Por Virgilio Piñera
Aunque estoy a punto de renacer,
 no lo proclamaré a los cuatro vientos
 ni me sentiré un elegido:
 sólo me tocó en suerte,
 y lo acepto porque no está en mi mano
 negarme, y sería por otra parte una descortesía
 que un hombre distinguido jamás haría.
 Se me ha anunciado que mañana,
 a las siete y seis minutos de la tarde,
 me convertiré en una isla,
 isla como suelen ser las islas.
 Mis piernas se irán haciendo tierra y mar,
 y poco a poco, igual que un andante chopiniano,
 empezarán a salirme árboles en los brazos,
 rosas en los ojos y arena en el pecho.
 En la boca las palabras morirán
 para que el viento a su deseo pueda ulular.
 Después, tendido como suelen hacer las islas,
 miraré fijamente al horizonte,
 veré salir el sol, la luna,
 y lejos ya de la inquietud,
 diré muy bajito:
 ¿así que era verdad?
 
											 
   
  
 
						













