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Por José M. Pérez
A mi abuelo Miguel, el padre de mamá, le gustan los juguetes. A mi primo Juanmi le quitó los camioncitos. Juanmi formó tremenda pataleta y cuando vio que no se los devolvía le dio por la frente con la pistola de agua y le hizo tremendo chichón. A mí me sorprendió, llegó por atrás y me arrebató a Zoila, la muñeca que más quiero. Intenté quitársela, hasta lo pellizqué, pero solo conseguí quedarme con un zapatico en la mano y recibir un sombrerazo. Comencé a llorar… En ese mismo instante entró mamá a la sala y me hizo algunas señas:
—No llores, María Carla, él después te las devuelve —y giró tres veces el dedo índice alrededor de su oreja.
Entre mi primo y yo le hemos dado como cuarenta y cinco pellizcos. Una tarde Juanmi lo mordió. Lo castigaron. Estuvo arrodillado en el rincón del cuarto y no pudo salir por la noche. Pero mi abuelo Miguel no hace caso. Cuando menos se espera se aparece y nos rompe el juego. Mi amiga Laura Elena no quiere venir más a casa. El día que estábamos jugando parchís, abuelo nos regó las fichas y le haló la motoneta tan duro como lo hacen los muchachos malcriados en la escuela. Dice Laurita que cuando le dio las quejas a sus papás, ambos a la vez, llevaron los índices a las orejas,
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Por Maritza González
El viento de la tarde corrió las nubes y el sol bañó de luz toda la tierra. Un campesino que cabalgaba por el trillo, de repente la vio en lo alto de una rama y gritó: “¡Solavaya!” La señora contestó con un graznido ensordecedor, pues odiaba esa palabra.
La naturaleza le había regalado la noche para que gobernara en ella, y ésta la acogió en su reino. Le enseñó los secretos de la luna en su andar, pero nada de ese mundo de astros y centinelas le atraía.
Había visto tantas veces a las palomas jugando con los niños allá en el patio de los Vega, y salir en bandadas al amanecer hacia los cuatro puntos cardinales, que imaginarse envuelta en aquella aventura le agitó como remolinos las plumas de las alas.
Dejó de meditar y salió disparada rumbo al palomar de los Denis; al llegar, se posó en una rama cercana a la entrada de la casita. Allí estaban reunidas las madres con sus pichones, que al verla se fueron a proteger a los más pequeños; a su encuentro salió una paloma color esmeralda sosteniéndose en un bastón; un pañuelo de óvalo le cubría la cabeza. Con la voz apagada, le dio los buenos días y le pregunto:
–¿Qué le trae por aquí, señora?
Ella, inflando el pecho, se llenó de valor y le contestó:
–¡Abuela paloma, necesito ayuda!
Al escuchar esto, las más jóvenes dijeron al unísono:
–!Cuidado, abuela! No se puede confiar en una desconocida.
Y un palomo de plumaje tornasol y ojos color de fuego, tomó la palabra y dijo:
–Escuchemos a la recién llegada.
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Por Orlando V. Pérez
A Mariam, mi nieta más pequeña.
Tenía lista la bolsa donde los echaría. Nadie lo estaba observando, y ellos estaban solos en ese momento, acurrucados en el piso, sin la protección de la madre, que de seguro había salido a estirar los músculos, le dio por pensar. Eran muchos, cada vez más barrigas a llenar, y la comida… cada vez más escasa, le dio por pensar.
Lanzarlos en el fondo de la bolsa y salir a caminar entre viejos trillos, boscajes, arroyos, cañadas, en busca de un lugar donde botarlos, era su decisión. Con buena suerte, tal vez cerca de alguna casa, se decía.
Hasta que se le dio la oportunidad esa madrugada casi fría. Los fue tomando por el lomo uno a uno, apretándoles la boca para que no pudieran chillar, y aunque se lograban defender con sus garras y sus dientes como navajitas, apenas si le hacían algún rasguño en la poderosa mano. Removió la bolsa y fueron cayendo uno tras otro en el fondo sin remedio. Pero, de pronto, se le apareció la niña caminando a paso lento hacia él. No le quedó más remedio que estrujar la bolsa, y los pudo silenciar.
—¿Qué haces tú levantada a esta hora?
—Son preciosos, ¿verdad?
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Por Mariam Aguilar
Había una vez una niña que pasaba por la orilla de una laguna y vio cómo una culebra se quería tragar a un renacuajo que estaba entretenido nadando en la orilla. La niña cogió un palo y con mucho trabajo ahuyentó a la culebra. Desde ese día ella pasaba todas las mañanas por la orilla de la laguna camino hacia la escuela, y conversaba un rato con el renacuajo, y así se hicieron buenos amigos. Pero sucedió que un día, el renacuajo sacó su cabecita y le dijo: “A partir de este momento no me volverás a ver”. “¿Por qué?”, le preguntó la niña. “Porque me estoy volviendo rana”. Después de decirle esto, el renacuajo-rana dio un salto por encima del agua, y la niña pudo ver cómo la cola de su amigo había desaparecido y en vez de aletas tenía patas. Entonces pensó que a partir de ese momento perdía un amigo, pero de seguro iba a ganar otro.
