Alguna vez, todos hemos quedado
a la orilla de un paisaje roto 
por donde se escapa el aliento.
Nelson Simón
Por Olga L. Robaina
No sé de tus utopías,
 ni de sutiles promesas,
 ni del amor que confiesas
 en el curso de los días.
 No sé si las profecías
 que vaticinan las cartas
 son ciertas.
 Cuando te apartas
 y dejas sobre mi arena
 las huellas, parece ajena
 la soledad; 
 si me ensartas en tu aguja, 
 seré el hilo de Ariadna, 
 seré el escape.
No hay laberinto que atrape
 la pasión. 
 Siempre el sigilo
 se desangra por el filo
 de la daga que nos une.
 ¿Acaso me he vuelto inmune
 a las miradas impías?
No me espantan los espías,
 no hay dolor que me importune.
Cautivo de tu recelo, 
 no escuchas por dónde 
 el mar hace mis alas pasar
 cual gaviota, y en mi vuelo, 
 no distingo entre el anzuelo 
 con que atraparán al pez
 y el disparo que otra vez
 va a poner fin al martirio.
 ¿A dónde va mi delirio?
 ¿A dónde la insensatez?
Veo el andar de la gente
 frívolo como mi paso,
 escondo el último ocaso
 para no sentirte ausente.
 Aunque a veces me lo invente,
 es real: no estás conmigo.
 ¿Me impuso Dios un castigo?
 ¿Es una cruz la que llevo?
 Marco el borde y no me atrevo
 a saltar. 
 No lo consigo.
 Perdura la incertidumbre
 como la sal en la ola. 
 Prefiero ser la pistola
 que la bala. 
 Ser la lumbre,
 a convertirme en costumbre
 y no entender la razón
 del perjurio, colisión 
 de dos almas en secreto:
 nada sé, 
 nada prometo;
 soy volcán en erupción.
¿Hacia dónde irá la lava
 que baja? 
 No la domino, 
 no endurece, 
 no defino,
 no me apena ser esclava;
 ni de tu puerta la aldaba.
 Mas si golpeas y abro,
 ¿vuelve a ser un descalabro
 la vida? ¿Por qué me empeño
 en vagar presa de un sueño?
 ¿Es mi destino el que labro?
Forasteras son las horas
 y la memoria envejece.
 ¿Qué harás si el tiempo parece
 gotear?
 ¿Acaso ignoras
 cómo los días devoras
 de espaldas a mis costillas?
 No hay un cinto en mis trabillas,
 ni un alfiler en el pecho,
 ni un martillo. 
 Cuán estrecho es el cauce. 
 Las orillas son ahora más ligeras.
 Sin lluvia el río decrece,
 clama el agua, desfallece…
 ¿Y si de pronto volvieras
 junto a mí? 
 Si me vistieras de nuevo 
 con tu elocuencia,
 si tuvieras la paciencia
 para crecer en mi verso,
 si no estuvieras disperso,
 ¿retornará la afluencia?
Ser aún corceles vivos
 es algo más que añorarlo.
 Es no cesar de intentarlo, 
 es recordar los motivos
 que como amantes furtivos
 para escapar inventamos.
 Es tomarnos de las manos,
 lanzarnos sobre la boca.
 La distancia sabe a roca
 sin tu beso. 
 Son lejanos los cantos. 
 ¿No desesperas 
 ante la falta de alpiste? 
 ¿Por qué si sabes lo triste
 del encierro, me laceras?
 Nos faltan las primaveras:
 por eso olvidas las flores.
 Son mucho más los temores
 que el sosiego. 
 Sin raíz
 soy lo mismo que un país
 sin historia, sin actores.
Espérame con la manta
 de Venus, que voy desnuda;
 no alimentes más la duda:
 el aire, 
 polvo levanta,
 y este nudo en mi garganta
 no sabe volverse cinta.
 Es difícil ser distinta
 si haces del miedo cristal,
 si no te alcanza la sal
 para convertirla en tinta.
Con este texto la autora obtuvo el Premio del Grupo Décima al filo en el XXI Concurso Nacional Ala Décima (2021), a la mejor obra escrita por una mujer. (N. del E.)
 
											 
   
  
 
						













