Por Olga L. Robaina

 

Queriéndolo o no, es el final.
Un juicio puede convertir el mar en espinas.
Soy Náyade,
y encerrarme dentro de una lata de sardinas,
puede ser contraproducente.

Me descuartizan.

Desconocen el color del pecho
y tienen
poco dominio del crepúsculo.

No todos pueden mirar al Sol.
Arremeten...
Sola yo
y la silla.
Sola yo
y mis sueños.
Sola yo
y mi llanto.
Sola yo
y esas malditas voces en mi cabeza.


Una voz se levanta por encima de todas.
Asusta.
Sola yo y mi mundo
Sola yo bajo la piel del diablo.
Sola
Sola
Sola
La silla
y yo en medio
del encierro.

Desde una silla
pude ver el cielo
mientras me acusaban.
Desde una silla
pude ver la luz.
Desde una silla
sentí el látigo una y otra vez sobre mis ojos.
Sobre mi piel.
Sobre el cansancio.

No se termina.
Mis pies se cansan,
mi cuerpo gime.

No hay
No hay
No hay
No hay...

Y ellos siguen arremetiendo.
¡Silencio!
¡Silencio!
¡Silencio!
¡Callen ahora!
¿No se percatan del dolor?

¡Qué te duela!
¡Qué te jodas!
Acaba de entender que no lo sabes todo...
¿Alguien lo sabe?
Puedes irte dijo
y yo salí.
sola
sola
sola
hasta ver la calle y
sentir la brisa.
No se termina aún:
necesito el pan
y por el pan...
hay diablos que criar.