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Por Aisairis Santana y Yaskil M. Álvarez
Cuentan que justo detrás de la Finca de los González, existió, hace mucho tiempo, una charca poco profunda y rodeada por una exuberante vegetación. Allí, es ese acogedor recinto vivía, según la imaginación de los cumanayagüenses, un güije (personaje imaginario de la tradición oral cubana y protagonista de muchos de los mitos de la población negra; suele describirse como indio, pero lo más común es su tratamiento como personaje negro).
El güije era de estatura pequeña, pelo ensortijado y carácter picaresco, y al parecer su pasión por asustar a los que por allí transitaban era incontenible. Las historias de las posibles apariciones del güije se difundieron rápidamente entre los pobladores locales y paulatinamente, y debido al temor, muchos temían pasar por el lugar donde este solía vivir y hacer sus travesuras.
Informante: Ernesto Machín Viera. (Museólogo).
Aisairis Santana Consuegra. (Compiladora).
Yaskil Moisés Álvarez Cuellar. (Diseño de cubierta, edición y corrección).
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Por Airam Morales
En esta tierra de antigua procedencia, el dios de la calamidad mostró su rostro, provocando que suceda una catástrofe: en cada helada se descubrían mágicas puertas aledañas a los poblados de un peculiar reino y, por algún sentido, los aldeanos desaparecían. Empeorando aún más la situación, la tenebrosa estructura de madera se evaporó sin dejar rastro alguno. Cuando todos pensaban que era el fin, se presentó el emisario de un lugar distante evocando una profecía y aconsejó a los habitantes del lugar que unieran fuerzas para salvar el maltratado reino de la fría maldición. Fue así como un ejército nunca antes visto se conformó, dirigido por la crema de las cremas: un adinerado héroe portador de la cubierta marrón, el mejor título caballeresco. Él pensaba que era innecesario movilizar a tal bando de plebeyos; él y solo él lograría cumplir el cometido, o eso creía. Una densa niebla cubrió en segundos el castillo; la temperatura bajó y creó escarcha en el suelo; un rugido hizo retumbar las paredes cercanas haciendo volar la nieve que pintaba de blanco el portón. Mientras que los soldados se sacudían de miedo,
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Lo que vive y se convierte
en pasado que se olvida,
es la parte de la vida
que, siendo vida, ya es muerte.
El Indio Naborí
Se rompe el muro a la vista,
abre el cantar vespertino,
traza el rumbo del destino
noble brújula alpinista.
Alarga el paso optimista
en luz de la noche inerte;
porque peligró la suerte
de quien vence el estupor:
fue gorrión en brumas por
lo que vive y se convierte
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El farol, los cordeles y un resguardo son para cruzar la noche sobre la tela del mar, o de la mar, como lo prefiere mi amigo Freddy. El farol, los cordeles y un resguardo pueden ser el comienzo de una canción que alguien tarareó alguna vez en la playa. O quizás es un cuento de mi amigo Freddy, de esos que no pueden ser olvidados. Freddy cuenta al regreso y cuenta a la partida y cuenta siempre. Una vez le contó su vida a un delfín y largo fue el viaje. Visitaron mares redondos y quietos como platos. Mares blancos y hambrientos. Mares dentro de mares recién nacidos, donde se apagaban los faroles en la noche y los cordeles eran un revoltijo. Noches donde la mar se despertaba y pataleaba como un niño y se tragaba todo lo que le ponía en la boca. Largo, largo fue el viaje de Freddy, quien a su regreso bailaba como un delfín, cantaba como un delfín y confesaba su amor por los jureles y las picúas, como lo hace el delfín por la sirena.
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Por Pepe Sánchez
A veces siento miedo de mañana
de hoy sentado en mis rodillas
pidiendo que lo saque a vivir
Ah vivir la vida reblandecer su fuego
No busquen más culpable
soy yo quien grita desde días turbios
ruinosos de lo mismo
quien pone sus dudas a solear
en los domingos del tedio
y pregunta por la cerveza su diálogo rotundo
amistoso
Cómo si no seguir amando con certeza
escribiendo poemas huérfanos de día
rasgados por una misma soledad
lanza hundida en la lumbre que nos abraza
Cómo si no decir este es mi país
con 33 grados de escasez en el agosto
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En el contexto del Coloquio de la Décima y el Verso Improvisado “Luis Gómez” 2023, en homenaje en esta ocasión al 105 Aniversario del natalicio de El Rey de la Carvajal, celebrado del 19 al 23 de enero del año en curso, tuvo lugar la premiación de la 7ma. Edición del Concurso Literario Nacional de Décima Espinela Luis Gómez, con participación extranjera, auspiciado la Casa de la Décima Luis Gómez, la Revista Cultural Digital “Calle B”, el Departamento de Literatura y el Área Sociocultural en su sección Cultura Popular de la Casa de la Cultural Habarimao en Cumanayagua, dedicado al centenario del nacimiento del Indio Naborí y al 105 Aniversario de ver la luz por primera vez, el Rey de la Tonada Carvajal. En esta ocasión se participó con la presentación de una obra escrita glosando los siguientes versos del Indio Naborí:
Lo que vive y se convierte
En pasado que se olvida
Es la parte de la vida
Que siendo vida ya es muerte
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Por Orlando V. Pérez
Esperando la carroza,
esperando
un cuerpo inerte
que traen en andas las hormigas.
Un casco hundido en el marasmo que pretenden
echar al mar con un hierro mal cosido.
No habrá
ceremonias ni aplausos.
No habrá
consignas
ni festejos.
La botella de champán
es un recuerdo ya hecho vidrios por la arena.
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Por Yulki Sánchez
Lo que vive y se convierte
en pasado que se olvida…
es la parte de la vida
que siendo vida ya es muerte.
El Indio Naborí
Lo que vive y se convierte
en ojos de fría sombra,
es la garganta que nombra
el recuerdo de no verte.
En sueños quiero traerte
de regreso a mi guarida.
Llevo tu luna ceñida,
vieja de voces y arena,
y mengua su luz en pena,
en pasado que se olvida…
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Por Nélida Puerto
Lo que vive y se convierte
en pasado que se olvida,
es la parte de la vida
que, siendo vida, ya es muerte.
El Indio Naborí
Sobre el pesebre confuso
Confusión una décima se late
en melódico combate
donde el Indio le compuso
a Jesús, el inconcluso
concierto que le revierte
porque un verso quedó inerte
por la asfixia del panteón;
y nace la confusión
lo que vive y se revierte.
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Por Pepe Sánchez
Que a nuestro lado haya la misma mujer, el
mismo reloj, y que la novela abierta sobre la
mesa eche a andar otra vez en la bicicleta de
nuestros anteojos, ¿por qué estaría mal?
Julio Cortázar
(Manual de instrucciones)
Muy lejos de sí mismo, el viejo sigue comiéndose su reloj. «¡Qué estupidez! Debió empezar por las horas». Pienso, mientras lo observo desde la ventana. Pero él, como al que no le importa la mirada ajena, sin preocuparse de nada, sigue comiéndose los minutos, uno a uno.
El banco, sobre el cual mastica el más violado espacio de las horas que inútilmente se resisten a perecer, ha sido asaltado a fondo por la bondad del árbol más cercano. Y es todo un desfile de sombras la costumbre de este atardecer, disgregando desde toda esquina el lugar selecto de cada quien.
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