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A Pepe lo considero un amigo, un amigo más sabio que yo, de quien aprendí algo que me ha sido muy útil en la vida: el arte de la efusividad. Como mexicano introvertido, a veces confundo la discreción con la sequedad. Pepe, de una región donde saben bailar mucho más y mejor que nosotros, me enseñó, sin decírmelo y sin saber que me lo enseñaba, que la efusividad no es el exceso apasionado de las promesas incumplidas sino el gesto de la atención consciente y empática a la otredad, premisa fundamental del quehacer artístico y sobre todo humano.
Pero no voy a hablar aquí de la personalidad de mi amigo Pepe, sino del escritor Sánchez, a quien llamaré de esta forma, por su apellido, aunque sean el mismo, y de sus versos, que juzgaré como si no conociera al autor, para no comprometer mi neutralidad.
Diré que sus versos, en efecto, mantienen esa pasión, ese arrojo, pero mezclado siempre con un aura de misterio, casi de la autocontención que es natural de quien va al límite de una sensibilidad maravillosa y se encuentra abismos emocionales, mitologías ancestrales y reflexiones que superan los límites de una realidad social menos poética, el desarrollo de una mentalidad que no es eurocéntrica pero tampoco desprecia los orígenes griegos de la literatura, que sí es latinoamericana en su esencia pero tampoco lo vuelve una bandera política ni se esconde detrás de una causa momentánea.
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En el albedo de mis lamentaciones
roza mi rostro en surcos de agua
marcando profundidades de destinos inciertos
implorando a la nada sentimientos vacíos
He caído en las profundidades de mares oscuros
en un triángulo de las bermudas
donde no encuentro la salida
no hay retorno
Todo es lúgubre aquí
no hay nadie más que mi oscuridad y yo
¿acaso esto es real?
Solo mis monstruos me atacan
¿Dónde está ella?
me siento perdida sin rumbo y ciega
¿Qué hice de mí?
Solo una muñeca rota
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Por Bob Marley
Incluso la Luna no es perfecta, está llena de cráteres.
El mar es increíblemente hermoso, pero salado y oscuro en sus profundidades.
El cielo es siempre infinito, pero a menudo nublado.
Entonces, todo lo que es hermoso no es perfecto, es especial.
Por lo tanto, cada mujer puede ser especial para alguien.
Deja de intentar ser “perfecta”, intenta ser libre y vivir, haciendo lo que amas, sin querer
impresionar a los demás!
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¿Quién entona sobre mi paz?
Poseo innúmeros rostros: acertijos grabados
en la arena, y palabras; ingenuas palabras,
más otro rostro que me negaron los espejos.
Algo de mí ha muerto en los naufragios.
Dormir quiero como esas bestias en remotas
playas, y ganar a las gaviotas los insectos.
¿Quién entona por fin?
Toda mi paz, ha muerto en los naufragios.
La carne invariable
Acordonarse los zapatos a la fuerza.
Encontrar cada mañana al sádico.
Defecar por otros órganos.
Vivir las edades biológicas de nieve.
Desmoronarse en otro cuerpo.
Creerse precariamente Dios
y ser la invariable carne de los siglos.
No poseer más oros que la muerte
y espantarnos como animales,
de nuestra propia sombra.
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Por María Herrera
La noche no cesa su oscuridad
ni aun, entre los rayos áureos.
Las culpas exoneradas
del planeta de tus fábulas rotas
y mis yo, deambulan en ruta incierta.
Busco porqués entre tu espiral que,
sin retorno,
los labios enrojecidos de fatiga
enuncian entre murmuraciones:
¿roca, corazón?
Heme aquí,
en el nido de tu verdad en nudo:
¿Gitano es tu corazón con piel de roca?
No.
Tú, eres palpitar de roca:
roca corazón.
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Diáfana noche
Trae en perennes recuerdos de lo inmortal
¿Qué es el tiempo?
Oscuro abrazo a la nada
El beso límpido de la soledad
Que clama sollozando el sueño realizar.
