Por María Rosa Martítnez
 
 
 
Yo nunca me he mirado en el espejo
 más del tiempo que apenas necesita
 una mujer pendiente de su cita,
 que nada más requiere de un reflejo.
 
 Yo nunca me enteré si estaba viejo
 el polvo que dormía en la mesita
 o si le interesaba a la visita
 el vino, por lo triste o por lo añejo.
 
 El descuido era en mí algo inocente
 ante el amigo que me vio una vez
 en un instante con el rostro preso.
 
 Porque se puede, descuidadamente,
 buscar sobre el espejo en la vejez,
 la marca tibia que ha dejado un beso. 
Estaciones
 
 Tengo a la primavera de enemiga
 porque se me agotaron los jazmines,
 no tengo cielo azul ni querubines
 y en mi regazo se quebró la espiga.
 
 No tengo un aguacero que me siga
 a conquistar verano en sus confines
 ni la ilusión de un salto de delfines
 para soñar que un día lo consiga.
 
 El árbol seco del otoño tuve
 y en el saqueo de mis estaciones
 me lo decapitaron las termitas.
 
 Ahora estoy tranquila en una nube,
 desde el invierno de mis emociones,
 regando flores de papel, marchitas. 
 
											 
   
  
 
						













