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Por Benigno Horta
Un golpe de abanico frente al espejo, la mano en la cintura, carmín en los labios, y… con el ruido de unos pasos tras la puerta de su cuarto… Carlitos volvía a ser el mismo de siempre en un santiamén. Ya no podía controlar aquel espíritu que se le metía en el cuerpo sin poderlo evitar.
Desde muy pequeño, Carlitos compartía su vida con un fantasma. Al principio, todo el mundo los encontraba graciosos. Después los chistes fueron creciendo con ellos hasta convertirse en el tema de comentarios que hicieron del muchacho un chico introvertido. Entonces, comenzó a odiar al fantasma, pero este seguía haciendo de las suyas sin importarle nada.
Así los años fueron convirtiendo el temor en osadía, la novedad en costumbre y la preocupación en olvido; de forma tal, que Carlitos y su fantasma aún comparten el mismo cuerpo sin que ninguno de los dos se acordase del otro.
De: Mariposas en el estómago. Editorial Gente Nueva, 2018. (N. del E.)
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Por José A. Domínguez Jiménez
El extraño ruido la despertó. La niña vio unas sombras que se arrastraban hacia ella en la penumbra del cuarto. El miedo la atacó y la hizo sudar. Estaba totalmente paralizada y no podía gritar siquiera. Las extrañas sombras se lanzaron sobre ella. Unos peludos cuerpos se frotaron contra su piel. La pequeña encendió la luz.
Sobre ella ronroneaban los gatos.
Con este cuento el autor participó en el Encuentro-Debate Nacional de Talleres para Niños, Ciego de Ávila, 2018. (N. del E.)
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Lo mismo en la madrugada
que a punto del mediodía,
se oye como una cantata,
permanente melodía.
Si horario se levanta
su canto como un desvelo:
es el sinsonte, que canta
lo mismo en jaula, que al vuelo.
De: El silencio mira (p.5)
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Por Joan Carlos Harris Lescalle
Un día fui de paseo con mi gato Coquito al río, y descubrimos que hay una cueva oscura y tenebrosa. Mi mascota, curiosa, entró allí, mientras yo, asustado, corrí tras ella. En la cueva había un león ¡y era muy grande! También había piedras muy extrañas, pero a la vez, hermosas. Con miedo me quedé detrás de una de ellas, observando y temiendo que pasara lo peor con mi Coquito; pero para mi sorpresa, vi cómo mi felino, con las acrobacias que se puso a hacer alrededor del león y jugueteando con su cola, logró que el fiero animal lo mirara sonriente y de repente se pusiera a jugar con él, al tiempo que este le decía:
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Por Alexandra Chao Chiú
Una vez, en el círculo infantil de una niña llamada Ana, una cocinera le echó picante a la comida de los niños y la de una tata llamada Deisy. Al probar la comida, los niños soltaron fuego por las orejas y por la boca. Eso fue lo mejor que les podía pasar porque la tata se convirtió en una bola de fuego. Alguien la tocó por casualidad y se quemó la mano. Entonces se armó tremendo alboroto, todos decían:
—¡Fuego, hay fuego!
Anna pensó en echarle agua de los vasitos que ponen en una bandeja para que los niños sacien la sed; así que le preguntó a la otra tata como forma de educación:
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Por Javier Feijoo
Es conocido que las hormigas son muy intranquilas y trabajadoras; sin embargo, Merita y Zoe llevaban estas características al límite. En cuanto al trabajo, eran las primeras en dar el paso al frente; pero su intranquilidad las hacía hacer las cosas más insólitas, al menos para unas hormigas, como en la ocasión en que decidieron practicar deportes extremos, o cuando que se montaron encima de un ciempiés simulando que era un tren de los humanos.
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Por Gabriela Rodríguez Osorio
Macorina es una yegüita alazana, alta y delgada, que aún no tiene dos años edad; simpática y buena, tiene ojos pícaros y alegres. Su mayor ansia es estar libre, y no le gusta —tampoco— ver a otros animales presos.
El campo a que su dueño la llevaba todas las mañanas, le parecía pequeño; trotando por aquí y por allá, dando vueltas sin cesar, inventa todo tipo de travesuras.
Un día quiso saltar una zanja y se embarró de fango podrido: anduvo sucia y apestosa; de modo que todos se apartaban de ella. Rápido olvidó esa travesura y quiso saber qué había del otro lado de la cerca y…
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Por José A. Domínguez Jiménez
El extraño ruido la despertó. La niña vio unas sombras que se arrastraban hacia ella en la penumbra del cuarto. El miedo la atacó y la hizo sudar. Estaba totalmente paralizada y no podía gritar siquiera. Las extrañas sombras se lanzaron sobre ella. Unos peludos cuerpos se frotaron contra su piel. La pequeña encendió la luz.
Sobre ella ronroneaban los gatos.
Con este cuento el autor participó en el Encuentro-Debate Nacional de Talleres para Niños, Ciego de Ávila, 2018. (N. del E.)
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Por Olga L. Robaina
—¿Cómo imaginas un sueño?
—Risueño.
—¿Qué hace en el cielo una estrella?
—Destella.
—¿Qué fulgura así, tan raro?
—El faro.
El velero busca amparo
en una noche sin Luna,
sopla el viento y por fortuna,
risueño destella el faro.
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Por Lietty Pérez Arias
Había una vez un niño que era muy mentiroso. Cada vez que alguno de sus compañeros hacía un cuento, él también hacía uno, pero muy exagerado.
Un día estaban todos en el patio de la escuela, hablando de las carreras que querían estudiar cuando sean grandes, y siempre que uno decía “quisiera ser”… él también decía lo mismo. En fin, iba a estudiar casi todas las carreras que existían en este mundo. No le iba a quedar tiempo ni para peinarse.
Otras veces decía que su padre era astronauta, que su casa estaba bajo el agua, que su mamá era una reina, y él, un príncipe, y muchas cosas más.
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