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Por Naizomi Getav
Al atardecer, mi cuerpo se ha vuelto pesado;
Te miran los ojos de este querer, te besa mi boca con la lentitud de un caracol al que la fatiga dejó embarrado en alguna flor del jardín.
...Supongo entonces, que el sol es acérrimo enemigo de un caracol.
Mi querer lento te abraza hasta quedarse dormido en el infierno de tus brazos.
De Los narcisos de Naizomi. México. 21 de junio de 2023. (N. del E.).
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Por Juana Bignozzi
Todos lo saben
y entonces buscan mi compañía para charlar por las noches.
Sin embargo yo conozco a alguien que quiere morir en paz consigo mismo
y me produce estremecimientos, insomnio, soledad,
porque la paz conmigo misma sería una guerra sin fin,
dos o tres asesinatos inevitables y alguna entrega desmedida
que no entra en mis planes.
Sin embargo yo sueño por las noches
con un jardín inmenso donde los muertos se levantan para saludarme;
yo sueño con un hombre que me inquieta y como lo ignora
me habla amigablemente del resto del mundo
y de mis múltiples amores, tan simpáticos,
tan apropiados como tema de conversación.
Tomado de: “Molinos de viento” (nº 51). Boletín de Artes y Letras-Marzo 2023. (N. del E.).
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Sin embargo, algunas revelaciones hechas antes de morir por uno de sus secuaces, prisionero en las últimas refriegas, acabaron de colmar la medida, preocupando el ánimo de los más incrédulos. Poco más o menos, el contenido de su confusión fue éste:
Yo -dijo- pertenezco a una noble familia. Los extravíos de mi juventud, mis locas prodigalidades y mis crímenes por último, atrajeron sobre mi cabeza la cólera de mis deudos y la maldición de mi padre, que me desheredó al expirar. Hallándome solo y sin recursos de ninguna especie, el diablo sin duda debió sugerirme la idea de reunir algunos jóvenes que se encontraban en una situación idéntica a la mía, los cuales seducidos con la promesa de un porvenir de disipación, libertad y abundancia, no vacilaron un instante en suscribir a mis designios.
Estos se reducían a formar una banda de jóvenes de buen humor, despreocupados y poco temerosos del peligro, que desde allí en adelante vivirían alegremente del producto de su valor y a costa del país, hasta tanto que Dios se sirviera disponer de cada uno de ellos conforme a su voluntad, según hoy a mi me sucede.
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Caminaban en forma paralela, acompasada, lenta. Ella le pasaba el brazo alrededor del suyo. Solían caminar todas las tardes por el centro de la ciudad, la mujer vestía pantalón con saco; su cabello pintado de tono rojizo, le llegaba más abajo de los hombros; y él, invariablemente, portaba una gabardina beige. Frisaban los sesenta años; en apariencia, nada los perturbaba en aquella ciudad tranquila donde casi todos se conocen. Venían de una colonia cercana a la Catedral, a los cafés de los centenarios portales. Nunca cruzaban una sola palabra. La mesa de ellos los esperaba, si estaba ocupada, el hombre hacía una mueca de disgusto y miraba a través de sus lentes a la mujer y le señalaba otra mesa. Parecían raros. Los muchachos de aquel entonces cuchicheaban y volaban su imaginación, decían que eran mudos, pero que cuando se acercaba el mesero para tomarles su orden los dos hablaban. Una vez que eran atendidos, se les veía beber su café en total silencio. En ocasiones pedían un pedazo de pastel. Así pasaban muchas horas, viendo a la gente sin emitir comentario alguno, solo sus miradas se encontraban en una total comprensión. Era como si las palabras sobraran, lo mismo ocurría cuando caminaban juntos. En la época de lluvias se les veía salir hacia los portales; él sostenía en sus manos un paraguas negro que cortésmente cubría a los dos. Se podría pensar que, al no hablar entre ellos, simulaban una pareja dispareja, sin compenetración alguna. Sin embargo, se les veía compartir una unión casi perfecta en sentimientos, gustos, formas de vida y amor.
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Por Jorge L. Borges
El que abraza a una mujer es Adán. La mujer es Eva.
Todo sucede por primera vez.
He visto una cosa blanca en el cielo. Me dicen que es la luna, pero
qué puedo hacer con una palabra y con una mitología.
Los árboles me dan un poco de miedo. Son tan hermosos.
Los tranquilos animales se acercan para que yo les diga su nombre.
Los libros de la biblioteca no tienen letras. Cuando los abro surgen.
Al hojear el atlas proyecto la forma de Sumatra.
El que prende un fósforo en el oscuro está inventando el fuego.
En el espejo hay otro que acecha.
El que mira el mar ve a Inglaterra.
El que profiere un verso de Liliencron ha entrado en la batalla.
