…a veces en la tarde los empaña
               el hálito de un hombre que no ha muerto.

                          Jorge L. Borges

 

Por Sylvia Zárate Mancha

 

Un día de verano llegó a mi casa, lo trasladaron dos hombres. Es imperfectamente ovalado, hecho en bronce, lo decoran bajos relieves y en la cúspide tiene flores que albergan un fino espejo, forma parte de un mueble llamado consola, entre ellos rivalizan por su clásica belleza. No es el de Blancanieves ni el notable espejo pincelado de Jan Van Eyck. Es un reflejo etéreo, infinito, de múltiples voces, con rostros eternos atrapados en el espejo plano que refleja la luz.
     Lo colocaron en el pasillo que desemboca a la estancia-sala. En pocos días se integró como un miembro más de la familia. Para todos resultaba imprescindible. La primera vez que me vi en ese nitrato de plata, miré a una adolescente con cabello negro y lacio, sus grandes ojos fueron absorbidos por la luz reflejada en el lago. Los espejos guardan secretos y caras con gestos buscando una respuesta; tal vez sí la encontramos, por eso continuamente buscamos nuestra imagen.
     A lo largo de muchos años, el habitante del pasillo soñó, platicó, amó, entristeció, festejó, oró, como todas las voces que se posaron en él; infinidad de expresiones familiares y ajenas. Él envejeció, está cansado, ahora está conmigo.

Me pongo frente a él, su luz proyecta y refleja una mujer adulta. Busco a la adolescente de ojos grandes, ella en ocasiones se asoma, sonríe y me da la espalda, alejándose con paso frágil.
     Esa agua ionizada cambia de color cuando por él pasan figuras blancas con velos. Tiene algo de mágico al llegar el alba y proyecta la candidez y dulzura de caras angelicales que saltan para mirarse en el tiempo. Puedo oír voces, ahora alteradas, y unos dedos destellando reclamos. No me confía todo, es celoso. En un descuido busco aquel amado destello doble extendido a mi existencia. Pasos aparecen, cada uno con su historia, risas juveniles mezcladas con voces señeras.
     Los espejos marcan las horas, por eso proyectan rostros que van envejeciendo, miradas rasgadas por Cronos. La luz ahora es incierta. Risas, muchas, salen furtivas de la plancha de vidrio, reflexiones doradas. Escudriña mi mirada, los sueños pasan, el hombre se aliña sus cabellos, las mujeres coquetean con él. La vanidad y soberbia emergen, dando paso al reflejo de Narciso. En el silencio del espejo busco mis horas más felices.
     Los espejos son también una segunda conciencia: Alter ego. Al alejarme de él, retumba y se oyen barritos de elefantes. Cuando las garras de la oscuridad son en el brillo, surgen lamentos y dolor abismal, el espejo se estrella, la herida es inmortal, el viento de las horas ha atenuado la pesadumbre.
     Hoy el espejo está completo. Voy hacia él, me paro y busco mis huellas pasadas, presentes y futuras. La luz me ciega, y un rostro enigmático me mira. Algún día mi reflejo lo abandonará y cientos de almas lo poseerán y empañarán.