Por Pedro Péglez
Madre     tú me enseñaste
 a masticar las pieles
 a ayudar al bisonte en su presagio
 tú me enseñaste a triturar qué hierba
 a domeñar el borde a la fatiga
 incluso a destrozar aquellas sombras
 con los dientes cerrados y perfectos.
 
 Ah mi madre     por qué      por qué
                          no me enseñaste
 también a no mascar mi propia piel
                          sus empinadas grietas
 como si el buen guerrero
                          fuera una manzana
 como si el turbio diente
                          pudiera liberarme.
 
											 
   
  
 
						













