Por Orlando Pérez

Canta, oh, Diosa, mi cólera funesta

que regresa desde el Hades

dando patadas al culto de la vida

cántame la almohada

resucita en descalcez

en ciertas madrugadas con ojos tostándose en el techo

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truécame en milagro que atraviese las murallas

hazme, si no, presa de perros y pasto de aves*

Dionisio destilado en alambique

dispárame cometas con la peste

que a punto estoy de enquijotarme

quemar las sábanas

perderme en el abismo

(*) Fragmento de La Ilíada, de Homero.

De Alquimia conclusiva (Editorial Damují, 2012).

Por Magaly Ojeda

 

el rayo de sol en tu ventana
la gota de vino en tu mejilla
el reloj preso de ritmo
el paraguas cómplice de la lluvia
la respiración en tu oído
Soy el lado oscuro de tu soledad
una pasajera sin prisa
una tormenta ligera
un fuego lento que te abrasa
un suspiro a la esperanza
la nota más baja de tu escala.

 

 

Por Félix Corona 

 

Ese brillo de metal
y unos toques de la herrumbre
que transforma en fina lumbre
el humano vendaval.
Los ronquidos de animal,
crudo polvo de vereda,
de una pira la humareda,
el camino, hasta los baches,
el martillo y los remaches:
todo canta cuando rueda.

La poesía es una guagua
que en su seno todo acoge,
significados recoge
que desliza como en yagua.
Voy celoso en la piragua
persiguiendo la hoja clínica
que me estudia casta y cínica:
difumina el universo,
pide luego que halle un verso
entre la escoria lumínica.

Por Lisandra Riveras

                             

Girando el mundo en mi contra
me siento a orillas del mar,
intentando como ayer
mi calma y paz encontrar,
perderme en el horizonte
en ese azul sin cesar…

Me sumerjo en tu recuerdo:
pesadillas de un rincón.
Es el canto de tristeza
con lágrimas de pasión.
En las olas yo no encuentro
lo dulce de una canción.

En el viento que me azota
el pelo con libertad,
tu nombre como un susurro
me tortura sin piedad.

La ola amarga borró
escritas sobre la arena,
iniciales muy gastadas
y el llanto trunca mi pena.

 

 

Por Xiomara Rodríguez

 

Escálame montaña,
sumérgete en mi eco,
explora mis laderas,
reposa con mis ríos.

Viento,
golpearme los labios,
escúrreme el pecho,
sacude mis estancias en la cima.

Emerge de la noche, muerte,
y sálvame la vida.

 

 

Por Silvia C. Valdés

 

Los golpes que me han golpeado
silentes, raudos, y lentos,
roncos, agudos, violentos,
son golpes que me han marcado.

... y me pregunto: ¿Qué hado
apagará mi volcán?
...¿Qué carceleros podrán
encerrarme la bravura?
... ¿La inconsistente locura...
qué locos me detendrán?

¿... y quién será mi albacea
si me llegara el adiós?
... ¿A quién legaré mi voz?
...¿Quién encenderá mi tea?

Cuando marche a donde sea
en el silencio forzado,
este corazón minado,
arrítmico en su latir,
...¿ sentirá pena en sentir
los golpes que le han golpeado?

Por Silvia C. Valdés

 

Ayer me besó la luna
y su beso me inspiraba.
Sentí que me trastornaba
el estremecer de una
demencia. Y en la fortuna,
fibrosis de la pasión,
cuando tembló la razón
bajo la piel que adivino
en aquel fuego divino
se detuvo el corazón.

Se detuvo el corazón
al éxtasis de su abrazo.
Me acurruco en su regazo
a saborear la ocasión.
Y a disfrutar la versión
del deseo que dilata
en el clímax que arrebata
por la lujuria y el vino,
abre fuego al desatino
y en su locura me mata.

 

 

Por Orlando V. Pérez

 

             En la inmensidad serena

                     Luis Gómez


Silencio desde la almena
marca el pulso del reloj,
como un cuadro de Van Gogh
en la inmensidad serena
donde un girasol se estrena.
Silencio en la serranía
que absorbe la lejanía.
El ruido de la ciudad
enturbia la claridad
gota a gota, día a día.

Por Nicolás Águila

 

Benjamin Franklin no era lo que se dice un tipo humilde. Ni falta que le hacía, pero ya saben cómo son los amigos. Le señalaban que su comportamiento resultaba muy altanero. Franklin, que era un hombre autocrítico e introspectivo, llevaba su diario para medir el progreso en sus relaciones interpersonales. De modo que se daba cuenta de que efectivamente era un tipo chocante que sostenía discusiones innecesarias y evitables. Desde su indiscutible superioridad intelectual, el inventor del pararrayos se irritaba con las tonterías de los demás y se ponía excesivamente crítico y autoritario. No podía evitarlo. Era capaz de superar otros defectos, pero ese ni de coña. Hasta que un día se dijo que no iba a dejar de ser arrogante, pero bien que podría fingir un poco de humildad en su actitud hacia los demás. Ben Franklin había descubierto el truco de la tolerancia. Lo importante no era ser tolerante sino parecerlo. Y así aumentó exponencialmente su popularidad y aceptación, convirtiéndose en un Mister Congeniality

 

 

Por Silvia C. Valdés

 

Ayer me besó la luna
y su beso me inspiraba.
Sentí que me trastornaba
el estremecer de una
demencia. Y en la fortuna,
fibrosis de la pasión,
cuando tembló la razón
bajo la piel que adivino
en aquel fuego divino
se detuvo el corazón.

Se detuvo el corazón
al éxtasis de su abrazo.
Me acurruco en su regazo
a saborear la ocasión.
Y a disfrutar la versión
del deseo que dilata
en el clímax que arrebata
por la lujuria y el vino,
abre fuego al desatino
y en su locura me mata.