Rimbaud
bajo la ráfaga que hace girar
 el éter de la noche, un adolescente
 quiebra las hojas secas del manzano. confirma así
 su paso tras la película, aquella fantasía
 creída fugazmente. siento el equívoco
 «a las cuatro de la mañana, en el estío»
 cuando un rostro embelesa (su rostro)
 y temo que ha llegado superponiendo las cosas.
 descreyendo
 la otra mitad que con suspicaces palabras
 prohibieron. tú, encendías una lámpara
 para que nada fuera tan extraño. al final,
 ya no estabas donde antes. quizás,
 eras una imagen segmentada que nunca existió.
 un abrevadero sin límites. una estatua de sal
 al borde de un paraje, ya gris y de provincia.
 ah, apenas eso...
Paisaje inconcluso
agrieta la voz un cansancio milenario.
 y descubro otros cantos que igualaban
 el oficio. desde la propia raíz afianzada
 a los cedros y las caobas del parque.
 en la fuente el eco de la infancia
 gravita en el pertinaz vacío que me ahonda.
 un paisaje inconcluso tengo de morada.
 como el ciervo busco el abismo o un páramo
 para sumergir mi cabeza.
 es denso mi elemento. entretejo
 el acto notorio que hace de mí
 la propia fiera. indago sin saber su intimidad,
 el penitente rostro que emerge en otros dialectos. la
 salvia
 o el orégano que me dieron para salvarme.
 agrieta la voz su esmeralda,
 aflorando en mi vientre la propia imagen de la cruz.
 como una loba ciega antes de caer
 con todos sus tentáculos. no hay paisaje,
 y nadie se resiste. bajo el amanecer que los hombres
 iguales dieron a sus casas, antes del juicio.
 
											 
   
  
 
						













