Por Emilio Toledo Moguel

 

A Pepe lo considero un amigo, un amigo más sabio que yo, de quien aprendí algo que me ha sido muy útil en la vida: el arte de la efusividad. Como mexicano introvertido, a veces confundo la discreción con la sequedad. Pepe, de una región donde saben bailar mucho más y mejor que nosotros, me enseñó, sin decírmelo y sin saber que me lo enseñaba, que la efusividad no es el exceso apasionado de las promesas incumplidas sino el gesto de la atención consciente y empática a la otredad, premisa fundamental del quehacer artístico y sobre todo humano.
     Pero no voy a hablar aquí de la personalidad de mi amigo Pepe, sino del escritor Sánchez, a quien llamaré de esta forma, por su apellido, aunque sean el mismo, y de sus versos, que juzgaré como si no conociera al autor, para no comprometer mi neutralidad.
     Diré que sus versos, en efecto, mantienen esa pasión, ese arrojo, pero mezclado siempre con un aura de misterio, casi de la autocontención que es natural de quien va al límite de una sensibilidad maravillosa y se encuentra abismos emocionales, mitologías ancestrales y reflexiones que superan los límites de una realidad social menos poética, el desarrollo de una mentalidad que no es eurocéntrica pero tampoco desprecia los orígenes griegos de la literatura, que sí es latinoamericana en su esencia pero tampoco lo vuelve una bandera política ni se esconde detrás de una causa momentánea.

Si bien el arte puede ser o no político, por suerte el arte nunca será política. Como Rulfo, García Márquez, Nicanor Parra, Roque Dalton y tantos autores de la mejor tradición latinoamericana, la poesía y prosa de Sánchez rescata las voces populares de nuestro continente, los pequeños juegos de nuestra habla, las palabras singulares, los signos, las idas y vueltas del léxico común, diverso y personal que mezcla con todos los libros que ha leído, los países que ha visitado y, entre todo, la vuelven su obra no una literatura local sino una literatura puramente universal con unas raíces precisas como todo lo universal.
     Leo un poema de Sánchez titulado “Pero entonces” (s/a), dedicado a su “maestra de Español, en Primaria”.

Eran los años desprovistos de miedo,
tú eras la novia de mis ojos
y yo acudía feliz a las clases de Español.
Me gustaba tu saya corta de flores,
los acentos se caían de la pizarra
cuando cruzabas las piernas.
En tus caderas,
vecinas pródigas del bosque,
perdí la ortografía,
mi adolescencia de escolar sencillo,
los primeros orgasmos con la palabra.


Eran los mejores años,
vestidos de palabras inexpertas
que retaban la estatura del amor.
Nada era más parecido
al sonido de una vieja guitarra
que tu voz tachando mis adjetivos.
Ahora yo sabría
cómo lucrar
en el comercio de tus caderas,
tocar fondo en las aguas del miedo.


Pero entonces,
entonces solo eras
la novia de mis ojos.


Ya te digo
que eran los años felices,
y ahora que llega el poema
con su ruido de metáforas y hundimiento
y escombros como pedazos del alma,
pienso que en verdad
era bello verte llegar,
amor y otoño,
con tu saya corta de flores,
aunque perdiera mi ortografía
y los acentos se cayeran de la pizarra.

