Por Anisley Fernández

Ahora que me percibo bella, que insinúas
ese bojeo carnal ajeno al mío,
la mayoría de las tardes no me dejan dormir.

Ahora que las amigas de mi hermana se insinúan,
que las guerreras tienen un léxico superior al hombre,
la mayoría de las niñas no te dejarán dormir.

Ahora que domas tantos nombres menos el mío,
con cierto tono de sombra en el desastre
me invento en blanco tu estatuilla:
pletóricos senos, creyéndote en ella,
queriéndola mucho.

Ahora pudiera ser taimada,
ponerme la eutanasia sobre el nervio
donde terminaba tu ficción.

De Chelsea Hotel

 

Por Leonardo A. Barrios

Apareció la primavera en agosto,
anunciación clavada
en la cruz.

Las mariposas decidieron parir,
cansadas de la espera,
los leopardos maúllan
a las puertas de las cocinas.

Se dejan flagelar los abusadores
por las prostitutas y trans.

Homofóbicos vestirán trajes rosa
y los travesti cetrino.

Las naciones se reunirán con urgencia.
El asiento del amor quedó vacío.

Por Indyra L. Pérez

     Un hastío invade el hueco que va del alba al poniente
     un bostezo color mundo y carne
     color espíritu avergonzado de irrealizables cosas
     lucha entre la piel y el sentimiento de una
     dignidad debida y no otorgada
.

              Vicente Huidobro

     Es duro y seco el suelo aquí
     como regado con derrotas

              Juan Gelman


En defensa propia

Olvidaré mis odios, la ceniza
que disimula el tiempo en los cristales,

Por María A. Santovenia

I

Por un momento pensamos escuchar la primavera
Pero otra música surcaba el aire
Contaminado con estelas
La interferencia de una radio afónica
Las antenas captaban los vellos de los brazos
Ondas a través de la atmósfera
Cortando nuestras cabezas como la guadaña de la muerte
El correr de nuestros pies como los tambores del Apocalipsis
Y después
La fractura de la Tierra
Del orden lógico de los cuerpos
De la belleza
Y luego la primavera

Por José A. Buesa

Yo vi la noche ardiendo en su tamaño
y yo crecía hacia la noche pura
en un afán secreto de estatura,
uniendo mi alegría con mi daño.

Y aquella realidad era un engaño,
en su sabor de ensueño y aventura;
y abrí los ojos en la noche oscura,
y yo era yo, naciendo en un extraño.

Y yo era yo, pequeño en mi amargura,
muriendo en sombra bajo el cielo huraño
y cada vez más lejos de la altura.

Y odié mi realidad y amé mi engaño,
y entonces descendió la noche pura,
y sentí en mi estatura su tamaño.

 

 

Por María A. Santovenia

El vestido de flecos se balancea al compás de su cuerpo, al compás de la música grabada. Kiara baila con energía, como si el suelo estuviera cubierto de fuego y sus pasos marcaran la evasión de las llamas. El dorado de sus ropas brilla con las luces de la terraza del crucero, sin embargo, cuando ella lo mira y mira sus joyas, resplandecientes también, no culpa a las luces artificiales, sino a las estrellas. Siente el sudor correr por su espalda, por su frente, pero el desenfreno del baile es más importante. No, es esencial.
     Adán agita el líquido color ámbar antes de llevar la copa a sus labios. Permanece recostado a la baranda, con el mar detrás. Hay personas a su alrededor, pero es lógico, natural.

Por Karlo F. Pérez

Clamó el loco a la noche;
le pidió que posara
sobre su cabeza
el sueño apacible
del descanso fecundo.

La noche contestó:
si en mis brazos quieres dormir,
abre el corazón
deja entrar el amor.

Suenan ya las campanadas
del amanecer,
y a los lejos canta un gallo,
mientras un loco vuelve a nacer.

Por Jonathan Sánchez

El camionero disminuyó la marcha para sintonizar alguna emisora de radio que valiera la pena. No le gustaba conducir y a la vez enfocarse en la petulante rayita plástica que recorría la línea de las frecuencias de la AM y FM. Era ferviente convencido de que el timón se agarra con las dos manos y la vista se mantiene en la carretera mientras dure el viaje. Además, el radio del camión no funcionaba e iba a usar su nuevo radio soviético de baterías recién comprado en Cárdenas; no quería fustigar la ruedita de sintonización con sus gruesos y callosos dedos por prestarle más atención al camino que a ella. Cuando logró dar con una de las últimas canciones de Van Van, tuvo que pisar el freno a fondo y cerrar los ojos por el pánico.
     El camión se detuvo. El conductor sintió un golpe seco. Supuso que el muchacho repentinamente salido al encuentro de la mole rusa de hierro, había sido atropellado.
     —Señor  —escuchó—. Señor, ¿me haría un favor?

Por Olga L. Martínez

—¿Llueve por allá? —pregunta él.

—No, no llueve —dice ella mientras espera. Luego continúa: —No llueve, pero... el tiempo es triste. Tan triste como la soledad, como el montón de ropa en una esquina y esa gota que persiste en caer aunque no llueva. Excelente melodía en un caldero. ¡Ay, el ventilador acaba de apagarse! No llueve, pero escucho el trinar de los gorriones y el cacarear de una gallina en el patio del vecino. Detrás de la puerta: los zapatos sin la suela. Un trozo de barro en la maceta rota, se vuelve también tiempo. Ese que no avanza en mi memoria. Una media sin pareja, cuatro gatos duermen en mi cama, y el timbre del teléfono que no para de sonar. No llueve... pero el tiempo es un mensaje que te apura, una hoja seca de la planta que persiste en desnudarse. Una escalera sin el último escalón.

“No llueve ... pero el tiempo es gris... muy gris”.

 

Por Sandra M. Busto

El lirio es la flor que prefiero en mi jardín, es un Eros que perfuma y refresca mi entorno. La naturaleza tiene sutiles maneras de mostrar una y otra vez el acto de creación y, en él, es una delicia descubrirlo. Sé el momento exacto en que va a florecer por ese tono verde, perfecto, con que viste sus hojas. Parece como si sus brazos y piernas tensaran músculos. Con las primeras gotas de lluvia fresca que le ofrece esa dama traviesa que es la primavera, renace fortalecido para vestirle sus mejores galas.
     Luego yergue viril, cual símbolo fálico, un tallo que culmina su ciclo cuando abre la puntiaguda cápsula. Justo cuando el sol se acuesta en el horizonte y deja brillar las estrellas en los ojos de la Luna, nos lega el eterno símbolo blanco de creación convertido en flor que, con sus pétalos, endulza la brisa. Nada como la complicidad de la noche con el aroma de los lirios, la escena perfecta.