Por Dulce María Loynaz

Si me quieres, quiéreme entera,
no por zonas de luz o sombra…
Si me quieres, quiéreme negra
y blanca, y gris, verde, y rubia,
y morena…

Quiéreme día,
quiéreme noche…
¡Y madrugada en la ventana abierta!…
Si me quieres, no me recortes:
¡Quiéreme toda… O no me quieras.

Por Carilda Olver

A la esperanza vuelvo, a la madera
que construyó mis días importantes,
a la extraviada primavera
de antes.
A la justicia de mirarlo todo
como si me perteneciera,
que en fin de cuentas no hay un modo
de abandonar el hambre de la fiera.

Adiós

Adiós, locura de mis treinta años,
besado en julio bajo la luna llena
al tiempo de la herida y la azucena.
Adiós, mi venda de taparme daños.

Por  Alfonso del Rosario Duran

Como un descuido más se desangra
como los ángeles
intento postrarme no ser yo

He perseguido a Dios por las grietas
de los laminarios heridos he intentado extraer su sombra
en las piedras que adormecen
su rugido no alcanzo

No hiela su mano mi sangre
no discurre el rumbo en que alguna vez fui su paloma

Por Alejo Carpentier

                 Y caminaba, semejante a la noche.

                               Ilíada. –Canto I

 I
El mar empezaba a verdecer entre los promontorios todavía en sombras, cuando la caracola del vigía anunció las cincuenta naves negras que nos enviaba el Rey Agamenón. Al oír la señal, los que esperaban desde hacía tantos días sobre las boñigas de las eras, empezaron a bajar el trigo hacia la playa donde ya preparábamos los rodillos que servirían para subir las embarcaciones hasta las murallas de la fortaleza. Cuando las quillas tocaron la arena, hubo algunas riñas con los timoneles,

Por Juddy Martín

Ilusiones que se cumplen
deseos que no se agotan
las palabras de las luces
un camino una mascota
una luna desafiante
mil miradas una sola
cinco versos de un cantante
una estrofa y una coma
una mano que me atrapa
un cuerpo que no perdona
un verso que surge solo
y una mirada que brota.

Por  Lidia Caridad Hernández

Ellas llegan como palomas. Es difícil imaginar al quien tan feliz a esta hora de la madrugada. Aletean a pasos cortos. Puedo sentir las endorfinas en el aire, el amor quizás. Imagino que durmieron juntas. La del pelo corto con la cabeza apoyada en el pecho de la otra, la que siempre ríe, la que definitivamente marca el paso. Traen en sus cuerpos el sabor, el olor del pasto húmedo, recién cortado. Estoy segura de que beben una de la otra…, polillas encandiladas de su propia luz, cuellos frágiles, frágiles y sonoros, lirios quizás… No necesito las emanaciones del sílice para ver el cáñamo balanceándose sobre sus cabezas, cáñamo púrpura. El tiempo es otro, las gentes…

Por Pablo de la Torrente Brau

El panorama

Desde la tarde anterior habíamos llegado al ingenio y, ahora, almorzábamos con apetito de guajiros debutantes, en el portal del bungalow que tenían los ingenieros. Cien metros al frente, paralelas a la línea de casas del batey, se extendían las vías del ferrocarril en una longitud aproximada de cuatrocientos metros, perdiéndose por un extremo en una gruta de árboles, y por el otro, en la traición de una curva.

Eran las doce.

Por José Ramón Calatayud

Me sorprendí, debo confesarlo, cuando tuve en mis manos, casi por azar, un ejemplar de un libro hermoso y útil; hermoso, porque como producto artístico resulta un verdadero hallazgo, y útil porque sospecho que en el futuro, esta reunión de poemas para niños de muy variopinto origen, marcará una pauta, pues permite hacerse una idea del amplísimo espectro de escritores que hoy día dedican su talento a los más jóvenes y además, hacerlo con gracia, mesura y belleza, con esa tan necesaria delicadeza con que los creadores asumen los temas más baladíes, los más sencillos.

Por Alexander Besú

Si esta pandemia malvada
perdura, no sé qué hacer,
porque tiene a mi mujer
psíquicamente afectada.
Está tan obsesionada
que lava hasta los retratos.
Sus manos, en arrebatos
de férrea higienización,
han frotado más jabón
que las de Poncio Pilatos.

Al verla estrechar sus cercos
de limpieza, yo me azoro,
porque le ha metido cloro
hasta al corral de los puercos.
Con gestos firmes y tercos

Por Juan A. Monteagudo

La tierra no pudo absorber la energía
de su espíritu henchido por los versos
que pulula sobre todos los confines del mundo.
La calle, una cascada donde
sus ojos se le antojan al amor
con el verbo dispuesto, siempre dispuesto
para enunciar elogios y desorden,
para embestir caricias a los enamorados.
Solo pude verla en los páramos ecuestres
cual estatua perfecta de mambí.
La tierra no pudo absorber la energía
porque hay flores que no marchitan,
la poesía no envejece