Este notable poema, tan llano y a la vez profundo y enriquecido de significados, conecta sin ninguna pretensión con una imagen de la infancia. “Ya te digo que eran los años felices”, este verso me recuerda mucho a la canción que escribió el cantante y compositor francés de origen armenio Charles Aznavour, “Los días felices”: “Renacerá la edad feliz y un nuevo sol madurará / qué gran olvido sembrarás en cada rencor”. Sin embargo, este poema orbita alrededor de un verso que es suave y con ese sentimiento compartido por el niño que aspira a lo imposible y por el adulto reconciliado consigo: “Pero entonces, / entonces solo eras la novia de mis ojos”, que parte de una expresión cubana.
     En estos dos versos de Sánchez quiero recalcar esa voz tan personal que le imprime un sello singular y verídico al texto. El autor no dice sólo que “eran los años felices”, lo que escribe es “ya te digo que eran los años felices”. El “ya te digo” le da fuerza al verso, lo dinamiza. Es un modismo entrañable que aterriza y enternece la idea subsecuente. Igualmente la forma en que presenta la idea de “la novia de mis ojos” no es al aire ni improvisada. “Pero entonces, / entonces solo eras la novia de mis ojos”. La repetición del entonces, la pausa, el silencio que se crea en ese espacio, es tan importante como las palabras que dice después.
     Esto es una estrategia poderosa que me remite a otros poetas como Gorostiza en su peculiar estilo que también va de lo abstracto y elevado, a lo terrenal-prosaico: “Un cóncavo minuto del espíritu / que una noche impensada, / al azar, / y en cualquier escenario irrelevante / -en el terco repaso de la acera, / en el bar, entre dos amargas copas / o en las cumbres peladas del insomnio- / ocurre, nada más, madura, cae / sencillamente, / como la edad, el fruto y la catástrofe.” (Muerte sin fin, 1939). Volviendo al verso de Sánchez, hay un verso de Sabines en su poema “Me dueles” que se enlaza a este: “Soy como el hijo de tus ojos, como una gota de tus ojos soy”. De estas resonancias y referencias también se hace la literatura y en general las artes.
     Si el cineasta piensa en planos fílmicos o el fotógrafo en imágenes, el poeta piensa en versos, esa unidad mínima del poema, ese ladrillo que junto a otros van construyendo su catedral. En su obra “Memorias de un gladiador” (2023), Sánchez ha decidido no construir una catedral sino un coliseo. Recrea la arena de los coliseos como imagen de esa lucha interna que se da entre el artista y su propia obra.
     La hoja en blanco como batalla: esta idea tan recurrente de los creadores, de equiparar su proceso creativo a una batalla de vida o muerte, puede parecer exagerada al espectador pero no lo es para quien va al límite de su propia aventura. Sánchez es un ejemplo genuino de esta clase de artistas. Por eso este libro nos sirve como guía de viaje o como amuleto para quienes queramos emprender una de estas misiones fatales.

A continuación, dos poemas tomados de este libro:


El turno del juglar

Cada vez más sospecho del que gana;
voy al torneo porque necesito
que se escuche mi voz, lo que recito
desde las graderías de mañana.

No soy el guía de esta caravana,
pero el sur me acompaña como un mito
del azar. Sé que soy parte de un rito
en que sufres y toda fuerza es vana.

Solo espero ganar con lo que pierdo;
de frente caminar hasta el pasado
llevando de la mano un desacuerdo.

Guardar en mi memoria lo no dado,
el Jordán de mi fe, y algún recuerdo,
una voz que el poder no haya manchado.

Es interesante el intercambio de personajes, desde el título ya lo anuncia, pero no deja de ser sorprendente la fuerza de esta cosmovisión en que el juglar es el gladiador que es el esclavo. Es por tanto una obra trágica en su origen: el personaje o alter ego que narra estaba condenado a un solo fin desde el inicio, ser su vida y su muerte una obra ya predefenida por una esfera mucho más vertical y abstracta que la esfera en que él se desenvuelve: “Sé que soy parte de un rito y toda fuerza es vana”. Sánchez podría decir con Rimbaud: “esclavos, no maldigamos la vida”.
     Este poema ilustra otra característica de los trabajos de Sánchez: tienen un bagaje filosófico muy amplio, pero este queda subordinado al canto y a la música del poema. “Una voz que el poder no haya manchado” es casi (pongo el casi para no asumir el riesgo de equivocarme) una voz cristiana, o espiritual en el sentido del que se exilia del mundo, o anarquista (en la mejor tradición anarquista, por ejemplo, de Camus). Y la idea de la derrota en la victoria y viceversa, remite a pensamientos tan antiguos como el taoísmo. En ese gran libro, joya de entre los siglos, que es el Tao Te King, Lao-Tse escribe: “El renombre o la persona, / ¿qué es más importante? / La persona o las posesiones, ¿qué vale más? / Ganar o perder, ¿qué es peor?” (Traducción de Richard Wilhelm, Marie Wohlfeil y Manuel Esteban).


