Por Lucina Bravo
La silla está en el mismo lugar al pie de la ventana. Aún la aguja, con la misma hebra de hilo color azul. El delantal, colgado en un clavo de la pared. Todavía se siente el pedalear de la máquina, y el olor del café inunda los rincones.
La planta prendida ha comenzado a marchitarse. En una esquina de la mesa el radio andaba esperando que alguien le sintonizara alguna música del recuerdo.
Un centro de mesa se ve con una fina nube de polvo, ausente como el tiempo mismo. Una suave brisa que penetra por el comedor, trae olores conocidos de una sazón inconfundible.
Al reloj le cuesta andar. De pronto, dos lágrimas brotan en silencio y una melodía se escucha a lo lejos, trayendo tristes imágenes de una canción inconclusa.
Miré al cielo y dos nubes comenzaron a derramar algunas lágrimas que mojaron el clavel que se estaba marchitando.
La máquina de coser comenzó su faena y continuó su ritmo como si nada hubiese pasado. Ella estaba ahí junto al aroma del café en aquella melodía salida del viejo radio sobre la mesa. El delantal se movió suavemente con la brisa que entraba por la ventana, y unas sandalias iban marcando el tiempo de su ausencia...