Padre que todo lo has dado
 removiéndote la frente,
 padre que en el subconsciente
 resguardas mi cuerpo alado.
 Te escribo por el costado
 que me sangra cada día,
 te adoro con la cuantía
 de la verdad aflorando
 como un perfume embriagando
 un retrato en armonía.
 
 Te alabo, padre querido,
 clarísimas son tus manos:
 Dos torbellinos enanos,
 guardan los sueños del nido.
 Corazón en el silbido
 de las noches y los llantos,
 háblame, porque tus cantos
 ancestrales se desbordan
 sobre mis alas que abordan
 los primeros esperantos.
 
											 
   
  
 
						