LOVE IS ALL WE NEED

        (Los Beatles)


Ut meus oblito pulvis amore vacet.
      (Propercio, Elegías, I, 19)

polvo serán, mas polvo enamorado.
                  Quevedo

 
Si de verdad voy a morir contigo,
sea frente a los muros de Numancia.
Que en nosotros no quede más constancia
que el corazón, y un cielo como el trigo.


No dejes que este viento que yo sigo
golpee del lado norte nuestra estancia.
Yo necesito andar con tu fragancia
izada al mástil del amor que abrigo.


Prefiero estas palabras sin alardes,
que son lo que hemos sido en otras tardes.
Pero a mí me parece un mar profundo.


Ya ves, te ofrezco a ti lo que es mi mundo,
el corazón que tengo y no se vende,
y un navegar que nadie más comprende.


El arte del soneto es uno de los más antiguos. Escribe Derbys H. Domínguez en su ensayo sobre el libro de Sánchez, titulado “Espadas y palabras: La música del endecasílabo”: “…a pesar de haber cumplido más de 700 años, (el soneto) no se arruga, ni dejará de nacer constantemente, nonagenario, será siempre, a favor del tiempo, un recién nacido, (sin envejecer); y en segunda instancia acerca del valor de las transmutaciones en el arte y la literatura.
     “Gladiador y poeta, (el oficio del escriba), se hacen uno al interior del libro, significan o equivalen lo mismo. Grecia imaginaria o Roma metafórica, son imágenes, construcciones espaciales más parecidas a Cuba —a los sitios frecuentados por el autor, donde este vive y a los que pertenece: Cienfuegos y sus alrededores, el municipio por donde llegó al mundo— que a sus referentes originales, paradigmas europeos, occidentales, y al interior de los cuales declara el universo creativo por el que se dedica a los versos, dando consistencia a su alter ego, a quien, doble de Pepe* e idéntico a él mismo, pone a combatir contra su persona, y las manías, fobias, obsesiones, sueños o realidades que lo determinan, enfrentándolos en un despiadado combate donde el guerrero cambia sus armas: la espada, el escudo y su instinto animal, depredador, por las palabras del rimador, su inteligencia, sensibilidad y el lápiz con el cual, como si se buscara sin encontrarse, o trazara su rostro en el espacio, escribe.” (*Se refiere a Sánchez).
     Como sabemos, las limitaciones (las reglas en este caso del soneto) lejos de coartar, liberan la creatividad. Parece paradójico pero así es: es peor tenerlo todo para el creador, mucho mejor sólo disponer de unas cuantas cosas y además tener las manos atadas. Este es el beneficio creativo de los formatos o los géneros, no se trata tanto de continuar una tradición por seguirla. Los formatos no son nada, sin embargo, sin el uso y la expresión que le dan sus creadores.
     “Memorias de un gladiador” es no sólo una compilación de sonetos, es realmente un concepto en sí mismo, pensado y organizado de forma ágil en su conjunto. Hay que agradecerle a Sánchez que nos traiga esta obra, en que rescata las armonías internas del soneto para expresarnos una voz actual, que puede resonar con lo que somos y sentimos en este momento, y que como buena obra nos llevará tiempo descifrar.
Ahora me doy cuenta que esta obra no es sólo la de Sánchez, es otro gesto más de mi amigo Pepe, que me enseña con sus versos “a preferir estas palabras sin alardes”. A mí también me parecen un mar profundo. Gracias, Pepe.


* Texto leído en la “Fiesta del libro y de la Rosa” (UNAM, México, 2025), en la presentación de la antología De la bruma y la erosión, de Pepe Sánchez.