Por Laura Irene Hernández Simón

(Continuación)

Martes 28 de octubre

Me sigo queriendo morir. Entre tantas peleas no puedo ya ni oír bien. Mis oídos duelen de escuchar tanto odio entre seres que deberían amarse. Nadie habla conmigo, todos en casa me ignoran, no tengo lugar, solo me siento más acogida cuando estoy cerca de David. Con él me han pasado algunas cosas buenas que nos hicimos amigos gracias al ejercicio del psicólogo, que me animó para aprovechar estos dos meses al máximo, tanto que ya puedo llamar amigos a algunos compañeros de mis compañeros de aula. Ya me relaciono con ellos. Eso también gracias a mi Cielo. No sé si eso que estoy sintiendo es transitorio, pero por lo menos con él mi locura se justifica por amor, y por momentos me siento en las nubes. Eso no quiere decir que no tenga miedos ni dudas.

Por Laura Irene Hernández Simón

(Continuación)

Miécoles 1ro. de octubre

En estos días todo ha empeorado menos el clima, que cada vez conforta más mi estilo. David llegó muy decaído de Santa Clara, y yo sin idea del porqué. Mi papá se separó de mi mamá, así que fuimos unos días para casa de mi abuela. Mi mamá prefiere no abrumarme tanto con sus cosas, a mí, que ya estoy medio loca. Mi tía vino de visita y ni ha pasado a verme. Y yo como si nada: haciéndome la desentendida a toda hora. Al menos así dicen: “¡Ay, pobrecita la niña”, y no me molestan tanto. Al final, no tuve que robarle pétalos de rosa a vecina; mi abuela tiene en su patio rosales que había olvidado casi por completo.

Por Laura Irene Hernández Simón

(Continuación)

Domingo 28 de septiembre

El viernes pasado fui al psicólogo. Mi mamá fue a la escuela a recogerme. Me hizo señas con la mano para que la distinguiera entre tanta juventud perdida. Me asusté un poco al verla. David, mi Cielo, estaba justamente al lado de ella, junto a un grupo de  amigos que, a cada rato, lo celebraban dándole unos golpecitos en el brazo. Creo que era su cumpleaños. Su mamá lo vino a recoger antes de que yo saliera. Camino al hospital en lo único que pensaba era en él. ¿Qué estará haciendo? ¿Con quién estará hablando? ¿Seré yo lo suficiente cercana como para felicitarlo en su próximo cumpleaños?

Por Mariam Aguilar

Cortó en dos las cartas, y cada una de esas mitades, en otras dos. Yo la observaba en silencio, pero cuando empezó a conversar con un ser invisible que tenía delante, me le fui acercando con mucho cuidado, para que no se diera cuenta.
     De pronto, me dijo:
     —Yo sé que estás ahí.
     —¿Cómo lo sabes? —sorprendido, le pregunté.
     —Porque tengo poderes.
     —¿Y quién te los dio?
     —¡Ahora soy la maga de los cuentos…! —estaba muy seria—. Te repito: tengo poderes.
     —¿Poderes sobrenaturales?
     —No, los míos son naturales naturales —fue tajante su respuesta.
     Siguió cortando las cartas en silencio, mientras pronunciaba palabras incomprensibles, como en un rezo.
     Volví a mi interrogatorio:

Por Hilda Alicia Mas

Este invierno es diferente. La niña que soñaba atrapar el Sol para regalárselo a los niños de su pueblo que le temían al invierno, está muy cerca del Astro Rey. Desde allí puede ver muchas cosas. Ya ellos no son los mismos; ya no le temen al frío, por lo que decidió visitarlos en su papalote mágico, ese que le acompaña desde su partida.
     Esta vez trae el papalote lleno de calor y luz porque el Sol, enamorado de la Luna, le regaló miles de pequeños girasoles que ella lleva en su pecho junto a los cascabeles, y al unirse ambos, de su pecho salen pequeñas gotas de rocío, las que, al darles la luz solar, se convierten en un hermoso arcoíris si la cola del papalote llega de día al pueblo; si llega de noche, una inmensa Luna brillará en el firmamento y miles de estrellas y luceros creerán que te sonríen.

Por Iriam Morales

En lo más profundo de la oscuridad, donde se resguardan las sublimes tentaciones, una sutil pero molesta tonada me hace temblar y a pesar de haber estado inconciente, reviso cada lado, deseando no deshacer la acogedora postura aliviante de mis dolores ¡No lo puedo creer! ¿Será él de nuevo? Ese bicho fresco se excita a niveles de depravación, humanamente asfixiantes, con solo oler el embriagador aroma que brota de mi sudor. ¡Ay, Dios mío! No hay tregua que valga. Cuando su lanza me estremece todas las noches, en el baño, la cocina, hasta en la sala y ni hablar de la cama. La próxima noche que lo sienta, lleno de ansias lo mataré, ya que el no tiene perdón, al haberse metido en mi mosquitero. 

 

Por Ana Teresa Guillemí

Despierta, mi bien, despierta,
mira que ya anocheció,
ya las estrellas se arropan
al sol, que al fin se durmió.

Despierta, mi bien, despierta,
ya es hora de despertar,
ya por el bosque celeste
oigo un sinsonte cantar.

Y una cara redondita
a tu cuna se asomó,
y estas son las nochecitas
que risueña te cantó.

Por Elizabeth Álvarez

Jugando a nubes jugando
imagino lo que veo
y las cosas voy formando
como piezas de museo.

Jugando yo me encontré
a un perro que hace maromas;
él se perdió entre las bromas
que yo misma le conté.

Jugando yo vi a un gigante
que me quería atrapar;

Por Javier Feijóo

I

Era un día como cualquier otro, Michu dejaba que la brisa jugara con su pelaje, mientras él se adormecía en la terraza de la hogar donde vivía. Siempre había sido muy bueno en aquello de dormir y estar tumbado.

Sin embargo, esa tarde sintió algo que caía del alero del techo cerca de él. Haciendo gran esfuerzo, abrió los ojos y observó que tenía forma ovalada, además parecía bastante jugoso. Poniendo todo de su parte el felino se levantó y fue a oler aquello, ya saben el dicho: La curiosidad mató al gato. Después de olerlo, se aventuró a probarlo

—¡Umm que rico! —pensó—. Si no me equivoco esto es una semilla de mango.

       El animal la degustó con gran paciencia; una vez terminada la merienda, le propinó un zarpazo a lo que quedaba de la semilla para quitarla del medio de su camino, pero para su sorpresa esta en su trayectoria se elevó en el aire, chocó contra la pared de la casa y rebotó y volvió directamente a Michu, quien, gracias a sus reflejos de felino,

Por Hilda Alicia Mas

La tarde anunciaba lluvia el  arroyo; cansado de correr, se mantenía quieto  en espera de que la lluvia brotara sobre sus aguas para calmar su cansancio: fue entonces cuando estalló  la tormenta.
     El arroyo de Baldomero comenzó a crecer, arrastrando cuantas cosas había en él.
     Cesó de llover, un arcoíris apareció a lo lejos.
     De pronto, dos niños que miraban el desborde del arroyo, al ver cómo de sus aguas salía un hada salpicada de peces caracoles y algas…:
     —Es un pez  con alas.
     —Y corrieron a buscar a sus padres.
     Estos fueron a su encuentro ante tantos gritos.