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Por Kenis de la Cruz
Somos la carne maldita
el estampido inusual de la palabra
un parque bondadoso
abierto a los antojos del borracho
Me dibujo perfecta y pura como una prostituta
Tú remueves mis surcos en la orilla
Entonces el sol
la tajada sudorosa
la víspera
las partes sin sombras
el tiempo
Somos
los rincones de este verso
la pared desteñida
la espalda rota
dos lenguas náufragas entre los absurdos
dos minutos perdidos en el espejo
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Por Eliane Acosta
Ella
 lleva un puñado de surcos entre las manos,
 una pandilla de sueños equilibristas
 que troquela su pecho.
 
 Ella seca el sudor de la tierra
 y se maquilla el rostro
 sin saberlo.
 Florece
 como espuma de ola.
 Salta
 para besar la luz.
 
 Ella tiene mirada de poeta
 y muerde la vida
 con ojos de esperanza.
(*) Este poema está dedicado a la escritora y narradora oral Olga Lidia Martínez Robaina. (N. del E.).
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Mi sombra me sigue a todas partes 
creo que perdió su brújula y su mapa,
y trata de convertirme en el guía 
marginal del laberinto.
Tiempos de reencarnación cotidiana 
Están a mi espera 
para que mi sombra realice un trueque 
con el guía marginal del laberinto.
Para intercambiar un corazón de latidos 
por un palpitar de sombras. 
La pobreza espiritual 
se volvió la cárcel del gorrión común. 
El desamparo se convirtió en un barco anclado a la superficie,
pero con la tripulación sumergida en la profundidad.
La jungla cada vez es más frondosa 
para ese cazador que ve el mundo entre barrotes. 
No pertenece a esa porción 
del hombre civilizado. 
Es como una simple nave a deriva 
que busca una isla desierta 
de rostros y calumnias, 
pero repleta de libros y personajes chiflados.
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Prohibido el llanto, la queja, la palabra.
 Siempre hay quien no entiende, quien te mira de lejos, quien te mira mal.
 La verdad y la palabra son sombras tristes en épocas de silencio.
 Mi corazón anda con puñales clavados por manos burdas y torpes.
 Mi razón no entiende,
 ya no entiende.
 Algún día llegará la primavera y barrerá con lluvia tanto escombro y tanta pena.
Algún día germinarán las  margaritas blancas... 
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Por Ariel Fernández
 
 
No me pidas salir, que estoy sujeto
 a esta suerte sin par de laberinto,
 ni detengas el pulso del instinto,
 a este insomnio feliz algo indiscreto.
 Nueva letra sembraste en mi alfabeto,
 y muda, que no suena mencionada...
 llegaste a mí sin ser, ni pedir nada,
 pero aquí te me quedas de algún modo,
 después del día en que nos dimos TODO
 lo que hubo de nacer de una mirada. 
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Por Eliane Acosta
Ella
 lleva un puñado de surcos entre las manos,
 una pandilla de sueños equilibristas
 que troquela su pecho.
 
 Ella seca el sudor de la tierra
 y se maquilla el rostro
 sin saberlo.
 Florece
 como espuma de ola.
 Salta
 para besar la luz.
 
 Ella tiene mirada de poeta
 y muerde la vida
 con ojos de esperanza.
(*) Este poema está dedicado a la escritora y narradora oral Olga Lidia Martínez Robaina. (N. del E.).
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Por Pedro O. Silva
 
 
Tú eres el resultado de quienes te acompañan siempre en las buenas y las malas.
     Que dejan sus puertas abiertas sin restricciones ni contraseñas ni seguridad para que recorras sus almas.
     Esos son los que deben cuidarse y no importa lo lejos que estén. Porque esa confianza y compañía es la que te hace estar firme, seguro y avanzar.
     Eso te hace ser presente. Porque puedes permanecer al lado de alguien y estar ausente.
     Quedémonos con los que te abren las puertas y caminan a tu lado. No hay que tener miedo: siempre habrá alguien decidido a emprender una nueva vida y darte la contraseña de su amor.
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Por Olga L. Robaina
Queriéndolo o no, es el final.
 Un juicio puede convertir el mar en espinas.
 Soy Náyade,
 y encerrarme dentro de una lata de sardinas,
 puede ser contraproducente.
 Me descuartizan.
 Desconocen el color del pecho
 y tienen
 poco dominio del crepúsculo.
 No todos pueden mirar al Sol.
 Arremeten...
 Sola yo
 y la silla.
 Sola yo
 y mis sueños.
 Sola yo
 y mi llanto.
 Sola yo
 y esas malditas voces en mi cabeza.
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            A Rosamary
 
 Busca en la inmersión del verde ese rostro
 lejos de la cruz
 de la avidez del párpado.
 Búrlate de la fiera que alimentó
 tu condición doméstica.
 
 Con el eco de la placidez clareando
 sin la cicatriz del regreso
 a la familia, ese adorno de la sangre
 que hala indiferente.
 Más allá de los juramentos
 existe una cara.
 Emprende con valentía la soledad
 la mordedura del viento.
 Prolóngate dentro del verde lino.
 Abre los ojos en toda la proporción de lo inhóspito
 y búrlate de la fiera.
 
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Madre vive en el cuento de todos los días.
 No es el cuento chino de las rosas
 ni el de las margaritas japonesas.
 Madre dice de los periódicos
 utilizados como envolturas
 y vendidos por temporadas en su pueblo
 que cuelga de un barranco,
 periódicos de la década
 o de las prodigiosas décadas
 que hablan solo de un pasado inmortal.
 
 Madre vive atrofiada
 por el cuento de las colas
 como culebras por las aceras
 huyendo al irreverente sol de su archipiélago
 a la espera de un premio por subsistir
 con un café circunstancial
 impuro.
 
 Madre no duerme.
 Teme de las noches y al mañana
 de un cuento indecoroso
 del cuento real que hubo una vez.
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