Por María Herrera

 

(Primera parte)

Níac Tité, el titaterrestreté, vino desde el planeta Titán Titetatilandia; era un día soleado y su pequeña nave espacial azul aterrizó en la rama de un cerezo, viajó desde lejos para mostrar su universo.
     Trajo una maleta que tenía tres zapatos para tomar el té, pues en el mundo de Níac Tité todo se ve de otra manera y sirve para otra cosa. En el planeta de Níac Tité los zapatos se llaman tecitita y sirven para tomar el té y el agua de títitos, una fruta que crece en su planeta y que no es redonda ni ovalada, sino estrellada.
     Níac Tité quiere hacer amigos; pero él habla titetainés y un pequeño gusanito que habita en el cerezo donde aterrizó, lo mira ansioso detrás de su amiga Verdecita, la hoja.
     —Tetité tato lalila teti teti telaté —dijo con entusiasmo Níac Tité al gusanito.
     —No entiendo nadita —dijo Olivio el Gusanito, que habla haciendo todo pequeñito.
     Olivio se puso nervioso y a Níac Tité se le borró la sonrisa que tenía desde que llegó, donde mostraba sus dientes: solo tiene tres, uno bien adelante y los otros detrás y él está feliz con su dentadura. Su color de piel azul claro se puso oscura, eso le pasa cuando está triste. Olivio cortó una cereza y le dio mientras le sonreía y Níac Tité sonrió y empezaron a su manera a ser amigos.

Por Yamily Díaz Ortiz

 

Una torcaza
bien carmelita
regala flores
de su jardín,
envuelve todo
con sus alitas,
limpios colores
al sonreír.

Una torcaza
juega mi juego
con camisola
cintas y vuelos,
inquieta, fina
sola, feliz. 

 

Con esta poesía la autora obtuvo Mención en el concurso literario “Batalla de Maltiempo”, Cruces, Cienfuegos, 2023. (N. del E.).

 

 

Por Rocío D’ María Alfonso Roque

 

De color blanco y café
juguetón y parlanchín
en el sofá de mi sala
prefiere un suave cojín.

Me acompaña con arrullo
amoroso y pendenciero
y si me descuido un poco
se esconde en el costurero.

Mi gato café con leche
es dulce como la luna
y cuando yo lo acurruco
dice adiós desde su cuna.


Con este poema la autora participó en el Encuentro-Debate Nacional de Talleres Literarios Infantiles, Ciego de Ávila, 2018. (N. del E.).

 

 

Por Liset Saura

 

Hoy he visto
en alto vuelo
a un papalote sin cola,
se parecía  una ola,
tembloroso por el cielo.
Pronto agité mi pañuelo,
aplaudí su gran hazaña,
zigzagueó
de forma extraña
en su ágil movimiento
y como retando al viento,
cayó en la zona aledaña.

 

 

Por Damaris Gandul Rodríguez

 

Un día en las nubes
un niño pinta
con la lluvia la sonrisa.
Paloma de la mañana
me despiertas.
Paloma de la tarde
con tu glo, glo
le das aliento
a la llovizna.
Paloma del oscurecer
te canto, te busco,
espero verte
en otro sol.

 

Con este texto la autora obtuvo Premio en el Concurso Territorial “Batalla de Maltiempo”, Cruces, Cienfuegos, Cuba, 2023. (N. del E.).

 

 

Por Orlando V. Pérez

 

Cachita

Pues sí, la perra Cachita
sus zapatillas perdió.
Perico se las comió:
¡Y la pobre cómo grita!
No puede la bailarina
ni soñar que toca el cielo
y castiga su pañuelo
con su lágrima canina.

 

Espantapájaros

Espantapájaros vio
que los canteros del huerto
son como un campo desierto
después que Chivo pasó
por ellos y se comió
cada pétalo despierto.

Por Silvia C. Valdés

 

Qué me ofreces, marinero,
a cambio de mi velero?
Un pedazo de tu mar
acabado de cortar?
Una porción de la arena
donde tu nave carena?
O la brisa que en tu playa
corretea y se desmaya?
Ay, amigo marinero...
yo no cambio mi velero
ni por todo el litoral
con caballo de coral.
Ni por la mayor fortuna,
ni siquiera por la luna!!! 


De: El libro de los conjuros

 

 

Por Maritza González

 

Romelia le había enseñado la magia de las hierbas y los poderes secretos de la luna. Le orientó que hiciera una vela con cera de su finca, de dos metros de largo; mandó a fabricar toneles de maderas olorosas, y le dijo que preparara el mejunje, cuando la luna asomara sus cuernos finos por el norte. Tenía que entrar a la casa de tabaco, con su gigantesca vela prendida, y luego echar dentro de los barriles dos cubos de vino tinto, una güira madura, una libra de anís estrellado, tres gotas de orina inocente, diez ramas de hinojo, un puñado de santajuanas y un ojo de buey; con una vara de cañabrava debía batir el alucinante brebaje hasta que empezara a burbujear; luego sumergía el tabaco, lo dejaba toda la noche hasta el otro día, y cuando el sol estaba en el mismo corazón del cielo, lo sacaba, lo sacudía y lo empacaba en tercios durante cuarenta días… y desde entonces los fumadores labran la tierra cantando; los solterones, a quienes la timidez les había secado la juventud, se hicieron de esposas, y Santana, al que un trueno había dejado la mirada y la cabeza tiesa a la derecha por más de veinte nochebuenas, enderezó su camino a la primera bocanada.

 

 

Por Olga L. Robaina

 

Le brindó abrigo en su flor,
le permitió acariciarla,
y fue tan bueno besarla
que casi muere de amor.
¿Será que al sentir su olor
se enamoró? ¿Y si fracasa?
Regresará triste a casa,
olvidará el desatino,
nadie sabrá del destino
que tuvo calabaza. 

 

 

Por Antonio Velázquez

 

A veces, yo, pensativo,
veo lo chiquito, inmenso,
y hago un mundo para mí
con tantas cosas que pienso.

Un rey de espada y corona
pensaba que yo era un día,
que andaba en caballo blanco
y un gran pueblo me aplaudía.

Pienso que soy marinero
mar arriba y mar abajo
y que gané una medalla
por ser héroe del trabajo.

Un día en un hospital
donde yo era un doctor,
salvé la vida a una niña
que se moría de amor.