Por Taimi Blanco

 

Al cruzar Pasacaballos,
la Fortaleza de Jagua
es pueblo a los pies del agua:
crestas de furiosos gallos.
Del ruedo, la espuma y rayos
conjuran en el bramido
ese misterio que ha sido
por el eco legendario:
dama, cañón y sudario
están en el mar dormido.

En tu leyenda de sal,
—relatan tus almenas—
un hombre cosecha penas
tras  un amor fantasmal.
Ave nocturna, frugal,
a su espectro se le adhiere.
La dama sin velo hiere
bajo el ojo del espanto;
rosas devela en el manto
y ya sin espinas muere.


Es tu soledad acuosa
de fusta, látigo y grillos;
tu ánima refleja trillos
sobre la piedra mohosa.
Preñadas bajo la losa
están las rocas ungidas
con dolor de las heridas
que coronan tu realeza.
Sepultas la fortaleza:
generaciones perdidas.