Por José M. Pérez
A mi abuelo Miguel, el padre de mamá, le gustan los juguetes. A mi primo Juanmi le quitó los camioncitos. Juanmi formó tremenda pataleta y cuando vio que no se los devolvía le dio por la frente con la pistola de agua y le hizo tremendo chichón. A mí me sorprendió, llegó por atrás y me arrebató a Zoila, la muñeca que más quiero. Intenté quitársela, hasta lo pellizqué, pero solo conseguí quedarme con un zapatico en la mano y recibir un sombrerazo. Comencé a llorar… En ese mismo instante entró mamá a la sala y me hizo algunas señas:
—No llores, María Carla, él después te las devuelve —y giró tres veces el dedo índice alrededor de su oreja.
Entre mi primo y yo le hemos dado como cuarenta y cinco pellizcos. Una tarde Juanmi lo mordió. Lo castigaron. Estuvo arrodillado en el rincón del cuarto y no pudo salir por la noche. Pero mi abuelo Miguel no hace caso. Cuando menos se espera se aparece y nos rompe el juego. Mi amiga Laura Elena no quiere venir más a casa. El día que estábamos jugando parchís, abuelo nos regó las fichas y le haló la motoneta tan duro como lo hacen los muchachos malcriados en la escuela. Dice Laurita que cuando le dio las quejas a sus papás, ambos a la vez, llevaron los índices a las orejas,
Papá me ha dicho que abuelo es como un niño. Yo creo que es malcriado. No lo perdono. Por culpa de él a mi jueguito de cocina le falta la olla y el fogón. En los días fríos mamá le pone un abrigo negro muy grande. Si llega la amiguita Mili a la casa le coge miedo. A mi abuelo le brillan los ojos igual que a un niño, quiere cargarla como a las muñecas. Mili comienza a llorar y abuelo se pone triste. No me gusta verlo así. Mamá también se pone triste.
Un día abuelo se enfermó y lo ingresaron en el hospital. Mamá se fue con él, lloraba. Comencé a extrañarlos. Por eso papá me dijo que íbamos a verlo. Me puse muy contenta, le llevé la muñeca grande de trapo y a Zara, que es de goma completa y no se rompe. A mamá se le llenaron los ojos de sonrisas y hasta unas lágrimas le salieron cuando lo vio dándoles besos a las muñecas con tanta alegría.
Ahora no quiero que abuelo Miguel se enferme otra vez. Ya no me ha pegado más con el sombrero. Si se antoja de un juguete se lo doy. Parece un niño más chiquito que yo. Estoy tratando que Juanmi lo entienda pero él llora, se faja con el abuelo y no me hace caso cuando le explico lo que le pasa y con el dedo índice hago tres vueltecitas alrededor de mi oreja que significa, en el lenguaje de los adultos, que abuelo Miguel está loco.
Tomado del libro ¿Cuánto cuestan los abuelos? Ediciones Cauce (Pinar del Río, 2002). (N. del E.).