Por Maritza González

Cuando Romelia supo por sus padres que Baldomero había sido elegido como futuro esposo, no quedó un sitio en la casa que no supiera de su dolor. “Con su finca hasta las cotorras cantarán al sol —le decía la madre—. El amor viene después”.
Desesperada, Romelia fue a casa de Cipriana, que tenía el don de desenredar todas sus madejas.
     —Espera que venga el amolador de tijeras; dicen que el sonido de su flauta concede hasta los más dulces deseos —le dijo Cipriana.
     —O tira el nombre de ese hombre escrito en un papel de cartucho, debajo de los cascos del caballo pinto de Cuco, cuando venga con el rabo torcido a la derecha —volvió a aconsejar—; y pásate una paloma blanca por el cuerpo en nombre de San Isidro el Labrador, cuando veas el primer arco iris de mayo.

Por Elizabeth Álvarez

Sapito Sapón
tuvieron un barco,
su mar siempre fue
un revuelto charco.

Y miedo tenía
hormiga viajera,
río abajo va
cantando a capella.

Y los tres pichones
fueron marineros,
el nido de paja
era su viajero.

Por Karlo Fabio Pérez

A paso apresurado, y con un dilema de mil demonios en la cabeza, caminaba Pedro a encontrarse con sus siempre fieles amigos. Pedro era un joven sencillo y amable, admirador de la trova.
     Sus amigos eran una mezcla de todos los sectores de la sociedad actual: variaban entre rockeros, aficionados al pop, locos por el football y geniales jugadores de dominó. En el grupo destacaba Juan por su vulgaridad y buen corazón.
     El punto de encuentro era el parque de las piedras, llamado así por los enormes menhires que decoraban sus alrededores; la hora de reunión: las 2 de la tarde.
     Cuando Pedro llegó, todos sus amigos lo esperaban.
     —¡Pedroooo!  —exclamó el escandaloso Juan—. Dime, mi chama, cómo te lleva la vida.

Por Mariam Aguilar

Había una vez un ratón que se llamaba Yéremi y un gato que se llamaba Lázaro. Ellos siempre se peleaban. Un día quisieron jugar a los piratas, pero como no encontraban nada con qué jugar, la mamá de uno de ellos les prestó un cofre con galleticas dentro. Desde entonces, les dio por jugar todos los días a los piratas que buscaban un cofre escondido, hasta que crecieron y se volvieron adultos. Entonces, les prestaron a sus hijos aquel cofre mágico. 

Por Antonio Velázquez

El cocuyo hace derroche
del sueño durante el día,
cargando la batería
hasta que llega la noche.
Cuando el día cierra el broche
de la claridad, montones
de cocuyos en rincones,
y en el aire se revelan
como linternas que vuelan
en distintas direcciones.

De: El silencio mira. Ediciones Centro Cairos. (N. del E.)

 

 

Por Hilda A. Mas

Hoy, hija mía, quisiera que las alas existieran para que te devolvieran un poco de cada sueño perdido. El corazón, ¡hija mía!, es una isla llena de espinas y girasoles. Mas yo sé que desde mi partida sufriste mucho, pero te has engrandecido mucho más el alma a pesar de que sé cuánto me extrañas y me necesitas. Desde el cielo, noche tras noche, pido a la luna que haga guardia en tu ventana y el jazmín junto al galán de noche endulce con su perfume tus horas de sueño.
     Sé que te acompaña el crucifijo que te puse con amor debajo de la almohada como el primer bautizo cuando viniste al mundo bajo el sol de nuestro monte.
     Que  nos encontramos día a día y que nos encontraremos más allá del tiempo para juntas desde este infinito azul volver a contarnos historias y sonreirán las estrellas por nuestro eterno encuentro.
     Miles de besos en centelleos para ti.

                                                 
                                                    Tú mamá. 

 

Por Hilda A. Mas

De ser siempre un hada quedó entre el macizo montañoso del Guamuhaya; unas veces, viene de colibrí; otras, de paloma; otras, de tórtola, o de ceiba o de palma coralillo, o simplemente es agua que corre por los arroyuelos y ríos de esos lindos campos, donde el susurro y la frescura que de ellos brotan, hacen que sus aguas corran por entre las piedras dejando una mágica melodía.
     Romelia cada amanecer viaja en su papalote mágico, esparciendo como rocío el polvo de estrellas que trae en cada una de las cintas de ese papalote, esa fantasía que de niña floreció en su corazón.
     Pero… este amanecer  llegó muy  temprano  a visitar cada rincón del pueblo; su papalote venía adornado con cintas  azules, blancas y rojas…
     De niña, ella amó tanto al hombre de la calle Paula, que este amanecer no podía dejar de traerles a los niños un poquito de magia para hacer más bella la mañana; y allí, entre tantas risas,

Por Laura Irene Hernández Simón

(Continuación)

Domingo 30 de noviembre

Hoy se cumplen los dos meses desde que comenzó el ejercicio. No tengo que contar nada, lo que se sabe no se pregunta. Además, las noticias de mi vida no han variado. Sigue empeorando todo, como siempre: mi abuela ya no se puede levantar de la cama, la salud la traicionó; mi mamá se ha vuelto histérica, no para de gritar por todo; mi papá se mudó con no sé quién a no sé qué parte de no sé dónde; prefiero no saber de él. David me desilusionó, como era de esperar. Era demasiado bueno para ser verdad. Parece que ya se sentía incómodo conmigo, que tanto tiempo siendo amigos, lo había acostumbrado a esa idea y…, bueno…,

Por Laura Irene Hernández Simón

(Continuación)

Hace unas semanas me dispuse a dejar congelar mi corazón en la lluvia, pero me arrepentí. Últimamente estoy echando muchos pétalos rojos, y quisiera dejar un cálido recuerdo de mi imagen, aunque sea fingido. Hace como una semana no sé nada de papá, no sé dónde vive ahora, y mi mamá tampoco. En estos días mi abuela ha tenido una racha muy mala con su salud. Se está enfermando con mucha frecuencia. Para rematar, he notado a David extraño, más callado y serio de lo normal. Está muy cerrado en sí mismo y no quiere hablar con nadie, o eso fue lo que me dijo en la escuela antes de que entrara a mi aula y me llevara una malísima sorpresa. Tenía por profesor de Historia al peteroso excompañero de estudios de mi mamá,

Por  Amanda Neris Aguilera Miranda

Contemplando el cielo azul
que me brinda la mañana
se embellece de momento
con los colores del alba.

Cuando el sol resplandeciente
su clara luz nos regala
me despierto con placer
y me asomo a la ventana.

Para admirar el rocío
que por las hojas resbala
y sentir la suave brisa
que me refresca la cara.


De: Consejo Nacional de Casas de Cultura, La Habana,  2018.