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Por Miguel Hernández
A Federico García Lorca
Atraviesa la muerte con herrumbrosas lanzas,
y en traje de cañón, las parameras
donde cultiva el hombre raíces y esperanzas,
y llueve sal, y esparce calaveras.
Verdura de las eras,
¿qué tiempo prevalece la alegría?
El sol pudre la sangre, la cubre de asechanzas
y hace brotar la sombra más sombría.
El dolor y su manto
vienen una vez más a nuestro encuentro.
Y una vez más al callejón del llanto
lluviosamente entro.
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En la imaginación del cereal
la hoz no se reduce a una herramienta.
Media luna que canta en el centeno
su amor diseminado en cada corte,
la violencia más dulce del verano.
Metal de la alianza, la apetencia
en que la espiga entrega su esplendor,
circulación y flujo de lo vivo
que se resiste a ser identidad
y busca diluirse entre la harina.
Melaza en que se aprietan hierro y cobre,
aleación y prodigio de no ser
lo que se era al principio. Convincente
cesión hacia lo dúctil que transforma
el rígido enunciado del objeto
en savia derramada como aire,
como metal en punto de fusión
que corre enrojeciendo las dos manos.
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El aforismo es un género complejo, algo cejijunto, explosivo y fascinante que, por suerte, para todos los de buen corazón, está de vuelta una vez más. El aforista, un simple sujeto que pretende entender, no alcanzaría a ser más que un soñador, incluso letrado, o un funámbulo de arrabal que suele desearlo casi todo con un ahínco literario estupendo. Abre el juego de este muy interesante breviario, entonces, Revagliatti con su: “Sabrás de la garrapata de mis versos / o si no / no sabrás nada”.
Este pensamiento lacónico que acierta se torna insoslayable, la piedra de obsidiana en el zapato equivocado, todos recordamos lo que ya advertía hace un tiempito Décimo Junio Juvenal sobre el talante humano: “Nadie se hace malvado de repente”; o estotro del mejor Goethe: “Aprovecha tu buen estado de ánimo, se presenta muy raramente”. Rolando tercia, aquí, con una imbricada sutileza y unas enigmáticas correas: “El masoquismo hace estragos / en un sinnúmero de sádicos”.
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Por María Herrera
Un Big Bang de impersonalidad.
Retroalimentación.
Orden y caos, soy.
El caos que azota la mente
no sostiene leyes.
¿O las causas o el resultado?
¡Qué importa, si ni mi naturaleza
pertenece a las miserias del centro!
¿Cuánta cordura de caos tuve hoy?
Se pregunta el lado violento
de lo civilizado.
Los pétalos sin luz roban suspiros.
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Por Naizomi Getav
Mirarle a él,
observarle;
algunas arrugas
adornan el terso de su rostro,
nos hacemos grandes
en las manos dibujantes del tiempo.
Mirarle a él,
acicalar su cabeza;
alguna cana se asoma
entre los azabaches rizos de su pelo;
se asoma plata, erguida, orgullosa...
Tras ella, vienen tantas.
¡Tiempo pintor!
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A John Lennon in memoriam
Yo quise imaginarme
Como tú en tu canción,
Un mundo sin fronteras,
Sin patrias, ni banderas,
Un pueblo sin nación.
Yo quise imaginarme
La Gran Revolución
Que derribara el muro
Que levantó el más puro
Derecho de admisión.
Pero ya lo ves,
Mi querido John....
Yo quise imaginarme,
Como tú en tu canción,
Que aún queda la inocencia
De creer en la existencia
De un Dios sin religión.
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Por Antonio Machado
He andado muchos caminos,
he abierto muchas veredas;
he navegado en cien mares,
y atracado en cien riberas.
En todas partes he visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancólicos
borrachos de sombra negra,
y pedantones al paño
que miran, callan, y piensan
que saben, porque no beben
el vino de las tabernas.
Mala gente que camina
y va apestando la tierra…
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Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído,
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.
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Por María Herrera
En el orden se mezcla
el remolino de colores,
personas
y esperanzas;
el poder no podrá jamás
si la insignia es un alma sin doctrina.
Los rumores del idealismo del orden
provocan caos inmorales lastimosos,
dañinos vuelos de la señora engreída.
Tengo tanta soledad que,
estoy aturdida de compañía.
Deshojaré los sedientos
pétalos oscuros
del sacrificio
del alma aplastada,
en el idealismo involuntario.
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En una fría noche de invierno, Iona Potapov, un anciano cochero, estaba sentado en su carruaje, rodeado por la nieve que cubría la ciudad. Su cuerpo estaba encorvado bajo un viejo abrigo, mientras los copos de nieve caían sobre su sombrero y hombros, reflejando el peso del dolor que llevaba en el corazón.
Hace apenas unos días, Iona había perdido a su único hijo. La tristeza lo consumía, pero no encontraba a nadie con quien compartir su sufrimiento. La gente pasaba rápidamente por las calles, ocupada con sus propios asuntos, sin prestar atención al anciano que parecía cargado por el peso de la vida.
El primer pasajero subió a su carruaje, un joven apurado que quería llegar a su destino. Iona, con voz vacilante, comenzó a hablar: “Mi hijo murió esta semana... Era un joven fuerte...”
Pero el joven no le prestó atención, limitándose a responder fríamente mientras señalaba el camino. Iona sintió desilusión, pero no le quedaba otra opción más que seguir trabajando.
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