Por Lidia Caridad Hernández


            Para Ivett Orozco

Bocarriba sobre la hierba perfilo tu rostro.
Un solo resquicio y me habitan las nubes.
Tanto como sé de memoria tu cuerpo
desconozco el suceder de los días.
Un trazo leve y te estacionas en  mis pupilas.
¡¿Dónde beber si no es de tu boca?!
Bocabajo sobre la hierba me dueles a tierra. 

 

 

Por Orlando Pérez Torranzo 

 

Madre vive en el cuento de todos los días.
No es el cuento chino de las rosas
ni el de las margaritas japonesas.
Madre dice de los periódicos
utilizados como envolturas
y vendidos por temporadas en su pueblo
que cuelga de un barranco,
periódicos de la década
o de las prodigiosas décadas
que hablan solo de un pasado inmortal.

Madre vive atrofiada
por el cuento de las colas
como culebras por las aceras
huyendo al irreverente sol de su archipiélago
a la espera de un premio por subsistir
con un café circunstancial
impuro.

Madre no duerme.
Teme de las noches y al mañana
de un cuento indecoroso
del cuento real que hubo una vez.

 

 

Por Olga L. Robaina

 

Queriéndolo o no, es el final.
Un juicio puede convertir el mar en espinas.
Soy Náyade,
y encerrarme dentro de una lata de sardinas,
puede ser contraproducente.

Me descuartizan.

Desconocen el color del pecho
y tienen
poco dominio del crepúsculo.

No todos pueden mirar al Sol.
Arremeten...
Sola yo
y la silla.
Sola yo
y mis sueños.
Sola yo
y mi llanto.
Sola yo
y esas malditas voces en mi cabeza.

Por Kenis de la Cruz

 

Somos la carne maldita
el estampido inusual de la palabra
un parque bondadoso
abierto a los antojos del borracho
Me dibujo perfecta y pura como una prostituta
Tú remueves mis surcos en la orilla
Entonces el sol
la tajada sudorosa
la víspera
las partes sin sombras
el tiempo

Somos
los rincones de este verso
la pared desteñida
la espalda rota
dos lenguas náufragas entre los absurdos
dos minutos perdidos en el espejo

 

 

Por Eliane Acosta

 

Ella
lleva un puñado de surcos entre las manos,
una pandilla de sueños equilibristas
que troquela su pecho.

Ella seca el sudor de la tierra
y se maquilla el rostro
sin saberlo.
Florece
como espuma de ola.
Salta
para besar la luz.

Ella tiene mirada de poeta
y muerde la vida
con ojos de esperanza.


(*) Este poema está dedicado a la escritora y narradora oral Olga Lidia Martínez Robaina. (N. del E.).

 

 

Por Richard Gutiérrez

 

Mi sombra me sigue a todas partes 
creo que perdió su brújula y su mapa,
y trata de convertirme en el guía 
marginal del laberinto.
Tiempos de reencarnación cotidiana 
Están a mi espera 
para que mi sombra realice un trueque 
con el guía marginal del laberinto.
Para intercambiar un corazón de latidos 
por un palpitar de sombras. 

La pobreza espiritual 
se volvió la cárcel del gorrión común. 
El desamparo se convirtió en un barco anclado a la superficie,
pero con la tripulación sumergida en la profundidad.

La jungla cada vez es más frondosa 
para ese cazador que ve el mundo entre barrotes. 
No pertenece a esa porción 
del hombre civilizado. 
Es como una simple nave a deriva 
que busca una isla desierta 
de rostros y calumnias, 
pero repleta de libros y personajes chiflados.

 

 

Por Sayli Alba Álvarez

 

Prohibido el llanto, la queja, la palabra.
Siempre hay quien no entiende, quien te mira de lejos, quien te mira mal.
La verdad y la palabra son sombras tristes en épocas de silencio.
Mi corazón anda con puñales clavados por manos burdas y torpes.
Mi razón no entiende,
ya no entiende.
Algún día llegará la primavera y barrerá con lluvia tanto escombro y tanta pena.
Algún día germinarán las  margaritas blancas... 

 

 

Por Ariel Fernández


No me pidas salir, que estoy sujeto
a esta suerte sin par de laberinto,
ni detengas el pulso del instinto,
a este insomnio feliz algo indiscreto.
Nueva letra sembraste en mi alfabeto,
y muda, que no suena mencionada...
llegaste a mí sin ser, ni pedir nada,
pero aquí te me quedas de algún modo,
después del día en que nos dimos TODO
lo que hubo de nacer de una mirada. 

 

 

Por Eliane Acosta

 

Ella
lleva un puñado de surcos entre las manos,
una pandilla de sueños equilibristas
que troquela su pecho.

Ella seca el sudor de la tierra
y se maquilla el rostro
sin saberlo.
Florece
como espuma de ola.
Salta
para besar la luz.

Ella tiene mirada de poeta
y muerde la vida
con ojos de esperanza.

 

(*) Este poema está dedicado a la escritora y narradora oral Olga Lidia Martínez Robaina. (N. del E.).

 

 

Por Pedro O. Silva

Tú eres el resultado de quienes te acompañan siempre en las buenas y las malas.
     Que dejan sus puertas abiertas sin restricciones ni contraseñas ni seguridad para que recorras sus almas.
     Esos son los que deben cuidarse y no importa lo lejos que estén. Porque esa confianza y compañía es la que te hace estar firme, seguro y avanzar.
     Eso te hace ser presente. Porque puedes permanecer al lado de alguien y estar ausente.
     Quedémonos con los que te abren las puertas y caminan a tu lado. No hay que tener miedo: siempre habrá alguien decidido a emprender una nueva vida y darte la contraseña de su amor.