Por Elizabeth Álvarez

Jugando a nubes jugando
imagino lo que veo
y las cosas voy formando
como piezas de museo.

Jugando yo me encontré
a un perro que hace maromas;
él se perdió entre las bromas
que yo misma le conté.

Jugando yo vi a un gigante
que me quería atrapar;

Por Laura Irene Hernández Samón

Lunes 23 de septiembre

Mi día empezó super bien: cielo nublado, aire frío y un poco de lluvia al llegar a la escuela. Me encantan los días grises, ya estoy acostumbrada a ellos. La mayoría de las veces me encuentro sola, ando conmigo misma y hablo lo necesario. No confío mucho en las personas; pienso que es una pérdida de tiempo estar ilusionándome de demasiado. Mientras más sueñas, más te elevas, pero cuando te percatas de la realidad, más duele la caída. Al final, es algo lógico: Newton descubrió la Ley de la gravedad hace bastante rato y nadie ha podido desafiarla.Es un criterio muy convincente que solo algunos idiotas se atreven a provocar, algunos idiotas como yo que ignoran lo obvio: todo lo que vuela y se eleva, algún día cae. Mi única distracción en la escuela es mirar al Cielo, ese Cielo tan hermoso que estudia en el segundo piso y que, cuando tropieza con mi mirada, me hace ver las nubes, al menos, por unos segundos. Se llama David pero prefiero llamarlo así: Cielo. ¡Lo siento tan lejano! Para una chica como yo cuyo único amigo es el iPod, es imposible imaginar una conversación con él.

Por Benigno Horta

Un golpe de abanico frente al espejo, la mano en la cintura, carmín en los labios, y… con el ruido de unos pasos tras la puerta de su cuarto… Carlitos volvía a ser el mismo de siempre en un santiamén. Ya no podía controlar aquel espíritu que se le metía en el cuerpo sin poderlo evitar.

Desde muy pequeño, Carlitos compartía su vida con un fantasma. Al principio, todo el mundo los encontraba graciosos. Después los chistes fueron creciendo con ellos hasta convertirse en el tema de comentarios que hicieron del muchacho un chico introvertido. Entonces, comenzó a odiar al fantasma, pero este seguía haciendo de las suyas sin importarle nada.

Así los años fueron convirtiendo el temor en osadía, la novedad en costumbre y la preocupación en olvido; de forma tal, que Carlitos  y su fantasma aún comparten el mismo cuerpo sin que ninguno de los dos se acordase del otro.

De: Mariposas en el estómago. Editorial Gente Nueva, 2018. (N. del E.)

Por Laura Irene Hernández Simón

(Continuación)

Domingo 28 de septiembre

El viernes pasado fui al psicólogo. Mi mamá fue a la escuela a recogerme. Me hizo señas con la mano para que la distinguiera entre tanta juventud perdida. Me asusté un poco al verla. David, mi Cielo, estaba justamente al lado de ella, junto a un grupo de  amigos que, a cada rato, lo celebraban dándole unos golpecitos en el brazo. Creo que era su cumpleaños. Su mamá lo vino a recoger antes de que yo saliera. Camino al hospital en lo único que pensaba era en él. ¿Qué estará haciendo? ¿Con quién estará hablando? ¿Seré yo lo suficiente cercana como para felicitarlo en su próximo cumpleaños?

Por Dianamary Cardín Suárez

La matemática no me gusta. Cuando tengo que estudiar, simplemente la dejo para el final.

Mañana hay examen; debo concentrarme hoy, pero primero voy a merendar; pienso mejor con el estómago lleno.

En mis manos tengo un pastel y un vaso lleno de refresco. Abro y cierro los ojos varias veces, pues comienzo a ver el vaso medio raro: el líquido se mueve y dentro de él observo figuras geométricas y números que me miran, hablan y hasta bailan.

—¡Vendo dulces acabaditos de hacer! —pregona de mal humor el triángulo equilátero.

—¿Hay helado? —pregunta el rectángulo sudoroso.

—¿Acaso traes caramelos de fresa? —se relame los labios el número 6.

Por Joan Carlos Harris Lescalle

Un día fui de paseo con mi gato Coquito al río, y descubrimos que hay una cueva oscura y tenebrosa. Mi mascota, curiosa, entró allí, mientras yo, asustado, corrí tras ella. En la cueva había un león ¡y era muy grande! También había piedras muy extrañas, pero a la vez, hermosas. Con miedo me quedé detrás de una de ellas, observando y temiendo que pasara lo peor con mi Coquito; pero para mi sorpresa, vi cómo mi felino, con las acrobacias que se puso a hacer alrededor del león y jugueteando con su cola, logró que el fiero animal lo mirara sonriente y de repente se pusiera a jugar con él, al tiempo que este le decía:

Por Iriam Morales

En lo más profundo de la oscuridad, donde se resguardan las sublimes tentaciones, una sutil pero molesta tonada me hace temblar y a pesar de haber estado inconciente, reviso cada lado, deseando no deshacer la acogedora postura aliviante de mis dolores ¡No lo puedo creer! ¿Será él de nuevo? Ese bicho fresco se excita a niveles de depravación, humanamente asfixiantes, con solo oler el embriagador aroma que brota de mi sudor. ¡Ay, Dios mío! No hay tregua que valga. Cuando su lanza me estremece todas las noches, en el baño, la cocina, hasta en la sala y ni hablar de la cama. La próxima noche que lo sienta, lleno de ansias lo mataré, ya que el no tiene perdón, al haberse metido en mi mosquitero. 

 

Por Antonio Velázquez

El framboyán es la planta
más bella de la floresta,
parece que está de fiesta
y en constante serenata.
Sus flores, rojo escarlata,
dan unas vainas sencillas
que parecen maravillas
en nuestros campos cubanos,
y como no tienen manos
aplauden con las semillas.

De El silencio mira

 

Por Gabriela Rodríguez Osorio

Macorina es una yegüita alazana, alta y delgada, que aún no tiene dos años edad; simpática y buena, tiene ojos pícaros y alegres. Su mayor ansia es estar libre, y no le gusta —tampoco— ver a otros animales presos.

El campo a que su dueño la llevaba todas las mañanas, le parecía pequeño; trotando por aquí y por allá, dando vueltas sin cesar, inventa todo tipo de travesuras.

Un día quiso saltar una zanja y se embarró de fango podrido: anduvo sucia y apestosa; de modo que todos se apartaban de ella. Rápido olvidó esa travesura y quiso saber qué había del otro lado de la cerca y…

Por Javier Feijóo

I

Era un día como cualquier otro, Michu dejaba que la brisa jugara con su pelaje, mientras él se adormecía en la terraza de la hogar donde vivía. Siempre había sido muy bueno en aquello de dormir y estar tumbado.

Sin embargo, esa tarde sintió algo que caía del alero del techo cerca de él. Haciendo gran esfuerzo, abrió los ojos y observó que tenía forma ovalada, además parecía bastante jugoso. Poniendo todo de su parte el felino se levantó y fue a oler aquello, ya saben el dicho: La curiosidad mató al gato. Después de olerlo, se aventuró a probarlo

—¡Umm que rico! —pensó—. Si no me equivoco esto es una semilla de mango.

       El animal la degustó con gran paciencia; una vez terminada la merienda, le propinó un zarpazo a lo que quedaba de la semilla para quitarla del medio de su camino, pero para su sorpresa esta en su trayectoria se elevó en el aire, chocó contra la pared de la casa y rebotó y volvió directamente a Michu, quien, gracias a sus reflejos de felino,