Por Iruan L. Cordero

 

La tarde gritaba como un barco
con voluntad de pan.
Ella traía un sol empecinado en los labios,
y una canción de pólvora en la cintura.
Él, su ración de locura en la frente,
se quitó la camisa que alguna vez fue roja,
apoyó sus rodillas en la tierra
y desató los cabellos en los dedos del viento.
Después,
en un lugar dolido de humedad
los dos cuerpos pusieron los ojos a cantar,
en el instante justo
donde se ordenan los silencios.


Límites

Tengo  tantas fronteras por delante
en la bifurcación del pensamiento
por las alas libres de mi joven musa,
que ni el Minotauro sabría salir del laberinto.

Por Marisol Velázquez

 

Todo lo observa una pared eterna,
la artífice, raíz, existencia
con sus hojas abiertas a un abrazo.


Empuja los días a cruzar
por su transparencia,
allí quedan las huellas silenciosas,
todo depende de los andares hechos
por sus épocas,
 si son días lluviosos, tiernos
                        o especiales
   o cantos al futuro.


La pared se hace un faro celador
             y mira enroscada en su agua,
esta o aquella huella de los pasos,
     el espíritu de sus figuraciones
                      tan variado,
donde no perdona la muerte,
el olvido
    no borra una sonrisa,

Por Iruan L. Cordero


Música de esperanza en Si bemol,
y las piernas de la continuidad, por la casa,
afuera una ciudad que desconozco,
adentro, una ventana que da a un patio
donde el sol se entretiene
en repartir sus trapos amarillos.
En lo alto de una repisa
una vela encendida debajo de una estampilla,
el humo del tabaco
junto a la jícara de aguardiente
desde una esquina del cuarto piden hoy, más que nunca:
Por los que probaron la manzana y la han resembrado,
por los que cambiaron sus semillas por balas también,
por el vivo y el tonto,
por el que ha vivido mucho,
y por el que le falta por vivir.
En el ascenso del día hacia su inevitable decadencia
se escucha el aullido de la cafetera,
como el cantar de una manada de lobos, a la luna llena.

Por Nicolás Águila

 

Y nos callamos todos, tú y la noche y el viento, la noche y tú sin ti, locura azul nostalgia. Y arrollamos cantando los Zafiros son son Rampa abajo sin miedo. Son son porque son eran y siendo mucha conga también fueron bolero. Y qué pronto tan pronto de pronto se nos fueron. Se murieron del susto, del ron y Cayo Hueso. Se les cayó el aché, la herradura en la puerta y la aldaba oxidada. El ebbó del tabaco y el coco trabajado tampoco les sirvieron. Fue envidia y brujería, mal de ojo y engrudo. Fue el alcohol y las jebas, el cubilete incierto y el chivato anotando burukutela cruda, bilongo por la espalda, salación, burocracia, rencor parametrado. La Habana en si bemol, desnaturalizada, los mató de repente y algo más que más duele. No murieron de éxito. De espanto se murieron. 

 

 

Por José A. Rodríguez

 

El hombre que corrió detrás del tren
pude haber sido yo
el mismo que quedó en el andén
despidiendo la risa de una muchacha
Qué hará un hombre solo en una estación
donde nadie lo espera
Qué hacer con su melancólica manía de extrañar
de descolgar teléfonos
que nunca nos llaman
Qué hará aquel hombre tan parecido al hombre
sentado en la punta de sus treinta años
comiéndose los nervios
tirando madrugadas sobre la cama
conociendo secretos que no le pertenecen
Qué haremos con los secretos
de las muchachas que nos amanecieron con la risa
Qué hará aquel hombre con mis palabras
tan parecidas a las mías
donde los trenes se despiden.

 

 

Por Yusbiel León 

 

Frente a las puertas saladas
oxidadas por las hiedras,
el silencio de las piedras
pasta por las madrugadas.
Las calles desafinadas
cantan el polvo del día.
Y por su estirpe bravía
cargan en su andar violento
con un frontil de cemento
los bueyes de la bahía.

 

 

Anónimo

 

Piripantú era un duende que vivía en una ceiba que estaba en una de las orillas del río Arimao. Siempre jugaba con los rayos del sol que parecían besar las flores silvestres y terminaba sacudiendo los gajos de la mariposa para que las gotas de rocío cayeran sobre él como una refrescante lluvia. Se alimentaba de huevos de codorniz, zunzunes, gorriones y lagartijas. Después que saqueaba los nidos, bajaba al río a beber su agua pura y fresca. Allí tenía una pequeña charca cristalina de fondo arenoso donde nadaban peces de colores entre las innumerables conchas. Se creía dueño del mundo y sentábase a contemplar las idas y venidas de sus habitantes.
     Pero comenzaban a suceder cosas extrañas. Cuando el primer rayo de sol despertó a Piripantú en el hueco de su ceiba, este corrió hasta donde estaba la mariposa y sacudió sus gajos para el baño matutino y... ¡no cayó ni  una gota!


Del libro Compilación de leyendas cumanayagüenses. (Inédito). Compiladora: Aisairis Santana Consuegra. Diseño de cubierta, edición y corrección: Yaskil Moisés Álvarez Cuellar. (N. del E.).

 

 

Por Nélida Puerto


Hay ganas de volver,  de amar, de no ausentarse,
de no morir,  e iluminar  al cielo con llamas  de infinito.
Ganas de convertir el más allá en estancia del  amor.
De sujetarse para  siempre a la primavera
transformar las sombras en gotas de rocío
sonrojar al universo  si padecemos una ráfaga de locura,
perfecto pasto para dos amantes.
Grabar en el costado el sueño
para despertar en un poema.

Pureza en las palabra

Sigue el ritmo al pie de la locura
escribe sobre el viento tu presencia
mis luces  se llenaron con ausencia
escribiendo en las rocas la cordura.

Por Mayda Palazuelos

 

El garaje donde parqueo, está bajo este edificio. En temporada de primavera se llena de gorriones ese techo.
     Los padres vienen para alimentarlos pico a pico, los veo volar y les hecho pedacitos de pan (comida de gatos) partida bien chiquitita, los pone preciosos!; tiene muchas proteínas.
     A los pajaritos no los puedo ver, están escondidos entre el techo y los tubos y los carros abajo, no los puedo socorrer y a veces sus padres no pueden regresar: han ido lejos buscando algún granito de algo, puede ser arroz, pan, pedacitos pequeños de carne, muy bien picados o comida para perros o gatos,  un poco triturada para que le quepa en su pico.
     El asunto es que a veces bajo a lavar mi carro tarde en la noche y siento ese profundo lamento de los pichones en desesperación.
     Al otro día, es tarde, desaparecieron sus voces, sus padres no pudieron regresar… 

 

 

Por Claudia T. Cabrera

 

Siempre tierna se aproxima
en un ramo celestial
la tonada Carvajal
con una radiante rima.
La metáfora se estima:
trae un eco campesino
que lleva al batey su trino
y al monte su identidad,
pues conmeve con bondad
tejiendo el verso divino.



La grandeza de querer


En miel de la tradición
el hijo se fortalece,
pues junto a los padres crece
el fruto de estrecha unión.
Sublime es la bendición,
mensajera del placer