Por Federico García Lorca

Amor de mis entrañas, viva muerte,
en vano espero tu palabra escrita
y pienso, con la luz que se marchita,
que si vivo sin mí quiero perderte.

El aire es inmortal, la piedra inerte
ni conoce la sombra ni la evita.
Corazón interior no necesita
la miel helada que la luna vierte.

Pero te sufrí, rasgué mis venas,
tigre y paloma sobre tu cintura,
en un vuelo de mordiscos y azucenas.

Por Jaime Sabines

No es que muera de amor, muero de ti.
Muero de ti, amor, de amor de ti,
de urgencia mía de mi piel de ti,
de mi alma, de ti y de mi boca
y del insoportable que yo soy sin ti.

Muero de ti y de mí, muero de ambos,
de nosotros, de ese,
desgarrado, partido,
me muero, te muero, lo morimos.

Por Mario de Andrade

Conté mis años y descubrí que tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante, que el que viví hasta ahora.

        Me siento como aquel niño que ganó un paquete de dulces; los primeros los comió con agrado, pero, cuando percibió que quedaban pocos, comenzó a saborearlos profundamente.
         Ya no tengo tiempo para reuniones interminables donde se discuten estatutos, normas, procedimientos y reglamentos internos, sabiendo que no se va a lograr nada.
         Ya no tengo tiempo para soportar a personas absurdas que, a pesar de su edad cronológica, no han crecido.

Por Antonio Machado

Arde en tus ojos un misterio, virgen
esquiva y compañera.
No sé si es odio o es amor la lumbre
inagotable de tu aliaba negra.

Conmigo irás mientras proyecte sombra
mi cuerpo y quede a mi sandalia arena.
—¿Eres la sed o el agua en mi camino?—
Dime, virgen esquiva y compañera.

Por Stig Dagerman

Es un día suave y el sol esta oblicuo sobre la llanura. Pronto sonarán las campanas, porque es domingo. Entre dos campos de centeno, dos jóvenes han hallado una senda por la que nunca fueron antes, y en los 3 pueblos de la planicie resplandecen los vidrios de las ventanas. Algunos hombres se afeitan frente a los espejos en las mesas de las cocinas, las mujeres cortan pan para el café, canturreando, y los niños están sentados en el suelo y abrochan sus blusas. Es la mañana feliz de un día desgraciado, porque este día un niño será muerto, en el tercer pueblo, por un hombre feliz. Todavía el niño está sentado en el suelo y abrocha su camisa, y el hombre que se afeita dice que hoy harán un paseo en bote por el riachuelo, y la mujer canturrea y coloca el pan, recién cortado, en un plato azul.

Por Laura Santiago

Tardé en descubrir que vivir
no era deslizarse por los días
ni ordenarle los cajones a cada jornada.
Era poder encontrarse alguna vez, en mitad del caos
manchada y descosida, con alguna herida abierta.
Para no rendirme a la impostura
tuve que inventarme, entrelíneas,
bebiéndome la elocuencia de todos mis silencios.
Tardé en descubrir que el futuro tenía prisa,
que cualquier hora es una hora marcada.

Por Georgette Vallejo

Amigo, esposo mío,
ya vuelve la primavera,
donde están los hijos que no tuvimos,
tú y yo que solo supimos mal hacer.
Amor mío, adiós en la aurora,
no volveremos a vernos nunca.

Sentada

Sentada como una ciega.

En torno a mí cae la vida
como también caen los ecos.

Por Emily Dickinson

Sentí un funeral en el cerebro,
acompañantes que iban y venían
pasos-pasos tan sonoros-que era
como si taladraran el sentido-
y cuando ya todos estuvieron sentados,
la ceremonia, como un tambor-
sonaba-y sonaba-hasta que me pareció
que la mente se entumecía-
oí entonces cómo levantaban la caja
y el crujido que atravesaba mi alma
con esas botas de plomo, otra vez,
luego el espacio-comenzó a tocar a muerto,
y todos los cielos eran una campana,

Por Horacio Quiroga

Es un poderoso día de verano en Misiones, con todo el sol, el calor y la calma que puede deparar la estación. La naturaleza, plenamente abierta, se siente satisfecha de sí.

            Como el sol, el calor y la calma ambiente, el padre abre también su corazón a la naturaleza.

            —Ten cuidado, chiquito —dice a su hijo abreviando en esa frase todas las observaciones del caso y que su hijo comprende perfectamente.

            —Sí, papá —responde la criatura, mientras coge la escopeta y carga de cartuchos los bolsillos de su camisa, que cierra con cuidado.

Por Rolando Revagliatti

1.- Rolando Revagliatti: ¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?

Gloria Arcuschin: Mi primer acto de creación, que yo pueda recordar, está conectado ya, con la literatura. Viviendo en un barrio del conurbano de Buenos aires, asistía junto a una amiguita a una escuela distante unas doce cuadras de mi casa; era un palacio para mí, un edificio de dos plantas, con escaleras de mármol, que databa de la época en la que un gobierno popular había dado gran importancia a los edificios escolares.