Por Elizabeth Álvarez

 

Llegó la primavera y con ella los jardines se matizaron mágicamente, como abrir y cerrar de ojos.

La gente del pueblo admiraba las flores del viejo Juan; él era un gran jardinero, celosamente sembró muchas variedades de rosas y otras delicadas flores. Buscaba la flor perfecta, y aunque era feliz con su jardín, la vida no le fue tan propicia.

Se había casado en su juventud y su matrimonio fue estéril. Fueron una pareja unida y se amaron, pero Juan se entristecía mirando los hijos de sus amigos que le decían:

—¡Eh, Juan! ¿Cuándo tendrás un jardinerito? Entonces sí que tu jardín será el más bello del mundo.

Juan nunca hizo sufrir a su esposa por ello. Ella murió un día y él pensaba: “He sembrado flores para llenar la vida de colores, he llenado los ojos de los niños con tantas mariposas y abejas y sin embargo mis ojos son grises como si estuviera en un país helado.”

Una noche, cuando rumiaba que sus horas estaban contadas, tomó un farol y fue a ver sus flores. “Quizás por última vez”.

¡Y qué sorpresa! Allí dormida, en medio del jardín, había una niña.

La tomó en sus brazos con la misma ternura con que acostumbraba tratar a sus flores, la acostó en una humilde y pulcra cama, la abrigó, estaba húmeda del rocío y creyó que sentiría frío.

A la mañana siguiente, cuando la niña despertó, todavía el anciano estaba a su lado contemplándola.  Ella abrió los ojos y preguntó:

—¿Dónde estoy? ¿Quién me trajo aquí?

—Fui yo, preciosa niña. Estuve a punto de morir de infelicidad y tú, con esos ojos de caramelo, pelo de miel, manos de almendra y tus labios de rosa tenue has hecho renacer una ilusión perdida.

—¡Qué lindo hablas! —dijo la niña.

—¡Qué voz tan dulce tienes! No habrá mariposa que no se acerque a ti. Pero… qué iluso soy, a lo mejor tus padres te andan buscando.

—No tengo padres, no sé de dónde vine.

—¿Cómo te llamas?

—No tengo nombre.

—Ya sé, te llamaré Flor de Primavera.  

Por el mediodía el viejo salió de paseo con su niña y a todos anunciaba:

—Miren mi Flor de Primavera...

—¿De dónde habrá sacado el viejo jardinero esa criatura?

La niña en el jardín era una flor más, en su cabello se prendían mariposas y las abejas jugaban con ella sin picarle.

—¿Será un sueño? —Se preguntaba el viejo en voz alta.

Los días pasaban como chaparrones de floración.

Una tarde la chiquilla le dijo a Juan:

—Siento que mi tiempo a tu lado se me está acabando.

—¿Por qué dices eso, crees que voy a morir?

—No, querido padre, no sé cómo explicártelo.

Esa noche salieron al jardín, recorrieron cada una de sus plantas, recibieron el perfume exquisito de las flores; se sentaron muy juntos entre ellas. El viejo durmió para siempre y la niña se fue marchitando; pero cada año ella vuelve con la lluvia y la gente del pueblo la visitan para admirar la Flor del viejo jardinero.