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Sobre penachos de espuma
los veo llegar:
son unos duendes traviesos,
duendes de mar.
Torbellinos en burbujas,
fino coral,
que asaltan como piratas
el arenal.
Con la prisa de las olas
los veo marchar.
Dentro de la azul botella…
¿a dónde irán?
Con este poema la autora obtuvo Premio en poesía infantil en el Concurso Nacional “Benigno Rodríguez” 2024, Los Arabos, Matanzas. (N. del E.)
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Por Rogelio Leal
Mari Lope, Mari Lope
es la flor de la amistad.
Jean, pirata de corsarios,
la quería desposar:
—Mari Lope, serán tuyos
mis tesoro de la mar.
—Guarda, guarda los regalos,
tus palabras son de sal;
que no cambio yo mi patria
por tu cofre y tu bregar.
Esta noche los cocuyos,
desde el sueño de coral,
fueron lobos marineros
a robarla para Jean.
Y en la playa, Mary Lope
¡el prodigio de contar!
se volvió una planta humilde
y no pudo la maldad.
Mari Lope, Mari Lope
es la flor de mi ciudad:
hojiverdes las sandalias
y la bata de azafrán.
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Por Analía Romero
Me llamo Harold. Nací en una comunidad subdesarrollada. Mis padres eran Jane y Pared, una pareja africana. Yo nací albino. Mi padre me abandonó cuando era niño a causa de mi condición de albinismo, o eso creí...
Me crié en malas condiciones. Mi madre era una humilde señora que movería el Sol por verme feliz. A diferencia de mi padre, ella sí me quería. En mi comunidad, los niños de mi edad me hacían bullying. Esto hizo que fuese muy difícil para mí vivir tranquilo. Aparte de ser pobre, era criticado duramente por las demás personas.
Una noche, tuve un sueño muy peculiar que cambió mi vida. En este, mi yo del futuro salía del espejo y me decía de esta forma:
—Harold, la palabra secreta para descifrar las runas espaciales es... En ese momento un tentáculo lo haló y volvió a su dimensión. Me asusté. Durante semanas intenté averiguar qué significaba ese sueño. Casi enloquezco.
Una tarde, se veía una luz inusual en el cielo. Las personas de mi comunidad pensaron que era una señal de “Los Dioses”, pero no. Se formaron unas nubes coloradas. Se veía un objeto de gran tamaño descendiendo hacia nosotros. Al aterrizar, bajaron unos seres sobrenaturales. Uno de ellos, que parecía ser su líder, fue el primero en bajar. Con una horrible voz dijo:
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Por Pepe Sánchez
A Náthaly Rossi, mi nieta.
Y que ya nadie se asombre
de que la noche y el día
se fundan, y algarabía
sea el sonido de un nombre.
Ni que la vida se alfombre
con los ojos de mi nieta.
Náthaly, deja en la grieta
del amor su canto y verso,
que para cruzar lo adverso
tendrá la luz del poeta.
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Por Taymí Blanco
La noche despliega
su manto
sobre el mar,
al son de las caracolas.
Las estrellas titilan,
encienden la tempestad,
con plasmas de destellos.
El viento aúlla,
la luna ríe,
ambos danzan sobre las crestas,
al son de las caracolas.
Al son, son,
dos que juegan,
dos y tres.
Caracol, mar y ola,
al ritmo de tus pies.
Se acurruca luego el mar,
entre la bruma bordada,
y sueña con amanecer
al son de la caracola.
Caracol, mar y ola,
al ritmo de tus pies.
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Hoy Laura Valentina, después de jugar con sus amigos, algo cansada se sentó en su sillón preferido, mientras encendía el televisor, para disfrutar de su animado preferido, llamado “El hombre espacial”, en tanto comenzó a mecerse rápidamente. De pronto, para su sorpresa, frente a sus ojos apareció un enorme tren de color rojo, cuyo conductor era un conejo con traje y reloj enanos.
—¡Móntate, muchacha! —le dijo el conejo.
Al decir esto salió el genio de Aladino y vistió a Laura como una de esas princesas que hay en los cuentos. El tren entró por un portal y al atravesarlo, a la niña le pareció como si volara entre nubes; vio todo oscuro y con un montón de estrellas. Sintió muchos calambres y miró con gran temor hacia abajo. Entonces exclamó:
—¡Estoy en el cosmos!
Para mayor asombro de la niña, a su lado se sentó un guía turístico, digo, un guía espacial, que dijo llamarse Peter Pan, quien a Laura le explicó:
—Mira, esas constelaciones se llaman Escorpión, Osa Mayor, Osa Menor, Arquero y aquella, la más brillante, lleva el nombre de Laura Valentina.
—¡¿Qué?!
—¡Sí, esa se llama así en tu honor, y por si no lo sabes, aquí eres la reina del cosmos!
Pasó el tiempo y continuaron paseando por el espacio, hasta que se detuvieron en Marte, donde los marcianos la recibieron con un extravagante saludo. Entonces, la muchacha preguntó:
—¿Qué día es hoy?
Los extraterrestres le cantaron:
—Domingo, lunes, martes, laura, miércoles, jueves, viernes y sábado.
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