En un día de primavera, mientras el sol se ponía en el horizonte, Aleksei, el viejo cartero, arrastraba sus pies pesadamente por las calles del pequeño pueblo. Llevaba su pesada bolsa llena de cartas que esperaban ser entregadas a sus destinatarios, pero en su corazón había algo extraño, un sentimiento de vacío que no sabía cómo describir. Durante sus años de trabajo, se había ganado la fama de ser meticuloso y puntual, pero nadie había notado nunca esa profunda soledad que lo invadía.
Aleksei vivía solo en una pequeña habitación sobre la oficina de correos. Cada día, estaba allí, siempre a la misma hora, recibiendo a la gente con una sonrisa cortés y entregándoles sus cartas llenas de noticias, muchas de ellas de seres queridos o de aquellos que vivían lejos. Pero, a pesar de todo, nunca había recibido una sola carta en su vida. Nadie esperaba cartas de él, y nadie se preocupaba por saber si estaba vivo o muerto. Esta dolorosa verdad lo acompañaba en cada paso que daba.
Un día, mientras entregaba las cartas a Elena, la hermosa viuda que vivía en las afueras del pueblo, sintió algo extraño. Elena siempre le abría la puerta con una sonrisa educada, pero esta vez, había algo en sus ojos, algo que hizo que el corazón de Aleksei latiera más rápido.
—Aleksei, ¿me traes algo especial hoy? —dijo Elena con una voz suave, como si supiera algo más sobre su carta de lo que él mismo sabía.
Aleksei sonrió, pero sintió que las palabras que salieron de su boca eran vacías, sin ningún sentimiento verdadero. No, solo las cartas habituales.
Pero en ese momento, su mirada se posó sobre algo extraño en sus manos: Elena sostenía un pequeño sobre blanco, con un sello especial en él. Lo miró por un instante antes de abrirlo rápidamente, luego se quedó en silencio por unos segundos. Era obvio que esa carta le provocaba algo importante.
—Es de... de Sergéi, mi primo —dijo Elena repentinamente, con una sonrisa extraña.
—Oh, me alegra por ti, — dijo Aleksei amablemente, mientras intentaba esconder la extraña sensación que le invadía el pecho, pero no pudo evitarlo. Sentía algo raro en su pecho, algo que no sabía cómo describir, como si una parte de él se hubiera roto de repente.
Elena cerró el sobre con cuidado y le sonrió de nuevo. Luego dijo:
—¿Podrías volver más tarde? Hay algo que quiero contarte.
Aleksei caminó lejos, pero no pudo sacar esa fría sonrisa de su mente. ¿Por qué sentía esa sensación extraña? ¿Era solo celos o un deseo de atención? O tal vez había algo más, algo más complejo. Las cartas de amor que llevaba en su bolsa entre sus manos contenían detalles profundos de anhelos y dolor, pero no tenía cabida en esas historias.
Pasaron los días, y Aleksei comenzó a notar que su vida se convertía en una sucesión de movimientos automáticos. Cada mañana, iba a la casa de Elena, le entregaba las cartas que llegaban de su primo Sergéi, y parecía que Elena las esperaba con ansias. Entonces, una tarde, mientras Aleksei caminaba por su ruta habitual, sintió algo diferente, algo que siempre había estado fuera de su alcance.
De repente, antes de llegar a la casa de Elena, sus ojos cayeron sobre una carta extraña en su bolsa. No estaba dirigida a nadie más que a él. Aunque nunca antes había recibido una carta, sintió algo extraño al descubrir que era de Elena misma.
Abrió la carta lentamente y comenzó a leer:
—Aleksei, no puedo decirte lo que siento, pero te necesito. Te esperaré en nuestro lugar habitual mañana.
Su corazón comenzó a latir con fuerza. Era un sentimiento extraño, algo que nunca antes había experimentado. ¿Era esa su carta? ¿Realmente Elena lo veía?
Al día siguiente, al llegar a la casa de Elena, no sintió el miedo que había sentido en otras ocasiones. Cada paso lo llevaba a un mundo nuevo, un mundo lleno de posibilidades que nunca había imaginado. Cuando entró, encontró a Elena esperándolo.
Elena habló en voz baja, pero llena de emoción:
—He estado esperando este momento toda mi vida.
En ese instante, Aleksei sintió algo profundo en su pecho. No necesitaba más palabras que esas. Esa carta que tanto había esperado, no era por amor, sino para sentir que era importante para alguien.