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crece el olivo
 en la cosmovisión del patio
 la mujer-semilla se adhiere
 al alba
 entre surcos de tinta
 qué soy, me dice,
 contrapicado
 la tarde sabe a higos,
 damascos, caletas...
 ayer bebí de un ángulo
 muy agudo
 donde pude arrepentirme
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Por Yamily Díaz Ortiz
Ama el modo en que ignoras que tú existes.
         
               Luis Rogelio Nogueras
No encuentro las palabras
 para salvar el cisne,
 de esa extraña lujuria que lo envuelve,
 pudiera devolverlo,
 dejarlo quieto en nuestros ojos,
 cometa incircunciso
 escapado a mis pechos omniscientes.
 Sus hijos son jinetes
 que golpean el viento
 y atraviesan estrellas
 con espejos que asuelan los endriagos.
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Por Lucio Pérez
...prometieron las estrellas
 alumbrar la madrugada.
    
      Olga L. Martínez
        
Una casa está vacía,
 solo habitan fragmentos de diciembres.
 Las copas hoy se llenan de silencios,
 y el árbol huele a tierra seca.
 Por más luces que se encienden,
 todas las atrapo en el cuenco de una mano.
 Necesito hackear cada sentencia
 llenando de metáforas el tiempo.
 Y convierto diciembre en artificio
 tatuando mis ojos en cada espacio
 hasta los párpados.
 En cualquier caso
 vuelvo a llenar la copa
 del mágico conjuro de su fuego.
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Por Alejandro Muñoz Aguilera
            De una tarde cuando llueve
                      Luis Gómez
De una tarde cuando llueve
 —me dijo Dios— atesora
 cada lágrima, incorpora
 todo el índigo al relieve
 de tu iris.
                  Veintinueve
 de abril: crepúsculo, (un dardo 
 fue su mirada)
                            Yo guardo
 —le digo a Dios— como lluvia,
 su aroma, que aún diluvia
 sobre mi cuerpo gallardo.
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Por Ulices Trujillo
Quiero saber de mí las cosas que nunca me he contado. Definitivamente beber algunas copas y liberar la piel de tantas cicatrices. Entrelazar los dedos y no dejarme ir sin una caricia consecuente. Quiero hacerme el amor y susurrar en mi oído quizás un poema de Buesa, mentirme como hacen todos, fingir que estoy cómodo conmigo mismo, y volver de nuevo la boca sobre el vientre. Me quedaré así abrazado en solitario hasta dormirme, sabiendo que mañana ya no estaré en la otra mitad de mi existencia.
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Por Ana L. López
El mar se está metiendo carajo. Qué clase de tormenta. Los pescaos golpean las ventanas. Ven a ver, asómate. Dice Graciela que desde ayer el primer piso está inundado, aunque a Graciela no se le puede hacer caso. Se la cortó al marido por andar con la artista aquella de la tevé. Graciela tuvo cojones para cortarle la hombría al marido pero no tiene para salir a coger los pescaos, dice que estoy como una cabra. No sé cómo son las cabras, nunca he visto una. Lo que estoy viendo es la gente flotando por las calles con sillas y ventiladores, y todos esos pescaos. Deberían entrar tiburones a ver si se comen a Graciela. Tiene mil años pero ni la muerte la quiere de tan maldita. Mira eso, los rebeldes están en las calles recogiendo los pescaos y tirando balsas pa’la gente. Son unos salvajes. Ven a ver Graciela qué clase de muñecos, de los que te gustan, machotes con barba y fusil. Esta ni caso me hace. Ahora en vez de abrir la puerta y pescar coge pal cuarto a buscar pastillas. Dicen que las cabras dan leche, hablan mierda y toman pastillas. Nunca vi una cabra, pero yo no doy leche, por ningún lugar di leche. Muy fresca ella. Si pudiera pararme abriría la ventana, a ver si el jefe del convoy me saca de aquí, o el mar, da lo mismo. Y que el tiburón que entró por la avenida se la trague completa y mueran los dos. Ella por tan Graciela y él por tan tiburón. Aunque ahora todos los tiburones están de verde. Aunque ahora todos los tiburones que veo están de verde. Candela, pero y esto.
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Por Lucina Bravo
Soy libre de escribir lo que quiero, lo mismo en el firmamento que en el vaivén de una ola... Soy libre de escribir lo que quiero, lo mismo en el silencio que en el cantar de una caracola. Soy libre de escribir lo que quiero cuando tú me besas en mis sueños, en una noche de lluvia, sonando en los aleros. Soy libre de escribir lo que quiero, cuando yo callo, y tú me sorprendes en el silencio....
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Como es tan hermosa foto,
 más difícil es pintar
 con el verbo. Cielo, mar,
 nubes en suave alboroto.
 Astro en un pellizco roto
 que le da brillo a la escena,
 un ojo que no se apena
 de admirar a la montaña,
 y una fina telaraña
 de gotas sobre la arena.
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Por Taimí Blanco
Una señora me observa,
 traigo en la cara el repiquetear de los rieles,
 ensordecedor hollín mullido en las mejillas.
 Es una marcha mi cuerpo,
 masa mórbida,
 al compás disonante que cruje en el sendero.
 La tarde
 aparece como un aura mugrienta
 sobre la próxima parada.
 En el tren,
 los sueños son un filo cortante que cala el espacio
 Última parada!
 Logro abrir los párpados,
 pesados rieles bajo la máquina.
 Me da la mano el andén,
 el tiempo se diluye  entre volutas
 que dejan atrás el paisaje.
 Tengo ticket para la desilusión
 y un volver con sabor adiós.
 En la partida todo parece morir.
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Por Eduardo Daniel González 
 
 
 Entremos, pues, a las llagas del cuarto,
 adonde la madera solloza y es penumbra
 el crujir de la nostalgia. Al fondo,
 una pared de alma gris y pobre,
 sucia de sombras, pero a salvo
 de noches y trenes en la garganta
 —¡oh, la pared: aquella y las otras,
 también atentas a las conversaciones
 ruinosas del asombro!
 Mis pasos abrazan la quietud del grito;
 son los bramidos de las bisagras
 como un susto a conciencia
 en las ventanas del día;
 como un susto de tiempo, sí;
 como un susto.
                               Aquí la calma,
 grabándose en el aroma tan suave
 del silencio,
 invita, claro está,
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