Por Pedro Péglez 


Madre     tú me enseñaste
a masticar las pieles
a ayudar al bisonte en su presagio
tú me enseñaste a triturar qué hierba
a domeñar el borde a la fatiga
incluso a destrozar aquellas sombras
con los dientes cerrados y perfectos.

Ah mi madre     por qué      por qué
                         no me enseñaste
también a no mascar mi propia piel
                         sus empinadas grietas
como si el buen guerrero
                         fuera una manzana
como si el turbio diente
                         pudiera liberarme.

 

 

                 Rimbaud

Por Luis Manuel Pérez Boitel

 

bajo la ráfaga que hace girar
el éter de la noche, un adolescente
quiebra las hojas secas del manzano. confirma así
su paso tras la película, aquella fantasía
creída fugazmente. siento el equívoco
«a las cuatro de la mañana, en el estío»
cuando un rostro embelesa (su rostro)
y temo que ha llegado superponiendo las cosas.
descreyendo
la otra mitad que con suspicaces palabras
prohibieron. tú, encendías una lámpara
para que nada fuera tan extraño. al final,
ya no estabas donde antes. quizás,
eras una imagen segmentada que nunca existió.
un abrevadero sin límites. una estatua de sal
al borde de un paraje, ya gris y de provincia.
ah, apenas eso...

Por Raúl Jiménez


Este taller cienfueguero
de la cultura cubana,
a la Patria la engalana
con esfuerzo verdadero.
Quien viene aquí es con esmero,
firmemente decidido,
y por lo que yo he vivido,
las obras continuarán,
porque jamás pasarán
a los tiempos del olvido.

Por Richard Gutiérrez

 

Pablo Milanés cantor
de profunda poesía,
te volvió tu geografía
un ilustre trovador
hoy le cantas al amor
lo que el corazón te manda
y tú público se agranda
sobre tu verso sonoro
para regalarle a coro
una canción a Yolanda.

Tu guitarra es una orquesta
repleta de inspiración,
quisiste volver canción,
al amor y a la protesta
creciste en un suma y resta,
desempolvando ilusiones
y con tantos galardones
hoy tus letras siguen vivas
cómo vibras positivas
para las generaciones.

 

 

Alguna vez, todos hemos quedado
a la orilla de un paisaje roto
por donde se escapa el aliento.

       Nelson Simón

Por Olga L. Robaina


No sé de tus utopías,
ni de sutiles promesas,
ni del amor que confiesas
en el curso de los días.
No sé si las profecías
que vaticinan las cartas
son ciertas.
Cuando te apartas
y dejas sobre mi arena
las huellas, parece ajena
la soledad;
si me ensartas en tu aguja,
seré el hilo de Ariadna,
seré el escape.

                   V


Por Carilda Oliver Labra


Es necesario a veces quedarse en una esquina
mirando con desdén a la gente que pasa.
Es necesario a veces salir de nuestra casa
y averiguar por dónde el cielo se termina.

Y resulta prudente beber la medicina
y sujetar un jarro por el medio del asa
y componer el viejo reloj que se retrasa
o alimentar un gato que vive en la oficina.

Y es agradable oír cómo se quema un leño,
contar una mentira o acostarse con sueño.
Es necesario casi maldecir algún nombre

y repetir el eco de esta palabra: adiós.
Es necesario todo…, hasta creer en Dios,
para así parecernos terriblemente a un hombre.

Por Katia Chávez


El silencio habló.
Mientras una esperanza con sus brazos rodeaba,
Los dedos intentaron desgarrar.
Sentenció la ausencia de mis noches.
Hizo un guiño de invitación
Por todas las oscuridades
Dormidas.
Queriendo encontrar lo infinito del desorden,
Miraba intenso a las pupilas como quien penetra a mis desvelos.
Y dijo...
que algún día el sueño me sorprendería.
Que las noches son eternas pero no estarán por siempre.
Dejé caer los párpados hasta parecer vencida.

 

 

Por Juan Andréu Monteagudo


Cierto día un hombre caminaba por el bosque y encontró un polluelo de águila. Al verlo desprotegido decidió llevárselo a su casa y lo puso en un gallinero. Estando allí, el polluelo aprendió a comer la misma comida que las gallinas y a conducirse como ellas. Un día, un hombre experto en zoología pasó por allí y le preguntó al propietario del gallinero, que por qué tenía un águila encerrada en el corral.
—Como le he dado la misma comida y siempre ha estado entre las gallinas, nunca ha aprendido a volar —respondió el propietario—. Se comporta como ellas, así que ya no es un águila, sino una gallina más.
Sin embargo, insistió el zoólogo:
—Es un águila y tiene instinto de volar, y con toda seguridad, se le puede enseñar a hacerlo. El zoólogo tomó en sus brazos suavemente al águila, y le dijo:
—Tú perteneces al cielo, no a la tierra, no eres gallina. Abre tus alas y vuela.
El águila, sin embargo, estaba confundida y al ver que las gallinas comían, saltó y se reunió con ellas nuevamente. Al día siguiente el zoólogo llevó el águila al tejado de la casa y la animó, diciéndole de nuevo:

Por Yadira Troche


Con mudeces sobrevivo:
soliloquio aletargado.
De este verbo amordazado
me nace el solo motivo
de crecer. ¿Cuán fugitivo
vuelve mi olor a las voces
reprimidas? ¿Cuáles goces
olvidé como si nada?
Muda, silente, vedada...
bajo tus manos atroces.

Por Irelia Pérez


Viene desde todos los adioses  
Anduvo por el filo de todas las memorias
buscando otra deidad
honduras de algún pozo donde limpiar la fe.
Solía ser entonces apenas una cruz
navegando sin anclas al fondo del espejo.


El porvenir era una luna de cristal. Y era la noche
tan silente y absurda como un retorno al amnios     
o un diálogo de peces.
Nunca supo cómo fue quedando adentro de esa sombra 
a ratos invisible.
(Un día se descubrió cortándola en rodajas         
para servirla junto al pan y los recuerdos).      


Amanecía con el corazón en las ventanas 
recogiendo una a una cada vela del mundo.