Por Elizabeth Álvarez

Sapito Sapón
tuvieron un barco,
su mar siempre fue
un revuelto charco.

Y miedo tenía
hormiga viajera,
río abajo va
cantando a capella.

Y los tres pichones
fueron marineros,
el nido de paja
era su viajero.

Por Hilda A. Mas

Hoy, hija mía, quisiera que las alas existieran para que te devolvieran un poco de cada sueño perdido. El corazón, ¡hija mía!, es una isla llena de espinas y girasoles. Mas yo sé que desde mi partida sufriste mucho, pero te has engrandecido mucho más el alma a pesar de que sé cuánto me extrañas y me necesitas. Desde el cielo, noche tras noche, pido a la luna que haga guardia en tu ventana y el jazmín junto al galán de noche endulce con su perfume tus horas de sueño.
     Sé que te acompaña el crucifijo que te puse con amor debajo de la almohada como el primer bautizo cuando viniste al mundo bajo el sol de nuestro monte.
     Que  nos encontramos día a día y que nos encontraremos más allá del tiempo para juntas desde este infinito azul volver a contarnos historias y sonreirán las estrellas por nuestro eterno encuentro.
     Miles de besos en centelleos para ti.

                                                 
                                                    Tú mamá. 

 

Por Hilda Alicia Mas

Romelia amaba las estrellas; las veía tan brillantes a su lado, que sentía que desde muy lejos alguien también las admiraba y suspiraba cada noche al verlas.
     De primer momento, decidió regalarlas todas; pero enseguida percató de que eso era imposible. Entonces llenó un saquito de polvos de estrellas para entregárselas a ese ser amado que dejó tan triste con su partida.
     Adornó con alegría su papalote mágico, el que la acompaña desde su partida. Cuando todo estuvo listo, el papalote relucía entre las estrellas; fue así como comenzó el viaje.
    Su hija dormía sin sospechar que su madre la visitaría; sin hacer ruido, Romelia se acercó a la ventana de su cuarto; la observó por un rato y, sacando los polvos con mucho cuidado, los roció sobre su cabellera y varios lugares alrededor de la casa. Porque vino a traerle un poco de luz, paz y amor a su niña adorada.

Por Antonio Velázquez

El cocuyo hace derroche
del sueño durante el día,
cargando la batería
hasta que llega la noche.
Cuando el día cierra el broche
de la claridad, montones
de cocuyos en rincones,
y en el aire se revelan
como linternas que vuelan
en distintas direcciones.

De: El silencio mira. Ediciones Centro Cairos. (N. del E.)

 

 

Por Laura Irene Hernández Simón

(Continuación)

Hace unas semanas me dispuse a dejar congelar mi corazón en la lluvia, pero me arrepentí. Últimamente estoy echando muchos pétalos rojos, y quisiera dejar un cálido recuerdo de mi imagen, aunque sea fingido. Hace como una semana no sé nada de papá, no sé dónde vive ahora, y mi mamá tampoco. En estos días mi abuela ha tenido una racha muy mala con su salud. Se está enfermando con mucha frecuencia. Para rematar, he notado a David extraño, más callado y serio de lo normal. Está muy cerrado en sí mismo y no quiere hablar con nadie, o eso fue lo que me dijo en la escuela antes de que entrara a mi aula y me llevara una malísima sorpresa. Tenía por profesor de Historia al peteroso excompañero de estudios de mi mamá,

Por Airam Morales

Aún no comprendo cómo aparecí en un bosque lleno de misterios; al observar a mi alrededor, siento cómo me observan raros seres que deambulan por el follaje, creando un ambiente macabro. La extraña y palpitante naturaleza luce marcada por los más tontos complejos y, como si fuera poco, raras sensaciones invaden mi nuevo cuerpo, repleto de inconformidades. Surgiendo de la maleza, una forma femenina corre hacia mí, casi rozando mi rostro. Intercambiamos miradas y, sin entender el porqué, le preguntó sin pensar: “¿Cómo te llamas?”. Pero lo único que obtengo, es una mirada capaz de cambiar la vida; mientras me enfocaba en su tentadora sonrisa, ella desaparece, haciendo que el bosque se marchite, pitándolo aún más de negro. Como si se tratara de la noche misma, entro en un  páramo de soledad.¿Dónde está? ¿Quiero verla? Y tras susurrar en las sombras, provoco que una destellante gema en forma de corazón lo ilumine todo llenando los árboles de diferentes matices e indicándome el camino. Respiro, y en alta voz pido que alguien me diga qué demonios es el amor. 

Por Laura Irene Hernández Simón

(Continuación)

Domingo 30 de noviembre

Hoy se cumplen los dos meses desde que comenzó el ejercicio. No tengo que contar nada, lo que se sabe no se pregunta. Además, las noticias de mi vida no han variado. Sigue empeorando todo, como siempre: mi abuela ya no se puede levantar de la cama, la salud la traicionó; mi mamá se ha vuelto histérica, no para de gritar por todo; mi papá se mudó con no sé quién a no sé qué parte de no sé dónde; prefiero no saber de él. David me desilusionó, como era de esperar. Era demasiado bueno para ser verdad. Parece que ya se sentía incómodo conmigo, que tanto tiempo siendo amigos, lo había acostumbrado a esa idea y…, bueno…,

Por Ana T. Guillemí

No se extinguió
el dinosaurio:
solo cambió de escenario.

Ahora vive, ¡qué disparate!
en un planeta de chocolate.

Pero seguro querrá volver,
el día que extrañe… ¡tú vas a ver!


De: Un libro entretenido, Ediciones Mecenas, 2018.

 

Por Marta Martínez

El librero de la maestra semejaba un bosque en pleno otoño. Las páginas amarillas corrían el riesgo de morir como las hojas. Una noche, una ráfaga de viento rodeó los libros y cayeron al suelo.
Como tocados por una varita mágica, se levantaron sacudiéndose el polvo y sus personajes cobraron vida.
El Ingenioso Hidalgo, haciendo valer su supremacía, ordenó aquel ejército de papel. Se paró en la ventana y con su lanza, empezó a liberar las páginas.
A su orden, aquellas bellas historias penetraron el sueño de los niños.
El Principito, con sus consejos maravillosos, visitó a dos hermanos que reñían a diario.
La princesa Sac Nicte, del libro Oros Viejos, cantaba en los oídos de Carmita, la niña huérfana que cuidaba la abuela.
Platero trotaba feliz en la mente del niño más travieso de la escuela y su pelo algodonado acariciaba su cara y lo hacía sonreír.
¡Las luciérnagas de la sabiduría revoloteaban por los techos de las casas!

Por Karlo Fabio Pérez

A paso apresurado, y con un dilema de mil demonios en la cabeza, caminaba Pedro a encontrarse con sus siempre fieles amigos. Pedro era un joven sencillo y amable, admirador de la trova.
     Sus amigos eran una mezcla de todos los sectores de la sociedad actual: variaban entre rockeros, aficionados al pop, locos por el football y geniales jugadores de dominó. En el grupo destacaba Juan por su vulgaridad y buen corazón.
     El punto de encuentro era el parque de las piedras, llamado así por los enormes menhires que decoraban sus alrededores; la hora de reunión: las 2 de la tarde.
     Cuando Pedro llegó, todos sus amigos lo esperaban.
     —¡Pedroooo!  —exclamó el escandaloso Juan—. Dime, mi chama, cómo te lleva la vida.