—me decía— parodiando a Julio Iglesias: releer a Stephem King en su fantástica novela Resplandor, deleitarme con el rock sinfónico Rapsodia Bohemia de Queen con el inigualable Freddy Mercury —Dionicio no era bobo— pensaba al saborear un vinito brindis con su Partner Café Bustelo, recién colado. La coletilla del día consistía en sentarme a contemplar el ir y venir incesante de vehículos que pasaban frente a mí por Vía Blanca con destinos inciertos, quizás como el mío. Exhorto, y con la mirada fija, no vi pasar las horas frente a aquel torrente en la avenida que se me antojaba mágica, como las historias contadas por el gran escritor cubano Alejo Carpentier en su novela El Reino de este Mundo en relación con su acuñada frase de lo “real-maravilloso”, creía ver en esa sucesión de vehículos al Manco Mackandal convertido en ave, serpiente o pez, conducido magistralmente por la mano certera de su autor, en la voz escrita de Ti Noel.
¿Qué es la amistad?
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Por Octavio Paz
La amistad es un río y un anillo.
El río fluye a través del anillo.
El anillo es una isla en el río.
Dice el río: antes no hubo río, después solo río.
Antes y después: lo que borra la amistad.
¿Lo borra? El río fluye y el anillo se forma.
La amistad borra al tiempo y así nos libera.
Es un río que, al fluir, inventa sus anillos.
En la arena del río se borran nuestras huellas.
En la arena buscamos al río: ¿dónde te has ido?
Vivimos entre olvido y memoria:
Este instante es una isla combatida por el tiempo incesante.
Es una guagua
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Por Félix Corona
Ese brillo de metal
y unos toques de la herrumbre
que transforma en fina lumbre
el humano vendaval.
Los ronquidos de animal,
crudo polvo de vereda,
de una pira la humareda,
el camino, hasta los baches,
el martillo y los remaches:
todo canta cuando rueda.
La poesía es una guagua
que en su seno todo acoge,
significados recoge
que desliza como en yagua.
Voy celoso en la piragua
persiguiendo la hoja clínica
que me estudia casta y cínica:
difumina el universo,
pide luego que halle un verso
entre la escoria lumínica.
Simulaciones
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Por Lucio Pérez
...sé que podría ser diferente
Pero de qué valdría pedir
si solo con ellos revelamos
la certeza de carecer.
Miguel Barnet
He olvidado de qué lado estoy en el planeta
aun así celebró el sol que nos alumbra
y me pongo en complicidad con la memoria.
El heno se confunde en el asfalto
nada tiene que ver con espejismos
y me monto en viaje de regreso.
He perdido el camino tras el último toque
de campanas;
mientras unos se ocupan de cambiarle el rostro
otros descubrimos cicatrices que dejan las ausencias,
y salimos a escribir en sus murallas
la última voluntad de los sobrevivientes
para que el miedo no espante a los fantasmas.
Aleksei
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En un día de primavera, mientras el sol se ponía en el horizonte, Aleksei, el viejo cartero, arrastraba sus pies pesadamente por las calles del pequeño pueblo. Llevaba su pesada bolsa llena de cartas que esperaban ser entregadas a sus destinatarios, pero en su corazón había algo extraño, un sentimiento de vacío que no sabía cómo describir. Durante sus años de trabajo, se había ganado la fama de ser meticuloso y puntual, pero nadie había notado nunca esa profunda soledad que lo invadía.
Aleksei vivía solo en una pequeña habitación sobre la oficina de correos. Cada día, estaba allí, siempre a la misma hora, recibiendo a la gente con una sonrisa cortés y entregándoles sus cartas llenas de noticias, muchas de ellas de seres queridos o de aquellos que vivían lejos. Pero, a pesar de todo, nunca había recibido una sola carta en su vida. Nadie esperaba cartas de él, y nadie se preocupaba por saber si estaba vivo o muerto. Esta dolorosa verdad lo acompañaba en cada paso que daba.
Un día, mientras entregaba las cartas a Elena, la hermosa viuda que vivía en las afueras del pueblo, sintió algo extraño. Elena siempre le abría la puerta con una sonrisa educada, pero esta vez, había algo en sus ojos, algo que hizo que el corazón de Aleksei latiera más rápido.
—Aleksei, ¿me traes algo especial hoy? —dijo Elena con una voz suave, como si supiera algo más sobre su carta de lo que él mismo sabía.
Aleksei sonrió, pero sintió que las palabras que salieron de su boca eran vacías, sin ningún sentimiento verdadero. No, solo las cartas habituales.