Por William Faulkner

Cuando murió la señorita Emily Grierson, todo nuestro pueblo asistió a su entierro; los hombres por una especie de afecto respetuoso hacia un monumento caído, las mujeres sobre todo por curiosidad de ver su casa por dentro, que no había visto nadie en los últimos diez años excepto un viejo criado --una combinación de jardinero y cocinero.

Era una gran casa de madera, más bien cuadrada, que en otro tiempo había sido blanca, decorada con cúpulas y capiteles y balcones con volutas en el pesado estilo frívolo de los años setenta, situada en lo que en otro tiempo fue nuestra calle más selecta.

Por Rolando Revagliatti

1.- Rolando Revagliatti: ¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?

Jorge Castañeda: Mi primer acto de creación, si así puede llamarse, fue en el cuarto grado de una escuela primaria del barrio de La Falda, en la bonaerense ciudad de Bahía Blanca, donde la maestra nos pidió que redactáramos una composición.

Por NikaTurbiná

Como una muñeca rota soy.
Olvidaron poner
en mi pecho un corazón,
abandonándome inservible
en un oscuro rincón.
Como una muñeca rota soy.
Al despuntar la mañana oigo
el suave susurro del sueño:
“Duerme, cariño, mucho, mucho,
y al despertar, la gente de nuevo querrá
cogerte en brazos,
arrullar, jugar un rato –
y tu corazón latirá”
Sólo el esperar miedo me da.

Por Rolando Revagliatti

“...me acerco, casi en el cruce con Maipú, y digo que me gustaría saber si tengo alguna chance. Suspende la mirada mientras me oye. Se detiene toda. Transido parpadeo ante la aparición incuestionable de súbita trompita. Gira la cabeza hacia mí. Comienza a pesquisarme desde la barbilla. Sin entusiasmo expande las pestañas hacia una de mis orejas y hacia la otra. Saltea mi mirada, por lo que me impide contender. Escandalosamente me recorre los labios y un poco la nariz. Aunque ya dice cosas (sé de su voz pausada), no la oigo. A los ojos me mira. Y es ahora —no hay nada malo en su castellano— cuando la entiendo. Somos los que se miran mientras hablan. Me pregunta a mí (!) cómo me llamo. Musito mi gracia antes de atragantarme sin atenuantes. Y afirma llamarse Gabriela, un nombre en el que parece caber.

Por Mário de Andrade

Conté mis años y descubrí que tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante, que el que viví hasta ahora.

Me siento como aquel niño que ganó un paquete de dulces; los primeros los comió con agrado, pero, cuando percibió que quedaban pocos, comenzó a saborearlos profundamente.
         Ya no tengo tiempo para reuniones interminables donde se discuten estatutos, normas, procedimientos y reglamentos internos, sabiendo que no se va a lograr nada.
         Ya no tengo tiempo para soportar a personas absurdas que, a pesar de su edad cronológica, no han crecido.

Por Rolando Revagliatti

Mediodía. En el centro del comedor, una mesa de formica de dimensiones regulares. Una silla, un sillón de mimbre, un combinado. Se oyen discos de 78 R.P.M. de Alberto Margal e Ignacio Corsini. Entra un poco de sol por una ventana exigua, sin cortinado. En las paredes, un crucifijo de aleación incierta, fotos de un niño serio y sonrientes personas mayores, y un calendario que estipula una fecha del pasado. Adornos de cerámica y un cenicero de vidrio sobre el combinado, donde también se encuentra una lámpara sobre una carpetita de ñandutí.

                                     XIII

Por Saint-John Perse  

¡Pájaros, lanzas levantadas por todas las fronteras del hombre!

El ala pujante y sosegada y el ojo levantado por secreciones muy puras, avanzan y se nos anticipan con las franquicias de ultramar, como en las Balanzas y Mostradores de un levante eterno. Son los peregrinos de una larga peregrinación, Cruzados de un eterno Año Mil. Y de igual modo fueron cruzados sobre la cruz de sus alas… ¿Ninguna mar cargada de barcos ha conocido jamás un concierto igual de velas y alas sobre la feliz vastedad?

Por Arturo Sosa

Mis pies se diluyen en charco de dolor
sienten la caricia de tu pena
En mi afán de procurarte
vivo erguido sobre tu lágrima
protegido por la risa
que pretende secarla
Cual funámbulo que sostiene hastíos
logro el equilibrio aferrado a una canción
inclino el peso del aire
y balanceo la ecuación del ánimo
con alegría frágil colgada de alfileres
soy marioneta de cristal
ando en bicicleta cuesta abajo

Por Juan José Arreola

El forastero llegó sin aliento a la estación desierta. Su gran valija, que nadie quiso cargar, le había fatigado en extremo. Se enjugó el rostro con un pañuelo, y con la mano en visera miró los rieles que se perdían en el horizonte. Desalentado y pensativo consultó su reloj: la hora justa en que el tren debía partir.

Alguien, salido de quién sabe dónde, le dio una palmada muy suave. Al volverse, el forastero se halló ante un viejecillo de vago aspecto ferrocarrilero. Llevaba en la mano una linterna roja, pero tan pequeña, que parecía de juguete.

Por Julia de Burgos

Se ha muerto la tiniebla en mis pupilas,
desde que hallé tu corazón
en la ventana de mi rostro enfermo.

¡Oh, pájaro de amor,
que trinas hondo, como un clarín total y solitario,
en la voz de mi pecho!
No hay abandono…
ni habrá miedo jamás en mi sonrisa.

¡Oh, pájaro de amor,
que vas nadando cielo en mi tristeza…!
Más allá de tus ojos
mis crepúsculos sueñan bañarse en tus luces…