Por Antonio Velázquez

 

A veces, yo, pensativo,
veo lo chiquito, inmenso,
y hago un mundo para mí
con tantas cosas que pienso.

Un rey de espada y corona
pensaba que yo era un día,
que andaba en caballo blanco
y un gran pueblo me aplaudía.

Pienso que soy marinero
mar arriba y mar abajo
y que gané una medalla
por ser héroe del trabajo.

Un día en un hospital
donde yo era un doctor,
salvé la vida a una niña
que se moría de amor.

Por Rocío D’ María Alfonso Roque

 

De color blanco y café
juguetón y parlanchín
en el sofá de mi sala
prefiere un suave cojín.

Me acompaña con arrullo
amoroso y pendenciero
y si me descuido un poco
se esconde en el costurero.

Mi gato café con leche
es dulce como la luna
y cuando yo lo acurruco
dice adiós desde su cuna.


Con este poema la autora participó en el Encuentro-Debate Nacional de Talleres Literarios Infantiles, Ciego de Ávila, 2018. (N. del E.).

 

 

Por Abel Guerrero

 

En Pueblo Viejo las casas
se van muriendo:
padecen de musgo gris
y de silencio
como lunas sorprendidas
por diez cangrejos,
abandonadas guitarras
sin su concierto.

Están enfermas las noches
sin agujeros
y mordidas por las copas
de su sombrero.

Mas, pálidas y calladas
llevan por dentro
tristes cantos olvidados
y nuevos versos.

 

De: Papá, me compras un mar.

 

 

Por Yamily Díaz Ortiz

 

Una torcaza
bien carmelita
regala flores
de su jardín,
envuelve todo
con sus alitas,
limpios colores
al sonreír.

Una torcaza
juega mi juego
con camisola
cintas y vuelos,
inquieta, fina
sola, feliz. 

 

Con esta poesía la autora obtuvo Mención en el concurso literario “Batalla de Maltiempo”, Cruces, Cienfuegos, 2023. (N. del E.).

 

 

Por Orlando V. Pérez

 

Cachita

Pues sí, la perra Cachita
sus zapatillas perdió.
Perico se las comió:
¡Y la pobre cómo grita!
No puede la bailarina
ni soñar que toca el cielo
y castiga su pañuelo
con su lágrima canina.

 

Espantapájaros

Espantapájaros vio
que los canteros del huerto
son como un campo desierto
después que Chivo pasó
por ellos y se comió
cada pétalo despierto.

Por Nélida Puerto

    

Abuela, ¿dónde tu mano
ha detenido su aliento,
porque veo tu aposento
como una flor en desgano?:
tu voz es faro lejano.
Con nubes, rosas y acera
voy a hacerte una escalera
con cicatrices y esmero
para atrapar al lucero 
que te tiene prisionera.

Abuela, dame tu mano
y los zapatos de noche. 
Quiero sujetar el broche
de la luna en el pantano,
vestir al cielo lejano
con una rosa sin dueño.
Por eso pido tu empeño 
para este mundo estrenar.
Enséñame a caminar 
por los senderos del sueño. 

Por Damaris Gandul Rodríguez

 

Un día en las nubes
un niño pinta
con la lluvia la sonrisa.
Paloma de la mañana
me despiertas.
Paloma de la tarde
con tu glo, glo
le das aliento
a la llovizna.
Paloma del oscurecer
te canto, te busco,
espero verte
en otro sol.

 

Con este texto la autora obtuvo Premio en el Concurso Territorial “Batalla de Maltiempo”, Cruces, Cienfuegos, Cuba, 2023. (N. del E.).

 

 

Por Olga L. Robaina

 

Le brindó abrigo en su flor,
le permitió acariciarla,
y fue tan bueno besarla
que casi muere de amor.
¿Será que al sentir su olor
se enamoró? ¿Y si fracasa?
Regresará triste a casa,
olvidará el desatino,
nadie sabrá del destino
que tuvo calabaza. 

 

 

Por Javier Feijóo

 

Muchos años atrás, en Japón, en un pequeño pueblo a la orilla de un río, habitó una joven campesina muy hermosa. La muchacha vivía con su padre, quien era un sabio maestro samurái de avanzada edad. La fama de la belleza de su hija era tan grande, que de todos los rincones del país venían personas a admirarla y a realizarle propuestas de matrimonio, ofreciendo grandes tesoros a su padre, quien agradecía las ofertas, pero nunca las aprobaba.
     Un día la muchacha dijo:
     —Querido padre, siempre he confiado en su sabiduría, pero… ¿no considera usted que ya es hora de aceptar algún pretendiente? Vivimos en una cabaña humilde, somos campesinos y una buena dote de matrimonio nos vendría bien.
     A lo que el sabio contestó:
     —Paciencia, hija mía, existen cosas más importantes en el mundo que las riquezas, el esposo indicado llegará.
     Un día tocaron la puerta de la casa; era un apuesto general que vestía una armadura dorada con grandes banderas de fuego en la espalda.
     —Maestro, he venido desde muy lejos a tomar a su hija como esposa y ofrecerle el peso de mi ejército en oro. La joven y el viejo, después de hacer una profunda reverencia, se sentaron, a la vez que lo invitaban a sentarse.

Por Maritza González

 

Romelia le había enseñado la magia de las hierbas y los poderes secretos de la luna. Le orientó que hiciera una vela con cera de su finca, de dos metros de largo; mandó a fabricar toneles de maderas olorosas, y le dijo que preparara el mejunje, cuando la luna asomara sus cuernos finos por el norte. Tenía que entrar a la casa de tabaco, con su gigantesca vela prendida, y luego echar dentro de los barriles dos cubos de vino tinto, una güira madura, una libra de anís estrellado, tres gotas de orina inocente, diez ramas de hinojo, un puñado de santajuanas y un ojo de buey; con una vara de cañabrava debía batir el alucinante brebaje hasta que empezara a burbujear; luego sumergía el tabaco, lo dejaba toda la noche hasta el otro día, y cuando el sol estaba en el mismo corazón del cielo, lo sacaba, lo sacudía y lo empacaba en tercios durante cuarenta días… y desde entonces los fumadores labran la tierra cantando; los solterones, a quienes la timidez les había secado la juventud, se hicieron de esposas, y Santana, al que un trueno había dejado la mirada y la cabeza tiesa a la derecha por más de veinte nochebuenas, enderezó su camino a la primera bocanada.