Por Javier Feijóo

 

Muchos años atrás, en Japón, en un pequeño pueblo a la orilla de un río, habitó una joven campesina muy hermosa. La muchacha vivía con su padre, quien era un sabio maestro samurái de avanzada edad. La fama de la belleza de su hija era tan grande, que de todos los rincones del país venían personas a admirarla y a realizarle propuestas de matrimonio, ofreciendo grandes tesoros a su padre, quien agradecía las ofertas, pero nunca las aprobaba.
     Un día la muchacha dijo:
     —Querido padre, siempre he confiado en su sabiduría, pero… ¿no considera usted que ya es hora de aceptar algún pretendiente? Vivimos en una cabaña humilde, somos campesinos y una buena dote de matrimonio nos vendría bien.
     A lo que el sabio contestó:
     —Paciencia, hija mía, existen cosas más importantes en el mundo que las riquezas, el esposo indicado llegará.
     Un día tocaron la puerta de la casa; era un apuesto general que vestía una armadura dorada con grandes banderas de fuego en la espalda.
     —Maestro, he venido desde muy lejos a tomar a su hija como esposa y ofrecerle el peso de mi ejército en oro. La joven y el viejo, después de hacer una profunda reverencia, se sentaron, a la vez que lo invitaban a sentarse.

     —Mi gran señor –le dijo el padre—, sin dudas es una oferta difícil de rechazar; pero humildemente debo decir que solo entregaré a mi hija al que traiga el dulce fruto impreso del corazón.
     —¡Oh!, entiendo —le respondió el general—. En ese caso, prometo volver cuando lo posea.
     Y diciendo esto, se desvaneció en una cortina de llamas.
     Pasado un tiempo, volvieron a sentirse fuertes golpes en la puerta. En esta oportunidad era un vigoroso guerrero con grandes plumas en el casco y una capa que flotaba en el viento.
     —Gran samurái, vengo desde los picos más altos de las montañas, a proponerle matrimonio a su hija, para que sea la reina de mi lujoso palacio en las nubes. Una vez realizado el cordial saludo al visitante, el sabio contestó:
     —Poderoso soberano, nos honra con su propuesta; sin embargo, con todo respeto, debo responder que únicamente daré a mi hija en matrimonio a aquel que le ofrezca la mayor riqueza espiritual del mundo.
     —Humm; regresaré cuando la haya encontrado.
     Y diciendo esto salió por los aires en una fuerte ráfaga de viento. La hija rompió a llorar de tristeza en los brazos de su padre, quien la abrazó serenamente, mientras repetía:
     —Paciencia, paciencia, hemos de esperar un poco más.
     Al caer la noche, mientras se disponían a cenar, llegó a la cabaña un peregrino pidiendo, al menos, un trozo de pan. La muchacha inmediatamente lo ayudó a entrar y el padre le ofreció un lugar a la mesa bajo la escasa luz de una lámpara. Durante la comida, el invitado resaltó varias veces la belleza de la muchacha, quien respondía cortésmente a sus comentarios. El sabio samurái solo observaba en silencio. Una vez terminada la cena, el peregrino agradeció la atención y ,cuando se dispuso a partir, le dijo al samurái:
     —Honorable maestro, quiero decirle que hoy puede ser mi último viaje, ya que he encontrado lo que buscaba…: la esposa más hermosa del mundo, todo depende de su aprobación. Ofrezco como dote, el trabajo de mis manos para usted y para ella, así como todo el amor de mi agitado corazón, que no para de golpearme el pecho.
     La muchacha, muy sorprendida por tal propuesta, miró a su padre, quien después de meditar un poco contestó:
     —Grandes han sido las ofertas de matrimonio que he rechazado; esta vez dejaré que ella decida.
     La joven miró a los profundos ojos del peregrino y este, tomándole las manos, le dijo:
     —Yo no tengo riquezas, ni reinos, pero en cambio puedo ofrecerte el amor más grande de este mundo. ¿Aceptas?
     —Sí, acepto ser tu esposa para siempre —respondió la muchacha.
     Grandes ráfagas de viento con finas gotas de lluvia envolvieron al peregrino en una inmensa nube, mientras su cuerpo serpenteaba en el aire estirándose poco a poco. Su ropa se transformó en una lustrosa piel de escamas azules y plateadas, que, girando al compás del viento, dejaron ver al fin la majestuosa forma de un dragón.
     —Yo soy Sui–Riu, señor de las nubes y la lluvia —dijo la criatura mirando al anciano samurái—: He venido a tu hogar bajo una forma humilde con la que, además de una esposa, me has dado hospitalidad. Siempre seré fiel a mi promesa para con mi amada —dijo mientras se elevaba hacia el firmamento repitiendo una y otra vez: —¡Volveré, mi amor, volveré! 

 

Con este cuento el autor obtuvo Premio en el Encuentro-Debate Municipal Anual de Talleres Literarios, Cumanayagua, Cuba, 2023. (N. del E.).