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Por Marta Vázquez
Con mis manos quiero
acercarle el sol
y perfumar su voz
para que no calle.
Quiero compartir la luz
que su pupila guarda.
Y con arpegios de su lira
dibujar el viento que lo abraza.
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Prohibido el llanto, la queja, la palabra.
Siempre hay quien no entiende, quien te mira de lejos, quien te mira mal.
La verdad y la palabra son sombras tristes en épocas de silencio.
Mi corazón anda con puñales clavados por manos burdas y torpes.
Mi razón no entiende,
ya no entiende.
Algún día llegará la primavera y barrerá con lluvia tanto escombro y tanta pena.
Algún día germinarán las margaritas blancas...
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Por Eliane Acosta
Ella
lleva un puñado de surcos entre las manos,
una pandilla de sueños equilibristas
que troquela su pecho.
Ella seca el sudor de la tierra
y se maquilla el rostro
sin saberlo.
Florece
como espuma de ola.
Salta
para besar la luz.
Ella tiene mirada de poeta
y muerde la vida
con ojos de esperanza.
(*) Este poema está dedicado a la escritora y narradora oral Olga Lidia Martínez Robaina. (N. del E.).
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Por María Rosa Martítnez
Yo nunca me he mirado en el espejo
más del tiempo que apenas necesita
una mujer pendiente de su cita,
que nada más requiere de un reflejo.
Yo nunca me enteré si estaba viejo
el polvo que dormía en la mesita
o si le interesaba a la visita
el vino, por lo triste o por lo añejo.
El descuido era en mí algo inocente
ante el amigo que me vio una vez
en un instante con el rostro preso.
Porque se puede, descuidadamente,
buscar sobre el espejo en la vejez,
la marca tibia que ha dejado un beso.
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Por Pedro O. Silva
Tú eres el resultado de quienes te acompañan siempre en las buenas y las malas.
Que dejan sus puertas abiertas sin restricciones ni contraseñas ni seguridad para que recorras sus almas.
Esos son los que deben cuidarse y no importa lo lejos que estén. Porque esa confianza y compañía es la que te hace estar firme, seguro y avanzar.
Eso te hace ser presente. Porque puedes permanecer al lado de alguien y estar ausente.
Quedémonos con los que te abren las puertas y caminan a tu lado. No hay que tener miedo: siempre habrá alguien decidido a emprender una nueva vida y darte la contraseña de su amor.
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Por Ariel Fernández
No me pidas salir, que estoy sujeto
a esta suerte sin par de laberinto,
ni detengas el pulso del instinto,
a este insomnio feliz algo indiscreto.
Nueva letra sembraste en mi alfabeto,
y muda, que no suena mencionada...
llegaste a mí sin ser, ni pedir nada,
pero aquí te me quedas de algún modo,
después del día en que nos dimos TODO
lo que hubo de nacer de una mirada.
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Para Ivett Orozco
Bocarriba sobre la hierba perfilo tu rostro.
Un solo resquicio y me habitan las nubes.
Tanto como sé de memoria tu cuerpo
desconozco el suceder de los días.
Un trazo leve y te estacionas en mis pupilas.
¡¿Dónde beber si no es de tu boca?!
Bocabajo sobre la hierba me dueles a tierra.
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Madre vive en el cuento de todos los días.
No es el cuento chino de las rosas
ni el de las margaritas japonesas.
Madre dice de los periódicos
utilizados como envolturas
y vendidos por temporadas en su pueblo
que cuelga de un barranco,
periódicos de la década
o de las prodigiosas décadas
que hablan solo de un pasado inmortal.
Madre vive atrofiada
por el cuento de las colas
como culebras por las aceras
huyendo al irreverente sol de su archipiélago
a la espera de un premio por subsistir
con un café circunstancial
impuro.
Madre no duerme.
Teme de las noches y al mañana
de un cuento indecoroso
del cuento real que hubo una vez.
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Por Olga L. Robaina
Queriéndolo o no, es el final.
Un juicio puede convertir el mar en espinas.
Soy Náyade,
y encerrarme dentro de una lata de sardinas,
puede ser contraproducente.
Me descuartizan.
Desconocen el color del pecho
y tienen
poco dominio del crepúsculo.
No todos pueden mirar al Sol.
Arremeten...
Sola yo
y la silla.
Sola yo
y mis sueños.
Sola yo
y mi llanto.
Sola yo
y esas malditas voces en mi cabeza.
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Por Kenis de la Cruz
Somos la carne maldita
el estampido inusual de la palabra
un parque bondadoso
abierto a los antojos del borracho
Me dibujo perfecta y pura como una prostituta
Tú remueves mis surcos en la orilla
Entonces el sol
la tajada sudorosa
la víspera
las partes sin sombras
el tiempo
Somos
los rincones de este verso
la pared desteñida
la espalda rota
dos lenguas náufragas entre los absurdos
dos minutos perdidos en el espejo
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