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Por Ulices Trujillo
En horrible pesadilla
 canta mi cansada voz
 y se multiplican los
 versos de cada cuartilla.
 ¿Cómo exiliamos la astilla
 Afilada que nos hiere? 
 ¿Cómo soñar, si difiere
 cada tarde la ilusión?
 Al latir, el corazón,
 es un pájaro que muere.
 
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Soy un madero flotando en alta mar.
Necesito un naufragio, una explosión, una catástrofe,
algún sobreviviente que se agarre de mí
para encontrar el puerto.
De Ciudad de cámara
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Por Olga L. Martínez
 
 
La triste soledad de tu mirada
 ve caer una flor en tus arrugas,
 y se me va el color, y te me fugas
 por la grieta del día, acorralada.
 
 Mas… se me vuelve la distancia espada
 cuando no hay mariposas, solo orugas.
 Entre tanto, tus lágrimas enjugas,
 y esperas el milagro de algún hada.
 
 ¿No escuchas, madre, cómo canta el río?
 ¿Cómo las aves trinan con más brío
 y la orquídea del patio reverdece?
 
 A tus recuerdos, madre, dales alas,
 regálate la infancia. Pon bengalas,
 y verás que el dolor desaparece.
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Por Marcos Rodríguez
Ahora sólo queda el viento
 el viento que sopla sobre la ausencia de colores
 sobre los grises y negros que se clavan
 como estacas frías en el tiempo.
 Y se oye el susurro de lo que ya no existe,
 de las ideas macabras de otras épocas
 de la burla fría y persistente.
 Se escucha el chasquido
 de los cerebros que cavilan,
 se huele la carne quemada de los dedos
 que se aprietan sobre el hierro candente.
 La madre de la serpiente y la serpiente,
 y el engendro que late en el seno de la serpiente,
 un cuello que se quiebra
 y el quejido que nunca brotó,
 se conjugan para insinuar
 la sombra de la muerte y el olvido.
 Duros sonidos de caras
 que se caen rojas de vergüenza,
 y se rompen derramando el líquido prohibido.
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Recientemente tuve la suerte de reencontrarme (gracias a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación), después de muchos años, con un querido y antañón amigo que comparte conmigo el gusto por la literatura y la música, además de ser un experimentado y diplomado especialista de las letras. 
     Mi amigo, el profesor, poeta y escritor Orlando Víctor Pérez Cabrera, se ha encargado de actualizarme la memoria después de transcurridos casi cincuenta años desde nuestro último encuentro y, no puedo menos que reconocer con una mezcla de tristeza y alegría, el implacable paso del tiempo que yo mantenía detenido en mi mente como una inalterable fotografía. 
     Amigos que agotaron su existencia y, naturalmente desaparecieron; algunos que emigraron a otras tierras y otros que fueron arrebatados prematuramente de la vida en la plenitud de sus días; conocer todo esto de un tirón tiñó un poco de gris mi alegre entusiasmo inicial, pero la vida no es una foto y siempre continúa. 
     Muchos fueron los momentos de solaz que disfruté en la compañía de Ceyla, una excelente pianista, y su esposo, un exquisito cancionero en la casa de ambos, compartiendo música y buena charla en improvisada tertulia cultural. 
Inolvidable la Navidad de 1962, cuando conocí a los españoles Josefina Comas, excelente pianista y soprano junto al tenor Iglesias y su esposa, con quienes disfruté maravillosas veladas, cantando zarzuelas y operetas vienesas. 
     Otro espacio importante lo ocupa la pianista Cuquita Yera, con quien pasé una maravillosa tarde analizando la partitura del Clair d´Lune, de Claude Debusy, que era su objeto de estudio entonces. 
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Por Luis Yuseff
            Y todo está dispuesto de este modo,
                    para que no salgamos del mágico círculo.
            Ossip Mandelstam
           Para Ghabriel
           una isla propia.
Entro. Pido el último café. Elena Burke es un recuerdo.
Todo es frío bajo los toldos.
Por momentos la lluvia de tránsito nos obliga a adentrarnos.
Descendemos a otros arcos protectores.
Patio interior de piedra. Asfixiante.
Aquí se vive arduamente. Se hace un espacio
a cada provincia. Y otra se acerca mientras pides un café.
A cambio de una moneda tendrás la joya blanca
entre tus manos. Es amargo el trago para beberlo despacio.
Ha de ser despacio para que el trago baje amargo.
Y comienzas a conversar. Pues aquí se habla vivamente.
Interrumpidos por la mano que pide con hedor e insistencia.
(También mi mano es pobre y la guardo bajo la madera).
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Por Irelia Pérez
I
 
 Padre de azúcar,
                              te nombra
 con nostalgia la campiña
 y en tus manos una niña
 que juega se ha vuelto sombra
 del ayer.     Sobre la alfombra
 verde regresa porqué
 huele a otredad con café,
 a despertar de caminos
 y a una lluvia de molinos
 derrotados, en su pie.
II
 Dueño del verdor,
                                te canta
 mi verso prado y rocío
 con mariposas.     Un río
 de auroras va en mi garganta.
 Sueño de niñez imanta
 cada recuerdo en tu huella
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Por Pedro Silva
Hoy separo mi alma de mi cuerpo
 y lo dejo todo detrás de las aguas.
 Camino como un prisionero que persigue su libertad
 Hoy renuncio a cumplir condiciones
 a compartir mis flores
 a usar el plato sucio del dueño de las tardes
 Y comienzo a andar con una sombra diferente
 con una sonrisa cordial
 Pero seguro que en algún lugar
 se encuentran los cauces de mi río
 Hoy lo dejo todo detrás
 Y salgo con mi amor a cuestas
 para conquistar nuevos mundos. 
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Por José Martí
Quieres mis versos tener,
 ¿qué versos te ha de decir
quien queda con verte ir
 sin lira ya que tañer?
 ¿Versos? Pues con ser mujer
 y nacer de quien naciste
flor de estrella, verso fuiste
 delicado, casto, airoso,
 más que el cantar querelloso
 de un hombre pálido y triste.
 ¡Oh, lago! que apenas riza
 de mayo el terral primero,
 ¡y queda en ti prisionero
 del encanto que lo hechiza!
 No sabes cómo suaviza
 la vida recia, el hallar
 niña que sabe llorar
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Para esta conversación
 la vida no conviene
 y viceversa.
 La circunstancia
 es mi cabello al viento
 y la tapa del cráneo
 queriendo volar.
 Tiene que haber otro espacio
 para tantas palabras,
 otros espejos
 otros guiones.
 Tiene que haber un espacio
 para este grito
 donde pueda olvidar.
 El dolor del poder
 y el del alma
 se acorralan.
 Sus partes son esenciales
 en esta conversación.
 Pero no será aquí.
 No en esta fetidez de voces.
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