He soñado a Cartago y a las legiones que desolaron a Cartago.
He soñado la espada y la balanza.
Loado sea el amor en el que no hay poseedor ni poseída, pero los dos se entregan.
Loada sea la pesadilla, que nos revela que podemos crear el infierno.
El que desciende a un río desciende al Ganges.
El que mira un reloj de arena ve la disolución de un imperio.
El que juega con un puñal presagia la muerte de César.
El que duerme es todos los hombres.
En el desierto vi la joven Esfinge, que acaban de labrar.
Nada hay tan antiguo bajo el sol.
Todo sucede por primera vez, pero de un modo eterno.
El que lee mis palabras está inventándolas.
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1.- Rolando Revagliatti: Sé que has nacido en una pequeña ciudad de la provincia de Buenos Aires donde tu padre atendía un almacén, despacho de bebidas y cancha de bochas. Y que siendo vos un pibito tu familia se trasladó al campo y te convertiste en pastor de ovejas y criador de vacunos, patos, ñandúes y zorrinos. ¿Cómo te recordás hoy en ese paisaje y cómo a tus padres y a tus hermanos? ¿Con qué libros, con qué autores te iniciaste como lector?
Simón Esain: Lo admito, Maipú es una ciudad pequeña, lo que llamamos un pueblo, en la panza escurridora y ventosa de la provincia. Sus habitantes, incluidos los que nunca sabrán montar a caballo ni ordeñar una vaca ni cómo se degüella un chancho, son tildados de ‘paisanos’ en ambas ciudades capitales cuya cercanía nos deshonra y nos desangra; pero ellos a su vez, se permiten diferenciarse otro tanto, llamando paisanos con justa razón, a los que viven en el campo, sea en ranchos o casas, que en aquellos tiempos eran y éramos muchos, muchos más que ahora, como grafica mi singladura. Éramos tantos que podíamos categorizarnos socioculturalmente en otros tres niveles, siempre descendentes, según he mirado.
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Por Oscar Wilde
Schopenhauer ha estudiado el pesimismo; pero Hamlet es quien lo inventó. El mundo se ha vuelto triste porque, en el pasado, una marioneta fue melancólica. El nihilista, ese extraño mártir que no tiene fe, que va a la hoguera sin entusiasmo y muere por lo que no cree, es un producto puramente literario. Fue inventado por Turguénev y completado por Dostoievski. Que Robespierre salió de las páginas de Rousseau es tan cierto como que el Palacio del Pueblo se levantó sobre los restos de una novela. La literatura se adelanta siempre a la Vida. No la copia, sino que la modela a su antojo. El siglo XIX, tal como lo conocemos, es en absoluto una invención de Balzac.
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Por Simón Esain
La inteligencia se nos vuelve garra y llega a borbotar
ácido digestivo utilizado en pruebas externas
Laminados, aprendemos a sobrevolar el panorama
y lanzarnos sobre cualquier presa a la vista como halcones tenaces
golosos, hasta despedazarla en nombre del arte
y después
sus harapos al sol
De tal aprendizaje se trata nuestro presente hambre
Temas obras personajes un hecho cualquiera ofrecible
una escena cualquiera ofrendable
Y otros escapan revelandosé bajo nuestro pico para satisfacción plena
de la furia anidada en la peña matinal adonde la bruma desfila
Y lo demás importa menos se convierta en hierba lejana o polvo expeditivo
Haremos nueva desproporción nueva caza nueva rapiña desde lo alto
desde lejos. Nos perfeccionaremos nos afilaremos
Nuestro corazón funcionará al compás de los desgarrones en la piel abajo
Interiorizada. Fotografiada. Y si el ensañamiento se dispara se exacerba
las garras se dispararán tras él las alas multiplicarán su ritmo
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Por Bárbara Calderón
soy yo
y te pido por favor: no lo contestes,
que se queden en ausencia las agrestes
cortas sílabas distantes de un aló.
Que mi amor despilfarrado renunció
transformando mi palabra en un tabú,
cual si fueran las agujas de un vudú
enterradas en mi lengua. Y calla que,
al llenarme de silencio, pensaré…
si no suena mi teléfono: Eres tú.
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Por Naizomi Getav
Hojas de mi cuaderno;
agenda desgastada,
vieja, pasada.
...naturaleza arrastrada por los vientos,
¡pobre, por fortuna murió ayer,
justo detrás del atardecer!
Naturaleza muerta junto a la dicha de un hombre nacido de probeta...
"Las manos del día" de Neruda,
es suavidad a la vida cruda.
Vuelen las hojas secas hasta mis manos,
vuelen bugambilias, alegría de risa fucsia, vuelen, vuelen...,
balancea el aire sus cuerpos muertos.
De: Los narcisos de Naizomi. (México, junio 19, 2023). (N. del E.).
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