Por Alexey Ruiz

 

A la sombra de la desdicha
cambié de piel:
más tenue, tatuada,
con las monedas del Aqueronte.


En el ocaso

Tirando a lo profundo
mis sueños de adolescente.
Todo el cuerpo expuesto,
marcado por sombras
que endurecen mis sentidos.
El mañana se construye sobre tu cuerpo
para reclamar lo tuyo.
La muerte rueda marcada por mí,
se traga el destino.
Alzando el último sepulcro.

Por Nicolás Águila

 

Desde el manto freático hasta las diez y media pasado meridiano me llega el agua isotónica, límpida, del Hanabanilla salutífero de mi infancia escambraica, a caballo del tiempo, como imitación de sí misma o como réplica de su copia en la mutación especular. Y es entonces que la musa importuna bebe las conclusiones del espanto. En el estribo mutuo la suerte y la desdicha pisan su cortesía, se saludan y luego se distancian. 

 

 

Por Nicolás Águila

 

Se nos encangrejó la guagua y a caminar se ha dicho. El hambre  arreciaba aquel viernes santo a las tres de la tarde sin bacalao a la vizcaína (que mi abuela cocinaba con papas a la criolla), mientras yo arrastraba las botas cañeras recién estrenadas, ¿o es que eran botas rusas todoterreno, de las que te estrangulaban el pie? Llegando a la curva de la muerte, la Curva de las Cañabravas, la que tenía un puentecito estrecho justo a la mitad y luego lo quitaron porque invitaba al desastre, rompió de repente la lluvia al descampado, torrencial y traicionera. Y yo sin capa y sin paraguas —sin ti, para más inri, que ya te habías ido de mi lado, del pueblo y del país, pero no de mis sueños—, sin bacalao y sin ti y  con los papeles mojados que me empapaban el alma en la cuneta de la vieja carretera de las curvas mortales, donde por la noche lloraban los muertos oscuros sin descanso y se agolpaban las almas en pena en tétrico aquelarre. Contaba la gente de mi pueblo que en ocasiones señaladas, hacia medianoche, allí mismo salía una mujer esbelta toda vestida de blanco, con una larga cabellera gris y una vela encendida en la mano. Paqueteros que eran mis paisanos. 

 

 

Por Félix Corona

 

Todos pasan
vistiendo la sonrisa de andar,
en las manos
un retazo de lluvia.

Gaviotas y óxido
para un viaje a la sal.

Hay, en el desnudarse,
un ejercicio latente
del vuelo,
ritos de paso
a la infancia pretendida.

Óxido en esta sal
y un viajar de gaviotas.

Desnudarte en la lluvia que aprendo,
revuelo de manos,
canto ritual, barcos y andares:
atardece lo que mientes.

Por Pepe Sánchez

 

SOCRÁTICAS


                ¿Por qué me trajiste, padre,
          a la ciudad?
                ¿Por qué me desenterraste
         del mar?

                       Rafael Alberti


Lo primero es un viento favorable,
ser el gurú que escribe tu destino,   
la ruta sobre el mar, tu sol latino.
Mantener firme la pasión, lo amable.

Y seguir construyendo un puente estable
sin ver que otros hicieron el camino,
que es difícil en tierra ser marino
y al final todo puerto es memorable.

Por Magaly de las M. Ojeda

 

Contigo, sin ti, una voz
en la luz de mi memoria,
para siempre en nuestra historia,
libre, profundo, veloz;
nostalgia como una higuera
en naturaleza pura.
Algunos dicen: locura.
Yo sé, Luis, de qué manera
se alimentaba esa hoguera,
de todos los males, cura.

Yo sé de esa luz que baja
por los trillos, las cañadas,
regreso en las madrugadas
junto al cantor que no faja,
perdida su última lid.
Como la guitarra luego
se hará refugio en el fuego
que consume el corazón,
hacer perder la razón
y te inmortaliza, Luis.

Por Claudia Teresa Cabrera

 

El reverso de la cara,
las pupilas del corazón
sangran por los labios
y cobijan mi garganta
con dulzor de hipocresía.
Como póster del demonio
está diseñado el sonreír,
y cuando da en el blanco de la frente
se disfraza el ángel de la bondad.

¿Qué bondad, Lucifer, si me apuñalas
con fino holán?
¿Por qué la vértebra de tu puño
clava la lengua en mi cruz
y me ataca el tejón?

Por Mayda Palazuelos

 

En mi hombro está  la monita  Yambu. Ella  nunca va a crecer más de una cuarta. Y creo que en esta ocasión se van a cumplir las predicciones de mi amigo y coterráneo, el poeta Orlando Víctor Pérez Cabrera, cuando hace muchos años me dedicó estas décimas:

 

Tu casa: un edén

Mayda Vives, me han contado
de tu vida buenas nuevas
y del camino que llevas
para mejorar tu estado.
Eso mucho me ha alegrado
y es entonces que me explico
que al felino Federico
una entrevista le hicieron
y que las garras salieron
por la prensa del gatico.

Por Claudia T. Cabrera

 

Hay un lirio quemado por el rezo;
es la sed que no calma su amargura,
donde la claridad se torna oscura
cuando fluye en la pátina del beso.

Corre y cierra los ojos sin señales,
sus pétalos se rompen devastados;
piensan que todavía enamorados
ven rosas en confines desiguales.

Tantea los caminos del clamor,
y el aroma de fe apasionada
es la calma en la espera del amor.

El lirio entre la brisa ve el jardín
que respira con luz ilusionada
por el óleo fresco de un jazmín.

Por Pepe Sánchez

 

CUM LAUDE

                         Para Iris

              Aparta tus ojos de delante de mí,
              Porque ellos me vencieron.

                (Cantar de los Cantares 6:5)


Te he cantado en hexámetros que el mismo
Virgilio alabaría. Tanto llamo
por ti en las noches, que eres como un ramo
de sulamita y mi mejor abismo.

Mi cuerpo, en el gimnasio, ha renacido
en el duro ejercicio de la espada;
he probado en las artes todo y nada
por encontrar razón de lo vivido.

Cuando más listo me he creído, menos
busco y encuentro y más de lo nombrado
hay en tus ojos, como un mar de estrenos.

Los años forman cerco en una lenta
marcha hacia nuestra Ítaca y lo amado.
Y así este tiempo de otros tiempos cuenta.