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Por Nicolás Águila
“¿A qué hora mataron a Lola?”, te disparan a matar con la primera pregunta. Y luego vienen muchas más por el estilo, como para poner a prueba la memoria nostálgica del cubano exiliado.
No podían faltar, desde luego, las preguntas capciosas sobre aquellos personajes populares del pasado, reales o no, que aún siguen vivos en el imaginario criollo. A tal punto que en ese cuestionario, además del Caballero de París, acompaña a Lola toda una galería de figuras tan pintorescas como Genaro (que iba directo al suelo cuando lo tumbó la mula), Chacumbele (que él mismito se mató), Bartolo (que era dueño de un divertido platanal) o el Bobo de la Yuca (el que se quería casar). Todos simbólicamente reunidos en la muy habanera Esquina del Pecado (Galiano y San Rafael), a la hora del Cañonazo (nueve de la noche), para que se lo cosan (con un alambre finito) y les quede no tan bonito como seguro.
Se trata de un peculiar test de cubanía, siempre abierto al aporte de cada cual, que hace años circula por Internet como un cometa con la cola cada vez más larga.
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Todo gris se me hace claro
de la décima al calor,
pues me regala su flor,
la caricia del amparo.
Me ilumina como faro
el ritmo de la tonada.
Es que soy la apasionada
de la calle donde vivo,
en donde feliz cultivo
un huerto en la madrugada.
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Por Orlando V. Pérez
La india Maroya (la Luna) bajaba al monte todas las noches para bañarse en las aguas del río Hanabanilla, que corre por el lomerío del Guamuhaya. Una vez un joven guerrero llamado Arimao, cacique indio de Cumanayagua, la vio bajándose por casualidad y se quedó admirado de su belleza; sobre todo, le gustaba su larga cabellera, la cual le corría por la espalda como la cola de un caballo salvaje, hasta perderse a lo lejos, sobre las aguas del río.
Desde ese momento, el joven se enamoró de Maroya y juró luchar con todas sus fuerzas para conseguir su amor.
Noche tras noche se dedicó Arimao a vigilarla desde lo alto de un montecito; pero la joven, al menor ruido, escapaba al cielo en un rayo de luna. Sin embargo, en una de las ocasiones en que el guerrero se acercó a ella para contemplarla en su baño nocturno, no pudo soportar más el deseo de abrazarla, y como un loco se lanzó sobre ella, y esta vez la joven no pudo escapar. Ya en sus brazos, la india, por más que forcejeaba, no podía zafarse, y muy asustada, le preguntó:
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Por Pepe Sánchez
La relación que la poesía ignora,
los laberintos y la tarde, lo iluso
de la razón y el porvenir, incluso
la prosa de arrabal, la mala hora.
Crepúsculos que el día ya no explora,
la voz de infieles, lo que impone el uso,
hábitos y corajes, el intruso
mármol y las jornadas del que llora.
Morir en el pasado, los cantores
de nostalgias, un verso que es reflejo
de otros versos y el miedo del espejo.
La espada y el Oriente, los amores
y el olor de la lluvia, el ajedrez,
y Heráclito y el río y otra vez.
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Por Nicolás Águila
La ancha pista del estrecho Paseo del Prado es la recta circular del ir y venir, del ser y el estar, del sufrir y el querer. Allí se pasearon los deseos, los temores, las promesas, las angustias y las esperanzas; se anudaron amistades, se echaron miraditas, se ocultaron sonrojos, se enlazaron corazones, se desnudaron pudores, se desbocaron pasiones y se me gastaron las suelas de los zapatos.
(*) El autor se refiere a Cumanayagua. (N. del E.)
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Me conociste frío, inmóvil
como una fotografía.
Te me acercaste acompañada,
mas los vértigos de febrero
te despertaron bajo mis sábanas.
No dudaste,
yo, no lo pensé,
y hoy brotamos más fuego que un volcán en erupción;
aunque el humo de nuestro amor
pudiera molestarle a alguien,
no importa,
imprudentemente nos amamos.
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Por Nélida Puerto
Puede que exista la muerte
con pétalos de rubí
para provocarme allí
donde trasnocho a la suerte
pero si piensa tenerte
pongo fin a su locura.
La fragancia que fulgura
de tu piel y la provoca
sólo el panteón de mi boca
le dará la sepultura.
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Por Pepe Sánchez
Las cosas toman la forma de sus dueños
este lápiz se parece a mi voz
solidaria en su libre albedrío
gastándose en cada metáfora
Creo haber estado escribiendo
el mismo poema desde siempre
la misma verdad sucesiva
Las manos y las palabras del poema
son gemelas en sus discordias
Unas levantan paredes
que mañana serán la casa
Con las otras sigo manchando papeles
por los que algún día seré juzgado
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Las
nubes
dibujan
el patio
de mi casa.
Un rayo
de sol
vive
en los rincones.
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Por María Milnne
No sabes, pero nací
en aquel pueblo que amaste,
y los versos que dejaste
los hice parte de mí.
Tus cuentos los aprendí;
me inspiraste con tu lira.
Es mi orgullo ser guajira
amante del gallo fino,
pero mi verso no es trino:
mi verso exilio transpira.
¿Qué será de una mujer
que habiendo nacido pobre,
guarda su Patria en un sobre:
desterrada de volver?
¿Qué tengo de anochecer
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