Mis entelequias portentosas
Se pasean entre árboles muertos
De vastas praderas que el viento acaricia mi nada
Mientras esta extraña voz mía
Reclama encontrar el edén de su mirada.
Caí al abismo
En el recuerdo de la espera
De la noche estrellada grisácea.
En esta oscuridad espero a la muerte
En el abrazo frío sin esperanza
Sin consuelo, ni una sincera palabra.
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Por Octavio Paz
La amistad es un río y un anillo.
El río fluye a través del anillo.
El anillo es una isla en el río.
Dice el río: antes no hubo río, después solo río.
Antes y después: lo que borra la amistad.
¿Lo borra? El río fluye y el anillo se forma.
La amistad borra al tiempo y así nos libera.
Es un río que, al fluir, inventa sus anillos.
En la arena del río se borran nuestras huellas.
En la arena buscamos al río: ¿dónde te has ido?
Vivimos entre olvido y memoria:
Este instante es una isla combatida por el tiempo incesante.
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Bebo del agua limpia y clara del arroyo
Y vago por los campos teniendo por apoyo
Un gajo de algarrobo liso, fuerte y pulido
Que en sus ramas sostuvo la dulzura de un nido.
Así paso los días, morena y descuidada,
Sobre la suave alfombra de la grama aromada,
Comiendo de la carne jugosa de las fresas
O en busca de fragantes racimos de frambuesas.
Mi cuerpo está impregnado el aroma ardoroso
De los pastos maduros. Mi cabello sombroso
Esparce, al destrenzarlo, olor a sol y a heno,
A salvia, a yerbabuena y a flores de centeno.
¡Soy libre, sana, alegre, juvenil y morena,
Cual si fuera la diosa del trigo y de la avena!
¡Soy casta como Diana
Y huelo a hierba clara nacida en la mañana!
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By John Lennon
I believe in God, but not as one thing, not as an old man in the sky. I believe that what people call God is something in all of us. I believe that what Jesus and Mohammed and Buddha and all the rest said was right. It's just that the translations have gone wrong.
Creo en Dios, pero no como una sola cosa…
Por John Lennon
Creo en Dios, pero no como una sola cosa, no como un anciano en el cielo. Creo que lo que la gente llama Dios es algo que está en todos nosotros. Creo que lo que dijeron Jesús, Mahoma, Buda y todos los demás era correcto. Es solo que las traducciones han fallado.
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En un día de primavera, mientras el sol se ponía en el horizonte, Aleksei, el viejo cartero, arrastraba sus pies pesadamente por las calles del pequeño pueblo. Llevaba su pesada bolsa llena de cartas que esperaban ser entregadas a sus destinatarios, pero en su corazón había algo extraño, un sentimiento de vacío que no sabía cómo describir. Durante sus años de trabajo, se había ganado la fama de ser meticuloso y puntual, pero nadie había notado nunca esa profunda soledad que lo invadía.
Aleksei vivía solo en una pequeña habitación sobre la oficina de correos. Cada día, estaba allí, siempre a la misma hora, recibiendo a la gente con una sonrisa cortés y entregándoles sus cartas llenas de noticias, muchas de ellas de seres queridos o de aquellos que vivían lejos. Pero, a pesar de todo, nunca había recibido una sola carta en su vida. Nadie esperaba cartas de él, y nadie se preocupaba por saber si estaba vivo o muerto. Esta dolorosa verdad lo acompañaba en cada paso que daba.
Un día, mientras entregaba las cartas a Elena, la hermosa viuda que vivía en las afueras del pueblo, sintió algo extraño. Elena siempre le abría la puerta con una sonrisa educada, pero esta vez, había algo en sus ojos, algo que hizo que el corazón de Aleksei latiera más rápido.
—Aleksei, ¿me traes algo especial hoy? —dijo Elena con una voz suave, como si supiera algo más sobre su carta de lo que él mismo sabía.
Aleksei sonrió, pero sintió que las palabras que salieron de su boca eran vacías, sin ningún sentimiento verdadero. No, solo las cartas habituales.
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