Por Hansrruel Aldana

          De una tarde cuando llueve
               
                    Luis Gómez

 

De una tarde cuando llueve
se me ha caído tu ausencia,
y el cielo pide clemencia
con un rechinar de nieve.
Sobre el crepúsculo breve
la tarde, ingenua se agota,
y en el horizonte explota
un espejismo cobarde,
porque se ha roto la tarde
sin aceptar que está rota.


Me queda apenas el llanto
del sol por un precipicio.
Todo se fue, y acaricio
la nostalgia hecha quebranto.

Por Eduardo Daniel González


Entremos, pues, a las llagas del cuarto,
adonde la madera solloza y es penumbra
el crujir de la nostalgia. Al fondo,
una pared de alma gris y pobre,
sucia de sombras, pero a salvo
de noches y trenes en la garganta
—¡oh, la pared: aquella y las otras,
también atentas a las conversaciones
ruinosas del asombro!
Mis pasos abrazan la quietud del grito;
son los bramidos de las bisagras
como un susto a conciencia
en las ventanas del día;
como un susto de tiempo, sí;
como un susto.
                              Aquí la calma,
grabándose en el aroma tan suave
del silencio,
invita, claro está,

Por Miguel Á. González 

 

Como es tan hermosa foto,
más difícil es pintar
con el verbo. Cielo, mar,
nubes en suave alboroto.
Astro en un pellizco roto
que le da brillo a la escena,
un ojo que no se apena
de admirar a la montaña,
y una fina telaraña
de gotas sobre la arena.

 

 

Por Anisley Fernández 

 

crece el olivo
en la cosmovisión del patio

la mujer-semilla se adhiere
al alba
entre surcos de tinta

qué soy, me dice,
contrapicado

la tarde sabe a higos,
damascos, caletas...

ayer bebí de un ángulo
muy agudo
donde pude arrepentirme

Por Yamily Díaz Ortiz

      

Ama el modo en que ignoras que tú existes.
         
               Luis Rogelio Nogueras


No encuentro las palabras
para salvar el cisne,
de esa extraña lujuria que lo envuelve,
pudiera devolverlo,
dejarlo quieto en nuestros ojos,
cometa incircunciso
escapado a mis pechos omniscientes.
Sus hijos son jinetes
que golpean el viento
y atraviesan estrellas
con espejos que asuelan los endriagos.

Por Lucio Pérez

 

...prometieron las estrellas
alumbrar la madrugada.
   

      Olga L. Martínez
       

Una casa está vacía,
solo habitan fragmentos de diciembres.
Las copas hoy se llenan de silencios,
y el árbol huele a tierra seca.
Por más luces que se encienden,
todas las atrapo en el cuenco de una mano.
Necesito hackear cada sentencia
llenando de metáforas el tiempo.
Y convierto diciembre en artificio
tatuando mis ojos en cada espacio
hasta los párpados.
En cualquier caso
vuelvo a llenar la copa
del mágico conjuro de su fuego.

 

 

Por Alejandro Muñoz Aguilera 

 

            De una tarde cuando llueve

                      Luis Gómez


De una tarde cuando llueve
—me dijo Dios— atesora
cada lágrima, incorpora
todo el índigo al relieve
de tu iris.
                 Veintinueve
de abril: crepúsculo, (un dardo
fue su mirada)
                           Yo guardo
—le digo a Dios— como lluvia,
su aroma, que aún diluvia
sobre mi cuerpo gallardo.

Por Ulices Trujillo

 

Quiero saber de mí las cosas que nunca me he contado. Definitivamente beber algunas copas y liberar la piel de tantas cicatrices. Entrelazar los dedos y no dejarme ir sin una caricia consecuente. Quiero hacerme el amor y susurrar en mi oído quizás un poema de Buesa, mentirme como hacen todos, fingir que estoy cómodo conmigo mismo, y volver de nuevo la boca sobre el vientre. Me quedaré así abrazado en solitario hasta dormirme, sabiendo que mañana ya no estaré en la otra mitad de mi existencia. 

 

 

Por Ana L. López

 

El mar se está metiendo carajo. Qué clase de tormenta. Los pescaos golpean las ventanas. Ven a ver, asómate. Dice Graciela que desde ayer el primer piso está inundado, aunque a Graciela no se le puede hacer caso. Se la cortó al marido por andar con la artista aquella de la tevé. Graciela tuvo cojones para cortarle la hombría al marido pero no tiene para salir a coger los pescaos, dice que estoy como una cabra. No sé cómo son las cabras, nunca he visto una. Lo que estoy viendo es la gente flotando por las calles con sillas y ventiladores, y todos esos pescaos. Deberían entrar tiburones a ver si se comen a Graciela. Tiene mil años pero ni la muerte la quiere de tan maldita. Mira eso, los rebeldes están en las calles recogiendo los pescaos y tirando balsas pa’la gente. Son unos salvajes. Ven a ver Graciela qué clase de muñecos, de los que te gustan, machotes con barba y fusil. Esta ni caso me hace. Ahora en vez de abrir la puerta y pescar coge pal cuarto a buscar pastillas. Dicen que las cabras dan leche, hablan mierda y toman pastillas. Nunca vi una cabra, pero yo no doy leche, por ningún lugar di leche. Muy fresca ella. Si pudiera pararme abriría la ventana, a ver si el jefe del convoy me saca de aquí, o el mar, da lo mismo. Y que el tiburón que entró por la avenida se la trague completa y mueran los dos. Ella por tan Graciela y él por tan tiburón. Aunque ahora todos los tiburones están de verde. Aunque ahora todos los tiburones que veo están de verde. Candela, pero y esto.

Por Lucina Bravo

 

Soy libre de escribir lo que quiero, lo mismo en el firmamento que en el vaivén de una ola... Soy libre de escribir lo que quiero, lo mismo en el silencio que en el cantar de una caracola. Soy libre de escribir lo que quiero cuando tú me besas en mis sueños, en una noche de lluvia, sonando en los aleros. Soy libre de escribir lo que quiero, cuando yo callo, y tú me sorprendes en el silencio....