Por Sandra Bustos

La ciudad está triste y desolada. Es de madrugada y solo me acompaña un gato que, noctámbulo como yo, deambula entre las sombras. Camino las mismas calles de siempre. Se ven sucias y despintadas, corroídas por un tiempo implacable que ha ido dejando huellas a su mezquino paso. De pronto el mural, aquel que alguien hizo y tiene casi mi misma edad. Me llamaba tanto la atención cuando yo era una niña. Intentaba  descubrir la vida detrás de los barcos y las casas junto al mar. Sin embargo, dos heridas brotaban en medio de la pintura. Quedé petrificada. Dos enormes tubos totalmente desgastados sobresalían de aquella emblemática obra, dando paso a una realidad que ahora se anteponía a la fantasía.
     Aquella pared olía mal, siempre fue así desde que lo recuerdo. Había sido convertida en el baño ocasional de cuanto deambulante nocturno, ya sea humano o animal, se le antojara desahogar sus aguas interiores. El piso siempre sucio, con restos de comida y cuanta cosa pudiera caer en una acera que no había sido limpiada a consciencia por décadas. Lo único realmente hermoso de ese paraje lo era mirar aquellos barcos en el mar, una vida que existía, pero que, al verla allí, era un aliento, un suspiro, como si la belleza del arte pudiera transformar tu día.

Por Ana L. López

Vinieron a quitarme la calma
como si la calma fueran dos libras de arroz
pero fue así
iba caminando por la vida
a mi ritmo
ellos velaron a que el día se escurriera
pasaron corriendo y zaz
como si mi calma fuera un sombrero
uno de ellos se la comió
y se quedó frente a mi casa
se chupaba los dedos
yo a punto de hacerme el harakiri
bajé desaforada la escalera
lo agarré por el cuello
lo levanté más que con fuerza
con algunas palabras al oído
y lo hice vomitar

Por Nelson Simón

A esta cicatriz,
ya le he cantado.
Allí
donde rompe
la ola,
me aferré
como un mejillón.
En lo amargo.
En la costra salobre.
En la línea
de peligro
intenté
florecer.
No mires allí,
dijo mi amante.
No vuelvas
a reincidir,
dijeron los amigos

Por Anisley Fernández

Cae la sangre.
Una gaviota asume mi fragilidad,
caja de talco en el azul.
Soñé una playa como esta
donde te escribía.
Reconozco el olor de las almas recias,
su adiós.
La arena filtra un vahído
de recuerdos,
muelles...
Descienden mis piernas
a consagrar el agua,
lo que ya no debe ser suscitado
en honor al dolor.

Por Pedro Péglez

Ondea el cisne
Navega su tesitura de esmalte níveo
En el espejo esparce su señorío
de vela hacia el azul
Nadie crea que es un ave
No
Es un lábaro que borda al agua
el heraldo de algún dios
Nadie repita
que viva el cisne que viva
(No sea que cuaje en mármol)

 

 

            Yo estoy triste y tú estás muerta...

            J. C.Zenea

Por Daína Chaviano

Amor mío:
No hay un solo minuto de esa luz que termine
cada paso que comenzaste.
No eres tú la piel que los amigos dijeron:
carcomida carne a punto de morir
Mi voz toca a rebato
el canto del viento entre las tumbas.
Por eso no quiero hablarte del sol o de la vida.
Esta noche lleva el sello de un tálamo sangriento.
Sobre mi cuerpo traigo tu corona de muerte
y aquella luz...
Recuerdo muy bien tu voz,
la sombra de las pecas en tu espalda
y una lista fugaz de perversiones
fraguadas junto al oído.

Por Etiannys Alfonso

Inverosímil la posibilidad de trastocar pieles,
sabiendo que la superficie prevalece sólida.
Y es cuando la coraza
cae ante el efecto de un roce,
un brotar de besos impuros,
un apretón de manos,
una frase con el mayor de los sentidos.
Aún veo estupefacción ante el redescubrimiento,
en el abismo existente
entre lo vivido y la euforia de un recomenzar.
Llenan de anhelos, estas tardes de domingo,
las visiones de lo sublime,
el vértigo incontenido de una mirada al vacío,
el atardecer de unas palabras que incineran.

Por Luis de la Cruz Pérez

 Lo que permanece, lo fundan los poetas.

                         Hölderlin

Volver de nuevo al sendero
junto al barro en la llovizna.
Poco o nada.
                         Casi brizna
de azaroso derrotero.
Del último hasta el primero
cabalgo —porque me nombras—
sobre veloces alfombras
y ajenos atardeceres.
Huelgan llaves.
                        ¿Tus poderes,
sombras son entre las sombras?

Pienso tanto; luego: existo.

Por Raiza Olivera

Acompañamiento a las madres que lloran hoy por sus hijos.

Si mis ojos mojados te detienen, no los veas, solo es el viento al pedir que sople tus velas y te lleve sano donde vayas. Que mi espíritu te colme de paz en los días más largos y las noches más frías, que te acompañe cuando desees volver. Son mis brazos para que yazcas, incluso a la sombra del no existir.
     ¡Hijo! Ve, ve sin miedo. Hazte el hombre más feliz. Y sea esta lluvia el cauce de mi seno, la que te guíe como una estrella a tu destino. Que tu destino se parezca siempre, al color de mis ojos cuando te miro.

 

 

Por David Almeida Martínez

I

Alejo Carpentier en el reino de este mundo

Nacido en Suiza, el 26 de diciembre de 1904, aunque siempre manifestó haber nacido en la Calle Maloja, en La Habana (expresión evidente de su voluntad y sentido de pertenencia a la cultura cubana, a la cual prestó un servicio de excelencia), Alejo Carpentier es hoy, a treinta y siete años de su fallecimiento en París, uno de los grandes artífices de la renovación de la narrativa latinoamericana. Le fue otorgado el Premio Miguel de Cervantes en 1977, convirtiéndose en el primer latinoamericano en recibir el máximo lauro concebido a escritores de lengua española.
     La narrativa cubana entre 1923 y 1958 estuvo marcada por vertientes generadas por el influjo del vanguardismo, no obstante, por sus características especiales, al no insertarse ortodoxamente en estas vertientes, se estudia la producción literaria de Carpentier aparte.