Por Antonio Velázquez

 

Entonces, juguemos a la rueda-rueda,
y al chucho escondido, donde alguien se queda.
El silencio mira desde una arboleda.
El cansancio tiende su mano de seda,
a los que más corren y todo el que pueda,
en el correteo alguno se enreda:
el silencio mira, desde la alameda.

 

Tomado de El silencio mira. Ediciones Karós, Matanzas, Cuba. (N. del E.).