Por Raúl Hernández Novás

Veo a un niño jugar en la sonriente calzada de la luz, la provisoria.
Veo a un joven andando en la memoria la temblorosa piedra, lentamente.
Veo un hombre maduro que camina llevando un niño de la firme mano.
Junto a un joven filial veo un anciano leve como la lumbre que declina.
Tiemblo al verlo pasar los urbanos dédalos con su paso ya rendido
y de pensar que esas sencillas manos
que tantas cosas bellas han reunido
acaben por ser polvo en otras manos… —Las de la muerte, no las del olvido.

 Explicaciones del equilibrista

No por amor al riesgo se aventura mi pie por este hilo tenso y leve. Ni por eterno ser mi ser se atreve a jugarse la vida o la ventura.
No es la gloria o la fama o la aventura
el fértil viento que mis alas mueve.
No por arte ni amor mi paso llueve sobre la absorta muchedumbre oscura.
Si huraño huyo a mi rincón de cielo y si el hilo una cumbre me parece donde primero brilla la mañana,
no es el amor ni el arte ni el desvelo
de la gloria: es que a veces —tantas veces—
siento el terror de la presencia humana.

Mira estos ojos

Mira estos ojos donde el sol declina,
desvistiendo el temblor de los hermanos:
toma los gestos mudos de estas manos
que ya no han de aplaudirte, Gelsomina.

No escucharás mi corazón que trina
pues estarás tocando un son lejano
en la trompeta cuyo ruido anciano
es hijo del claror que te ilumina.

No volverás al páramo del frío
que tiembla huérfano de amor y de arte
con sus helados astros de rocío.

Ni el río astuto robará tu parte.
Acepta sólo el hosco temblor mío.
Y mi piel sin caricia ha de abrigarte.

 

Embajador en el horizonte

 

Si tu alma venía como el buey soñador de la tarde penetrabas en la aguda nostalgia cuidabas los mares guardando el horizonte entre tus manos
Nadie se robe el mar. Nadie penetre en ese oscuro templo donde el horizonte
y los sueños están guardados.
Allí octubre gobierna las habitaciones de los hombres y el crepúsculo
es como un puñal hundido
Las flores son lunas amarillas para los que han nacido en un huerto de amor
con la espada del aire entre los huesos vegetales mecidos en el ritmo de la tierra empapados atrapados en los hilos de la savia.
Es un dulce castillo el mar para los que han nacido en un huerto de amor
y han encontrado la luna perdida en sus cabellos.
Allí las llanuras tienen olas como la noche la noche tiene las estrellas
del vientre de la madre rumor de tienda plantada en el desierto.
La tierra es semejante al mar y el mar da frutos para los que saben alzar
sus manos en un gesto de danzante que nadie comprende y desoyen
a los que dicen que están muy altas las estrellas
Hacia allí querías volver como el viento que sólo sabe arrastrar su alma
sobre el polvo y cegar los ojos de aquellos que dicen que el polvo
no pesa en sus espaldas.
Hacia allí querías volver como la ciega luz
lanzada por un diestro guerrero desde
su castillo de sombras.
Mira allí la luz y la noche tienen un solo rostro de madre
que viene a acariciarnos en el último instante en que abrimos los ojos
sobre la tierra hecha de cuerpos de guerreros y comprendemos
—demasiado tarde. Así ella vendrá sobre el país que se alimenta de tus huesos donde hallarás la estrella como fruto la ola y el juguete perdido.
Allí está el país que un dedo de niño te señala.